Sobre la hojarasca

El latido de tu corazón comienza a sofocarte. Sientes los violentos martillazos en el pecho. Tratas de controlar tu respiración, pero por más que te esfuerzas se te escapa del cuerpo como bufidos estruendosos y delirantes. Contrólate. Respira profundo. Tranquilo. Sin embargo, cualquier intento por serenarte naufraga en la excitación y el nerviosismo. Estás totalmente exasperado. Caminas lentamente con tus sentidos agudizados. Todos los sonidos estallan con una nitidez increíble en tus oídos. Comienzas a creer que estás haciendo mucho ruido y aún te quedan diez metros por recorrer para estar a buena distancia. Y tu aliento como una tormenta, y tu palpitar como un terremoto. Mas nada truena como la hojarasca bajo tus pies, bajo tus botas. Eres un cazador. Caminas lentamente sobre la hojarasca. Cinco metros más por recorrer. Debes llegar a esa roca grande para poder mampostearte. Y llegas. Y ahí está… con toda su belleza y esplendor, imponente, ocupando todo el universo y absorbiendo toda la existencia. Lo vislumbras detenidamente, casi perplejo; te desconcierta tanta inmensidad y hermosura. Por un instante olvidas la impetuosa fogosidad. Luego apuntas.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Cacería de cola prieta en Baja California / V (y última)


                                      

¿Vamos? Pues claro. El desierto es grande. El valle se veía abierto, limpio, lo recubría puro matorral bajo. Así las cosas, con suerte y lo podíamos ver aunque sea de loma a loma.

Me bajé de la camioneta y nos dirigimos hacia el punto donde pegó mi bala calibre .300 WIN MAG de 180 granos. Cuando llegamos al lugar, nos percatamos de que en efecto había pegado en la piedra que estaba adelantito del cola prieta. Ahí, cual mancha grosera que me recordaba mi falta de destreza, mi error, mis nervios febriles y mis ansias estúpidas, estaba el porrazo escupiéndome a la cara. Ni hablar. Ahora tocaba seguir la huella, rastrearlo, para poder volver a dar con él.

Mientras seguíamos las huellas del macho, nos dimos cuenta que el venado no había echado a volar luego del disparo. Rápidamente volvió a reducir la marcha después de mi yerro. Al cabo de diez minutos de rastreo, el ‘Pelón’ nos enseñó otra huella más chica, la de una hembra a la que seguramente mi venado estaba persiguiendo. Qué suerte la mía. El cola prieta no se había asustado tanto a causa de su ardor, característico de la época de la corrida.

No tarda en echarse este venao. Anda corriendo el güey.

Claramente se distinguía el trote del macho detrás del paso lento y sereno de la hembra en el suelo.

El pegaba con rabia y fuego. Con cada paso que dábamos para arriba la mochila y el rifle incrementaban su peso. Los ojos se me llenaban de sudor, que bien podrían ser lágrimas. Iba junto al ‘Chilango’ detrás del ‘Pelón’, que avanzaba más rápido.

De pronto, un chiflido. Ahí va, en la otra loma, dijo en un susurro el guía oriundo de El Rosario, Baja California. Yo ya no lo alcancé a ver, pero suspiré. Acto seguido se me volvió a agitar el corazón y la sangre otra vez empezó a arder. Y nos dirigimos a la siguiente loma.

Cuando finalmente llegamos a la cima, después de haber caminado en profundo silencio, evitando pisar sobre ramas secas y arrastrar las botas sobre las piedras, nos detuvimos a gemelear rogándole a los cielos que no nos traicionaran con un mal viento. Y diez minutos después, el ‘Pelón’ nos señaló al pie de una biznaga. Ahí’ta…

Le echamos los binoculares a lo que parecía un animal, y sí, ahí yacía tranquilo el cola prieta. Trescientos setenta metros, según mi range.

Me quité la backpack parsimoniosamente, me eché al suelo, saqué el bipié de mi rifle y lo busqué con la mira telescópica. Mi respiración insistía en delatarme, en echar a perder el momento. El corazón me golpeaba con brutalidad, palpitaba con ímpetu colérico dentro de mi pecho. Respira tranquilo. Lento. Y el ‘Chilango’ se acostó junto a mí. ¿Ya lo viste? Y yo no. Lo veo a simple vista, pero con el telescopio no lo encuentro. Y él que ahí, junto a la biznaga; a ver, ven, muévete un poco hacia la derecha, que ese mezcal no te va a dejar ver. Nos arrastramos a un punto más limpio. Y yo que a ver… Y él que a ver, presta. Ahí. Y yo… Ya lo vi.

En el momento que por fin lo pude encontrar con la ayuda de mi guía, el venado se puso de pie y comenzó a caminar. Los nervios se me dispararon. Una parte de mí quería tirarle en movimiento. Otra me pedía serenidad. Atrás el ‘Pelón’ nos decía que tranquilos, que el venado venía hacia nosotros. Y sí, el venado dio un paso, y otro, y otro paso, y al cabo de un instante arrancó al trote hacia nosotros. Luego bajó la velocidad. Y trotaba. Y se detenía. Y yo cagándome de nervios. Y al fin volvió a reducir la velocidad. El venado caminaba muy lentamente en diagonal a unos doscientos metros de donde me encontraba acostado. Y giró y me quedó totalmente de frente. Así que puse la cruz de mi mira en el pecho del cola prieta y lentamente jalé el gatillo.

Estruendo y golpe. Pegué. El venado comenzó a tambalearse hacia atrás, corté cartucho y volví a disparar cuando me dio el codillo. Y por fin cayó el cola prieta.

Me puse de pie y comencé a gritar. El ‘Chilango’ y yo nos abrazamos. Gritaba y gritaba de alegría. Pegaba de brincos incrédulo, empapado. Hasta que un calambre en la espalda interrumpió por un par de minutos la celebración. Sin embargo, rápidamente volví a sentirme mejor y nos dirigimos al venado. Caminé hacia él con los ojos humedecidos, con el corazón abierto de par en par, con una sonrisa infinita y ganas enormes de llamarle a Graciela para dedicarle el trofeo, pues fueron unas palabras suyas las que me acompañaron durante mi ascenso, mientras subía y bajaba lomas, “The moment you decide to give up or stop working toward your goals, failure is born”. No podía rendirme. Porque ella también dice que cuando uno se rinde, es en el momento que más se esta cerca del éxito.

Sí se pudo. Lo logré.

Lo que siguió fueron las obligadas y tradicionales fotografías. Posteriormente, el ‘Chilango’ bajó un tramo al venado cargándolo sobre su espalda. Abajo, en lo que ‘Meño’ nos recogía, nos refrescamos en un oasis de agua helada y placer. Ahí, con los pies dentro del líquido frío, repetimos una y otra vez la anécdota de la cacería. Todos reíamos. Todos empapados. La caza había sido un éxito. Faltaba regresar al campamento para celebrar y para darnos un festín en honor a la pieza abatida, que, ulterior a la taxidermia, colgaría inmortalizada como uno de mis trofeos más entrañables y queridos.

Escribió José Zorrilla:

No os podéis quejar de mí, 

vosotros a quien maté; 

si buena vida os quité, 

buena sepultura os di.


















Después de cazar mi venado emprendimos, lenta y flemáticamente nuestro retorno a casa. Paramos en diversos puntos de bajada para acampar hasta llegar a la casa del ranchero. En cada lugar que nos deteníamos cocinábamos deliciosos platillos dignos de una buena expedición al monte. Pusimos la carne de los venados al sol y ésta devino exquisito manjar, una riquísima machaca de venado que nos acompañó durante todo nuestro regreso a la carretera que nos iba a devolver al Rosario.







El viaje terminó entre carcajadas, historias y una enorme sensación de satisfacción y plenitud. Las fogatas no faltaron, como tampoco faltó una luna esplendorosa y un cielo siempre estrellado. La cerveza abundó, y el buen comer también; asimismo, se trabajó y se sudó por lograr el objetivo anhelado. Todo lo que englobó a la caza fue siempre digno de calificarse de inolvidable. Hoy no se olvida. Jamás se olvidará.
























Quiero agradecer a Manuel Gutiérrez y a David Villanueva, dos extraordinarios amigos, excelentes guías y organizadores eficientes y trabajadores, por haber hecho este viaje posible. Inmejorable.







Fin.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Muchas gracias. El día que guste podemos publicarlo. Envíe su texto al cazandosobrelahojarasca@gmail.com. Un abrazo.

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