Sobre la hojarasca

El latido de tu corazón comienza a sofocarte. Sientes los violentos martillazos en el pecho. Tratas de controlar tu respiración, pero por más que te esfuerzas se te escapa del cuerpo como bufidos estruendosos y delirantes. Contrólate. Respira profundo. Tranquilo. Sin embargo, cualquier intento por serenarte naufraga en la excitación y el nerviosismo. Estás totalmente exasperado. Caminas lentamente con tus sentidos agudizados. Todos los sonidos estallan con una nitidez increíble en tus oídos. Comienzas a creer que estás haciendo mucho ruido y aún te quedan diez metros por recorrer para estar a buena distancia. Y tu aliento como una tormenta, y tu palpitar como un terremoto. Mas nada truena como la hojarasca bajo tus pies, bajo tus botas. Eres un cazador. Caminas lentamente sobre la hojarasca. Cinco metros más por recorrer. Debes llegar a esa roca grande para poder mampostearte. Y llegas. Y ahí está… con toda su belleza y esplendor, imponente, ocupando todo el universo y absorbiendo toda la existencia. Lo vislumbras detenidamente, casi perplejo; te desconcierta tanta inmensidad y hermosura. Por un instante olvidas la impetuosa fogosidad. Luego apuntas.

martes, 4 de noviembre de 2014

Cacería de cola prieta en Baja California / IV (penúltima)




Cinco de la mañana. Oscuridad. La alarma del celular, insolente, lejana, se entremezclaba con mi sueño. Cerca de mí escuchaba ronquidos, murmullos, quejas. Expresiones como, ¿ya es hora?, por un lado; ¡apaga tu chingadera, Beto!, por el otro. Espabílate. Hoy tienes que cazar tu venado. Y lo veía entre sueños. Párate. Un gruñido y salí de mi sleeping; me incorporé en el catre y me coloqué mi lámpara de frente para ponerme las botas. Bien puestas. Hoy le vamos a caminar recio, me habían advertido la noche anterior. Y salí al aire limpio y puro. Sobre el campamento las estrellas seguían brillando; el sol roncaba; el desierto dormía, húmedo y sereno; mi venado esperaba en la inmensidad del valle. Ya olía también a café. Era el aroma del inicio de una caza. Era una hermosa madrugada en Baja California. Una bella mañana de cacería.

Mientras tomábamos el café, ‘Meño’ preparó burritos de huevo con salchicha; íbamos a pasar todo el día lejos del campamento, caminando, recorriendo todo el terreno posible para buscar un venado macho. No regresaríamos hasta entrada la noche, así que las mochilas tenían que salir sobre nuestras espaldas cargadas con una chamarra, el lonche, un par de litros de agua, por lo menos, y en mi caso el spoting scope y su tripié. Todo indicaba que nos esperaba una larga y cálida caminata bajo el sol abrasador y sobre la tórrida tierra del desierto de Baja California. Pero estábamos listos para afrontar cualquier reto y dejar el corazón en busca del sueño.

¡Listos! Chiflidos. ¡Listos! ¡Ámonos, pues! ¿Ya traen todos sus morrales completos? Ya están. Ni vamos a necesitar tanto lonche, dijo el ‘Pelón’. Siempre que sale uno cargado hasta la madre de agua, comida, mochilas, y tanta chuchería, a la vuelta sale el venado y ai vamos todos de regreso al campamento con animal muerto y sin haber dado ni trago ni bocao al desayuno. ¿Ya verán? Se van a acordar de mí. Dios te escuche ‘Pelón’, suplicó Carlos, que no se sentía con ganas de caminar doce horas. A mí no me importaba si cazaba mi cola prieta en la primera hora o con las últimas luces de la tarde. Yo estaba concentrado en cazar.

Con el back pack a la espalda subí a la raca de la camioneta, a la torreta tipo Sonora, el orgullo de mi amigo ‘Meño’. Arriba y agarrados con uñas y dientes de los tubos Carlos, Sebastián, ‘Chilango’, el ‘Diablo’ y yo. Dentro de la Suburban iban Manuel, Rochín y el ‘Pelón’. Arrancamos todos en silencio, esperando a que despuntara el día para afilar vistas y tratar de captar cualquier movimiento. El trayecto iba a durar una hora. Una vez llegados al punto, nos habríamos de dividir en tres grupos, para juntarnos al medio día a disfrutar de la ligera comida en grupo.

A medio camino, alcanzamos a vislumbrar a unos seiscientos o setecientos metros a un grupo de caballos. Al verlos, paramos la camioneta para echarles ojo con los binoculares. De pronto el ´Pelón’ le dijo a ‘Meño’, que venía conduciendo, acércate pasito que esos caballos andan viendo algo. Se me hace que están viendo un venao. Ahí hay algo.

El corazón se me echó a andar instantáneamente. La simple posibilidad de que hubiera algo ahí me encendió la sangre y prendió el fuego de la esperanza de cazar algo. Comenzaba a gestarse en mi interior ese remolino, ese huracán de sensaciones que sentimos los cazadores en el preludio al acecho de la presa, a la caza.

La camioneta avanzó lentamente. Recorrimos quizá doscientos metros a paso pausado, casi torpe, tardo. El diminuto trayecto se me hizo eterno. Yo me aferraba a mis binoculares, insistencia inútil, pues los baches hacían imposible gemelear con el auto en movimiento. Y nos frenamos. Frente a nosotros, a cuatrocientos metros se erguía una loma engalanada con mezcaleras y nopales. Los caballos se encontraban casi en lo más alto de la misma; y en efecto, todos veían fijamente hacia una dirección.

O son wachos o ahí hay un venado, dijo el ‘Diablo’.

Todos buscábamos con los gemelos, empuñándolos con terquedad, necios por querer encontrar algo, esperanzados, nerviosos. Que se mueva algo, que se mueva algo.

¡Ahí hay un venado! Gritó el ‘Diablo’.

¿Dónde? Ahí, atrás del mezcal que tiene un quiote en medio. ¿Dónde, caon? ¡Ahí, compañero, siga mi dedo! Y me señaló. Y volví a subir los binoculares. ¡Y es macho! Golpes en el pecho, trabas en mi respiración. Y lo vi. Me gustó. No iba a ponerme exigente a esas alturas. Dos años soñando en cazar un cola prieta y por fin el sueño a unos metros de mí. Tenía que tirar.

Me recargué como pude en el barandal de la raca tratando de calmar mi respiración, que se me escapaba del pecho cual bufidos. Los nervios se habían apoderado de mí. Mientras tanto, unos me urgían a bajarme del coche; otros decían que ese venado no tardaba en correr. Había llegado el momento de que tenía que disparar.

El venado recorría el filo de la cima de la loma, recortándose con el cielo y la cabeza erguida. Iba a paso lento, mas no andaba con parsimonia. Así lo seguí durante una eternidad enfrascada en un par de minutos, hasta que se detuvo. Pero se detuvo justamente en el instante en que jalé el gatillo. ¡Uy, compañero! ¡Le erró! Pero por poquito. Buen tiro. Entonces me helé.

Fallé. No puede ser. No puede ser. No me lo puedo creer. ¡Carajo! ¡Puta madre! ¡Me lleva…! ¡Chingaos! ¡Ah, pero qué pendejo! Años queriendo cazar un cola prieta; y te sale; y apuntas; y fallas. Es que la camioneta se movía mucho; es que todos estaban trepados en la camioneta; es que me hicieron bolas; es que debí haberme bajado del coche; es que no te debiste precipitar. Deja de ponerte pretextos. Fallaste. Por lo que sea—por güey—, pero fallaste.

En esas tribulaciones andaba, lamentándome, quejándome, cuando me interrumpieron. ¡Bájese compañero! Vamos a buscar a ese venado.

Continuará.  

4 comentarios:

  1. Muy Buen Relato Compa Saludos.

    PD: Lo unico que no te creo de este Relato es que el Meño se haya puesto hacer algo jejejejejejeje y menos comida jejejejeje

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