Cinco de la mañana.
Oscuridad. La alarma del celular, insolente, lejana, se entremezclaba con mi
sueño. Cerca de mí escuchaba ronquidos, murmullos, quejas. Expresiones como,
¿ya es hora?, por un lado; ¡apaga tu chingadera, Beto!, por el otro.
Espabílate. Hoy tienes que cazar tu venado. Y lo veía entre sueños. Párate. Un
gruñido y salí de mi sleeping; me
incorporé en el catre y me coloqué mi lámpara de frente para ponerme las botas.
Bien puestas. Hoy le vamos a caminar recio, me habían advertido la noche anterior.
Y salí al aire limpio y puro. Sobre el campamento las estrellas seguían
brillando; el sol roncaba; el desierto dormía, húmedo y sereno; mi venado
esperaba en la inmensidad del valle. Ya olía también a café. Era el aroma del
inicio de una caza. Era una hermosa madrugada en Baja California. Una bella
mañana de cacería.
Mientras
tomábamos el café, ‘Meño’ preparó burritos de huevo con salchicha; íbamos a
pasar todo el día lejos del campamento, caminando, recorriendo todo el terreno
posible para buscar un venado macho. No regresaríamos hasta entrada la noche,
así que las mochilas tenían que salir sobre nuestras espaldas cargadas con una
chamarra, el lonche, un par de litros
de agua, por lo menos, y en mi caso el spoting
scope y su tripié. Todo indicaba que nos esperaba una larga y cálida
caminata bajo el sol abrasador y sobre la tórrida tierra del desierto de Baja
California. Pero estábamos listos para afrontar cualquier reto y dejar el
corazón en busca del sueño.
¡Listos!
Chiflidos. ¡Listos! ¡Ámonos, pues!
¿Ya traen todos sus morrales completos? Ya están. Ni vamos a necesitar tanto lonche, dijo el ‘Pelón’. Siempre que
sale uno cargado hasta la madre de agua, comida, mochilas, y tanta chuchería, a la vuelta sale el venado y ai vamos todos de regreso al campamento
con animal muerto y sin haber dado ni trago ni bocao al desayuno. ¿Ya verán? Se van a acordar de mí. Dios te
escuche ‘Pelón’, suplicó Carlos, que no se sentía con ganas de caminar doce
horas. A mí no me importaba si cazaba mi cola prieta en la primera hora o con
las últimas luces de la tarde. Yo estaba concentrado en cazar.
Con
el back pack a la espalda subí a la raca de la camioneta, a la torreta tipo
Sonora, el orgullo de mi amigo ‘Meño’. Arriba y agarrados con uñas y dientes de
los tubos Carlos, Sebastián, ‘Chilango’, el ‘Diablo’ y yo. Dentro de la Suburban iban Manuel, Rochín y el
‘Pelón’. Arrancamos todos en silencio, esperando a que despuntara el día para
afilar vistas y tratar de captar cualquier movimiento. El trayecto iba a durar una
hora. Una vez llegados al punto, nos habríamos de dividir en tres grupos, para
juntarnos al medio día a disfrutar de la ligera comida en grupo.
A
medio camino, alcanzamos a vislumbrar a unos seiscientos o setecientos metros a
un grupo de caballos. Al verlos, paramos la camioneta para echarles ojo con los
binoculares. De pronto el ´Pelón’ le dijo a ‘Meño’, que venía conduciendo, acércate
pasito que esos caballos andan viendo
algo. Se me hace que están viendo un venao.
Ahí hay algo.
El
corazón se me echó a andar instantáneamente. La simple posibilidad de que
hubiera algo ahí me encendió la sangre y prendió el fuego de la esperanza de
cazar algo. Comenzaba a gestarse en mi interior ese remolino, ese huracán de
sensaciones que sentimos los cazadores en el preludio al acecho de la presa, a
la caza.
La
camioneta avanzó lentamente. Recorrimos quizá doscientos metros a paso pausado,
casi torpe, tardo. El diminuto trayecto se me hizo eterno. Yo me aferraba a mis
binoculares, insistencia inútil, pues los baches hacían imposible gemelear con el auto en movimiento. Y
nos frenamos. Frente a nosotros, a cuatrocientos metros se erguía una loma
engalanada con mezcaleras y nopales. Los caballos se encontraban casi en lo más
alto de la misma; y en efecto, todos veían fijamente hacia una dirección.
O
son wachos o ahí hay un venado, dijo
el ‘Diablo’.
Todos
buscábamos con los gemelos, empuñándolos con terquedad, necios por querer
encontrar algo, esperanzados, nerviosos. Que se mueva algo, que se mueva algo.
¡Ahí
hay un venado! Gritó el ‘Diablo’.
¿Dónde?
Ahí, atrás del mezcal que tiene un quiote en medio. ¿Dónde, caon? ¡Ahí, compañero, siga mi dedo! Y
me señaló. Y volví a subir los binoculares. ¡Y es macho! Golpes en el pecho,
trabas en mi respiración. Y lo vi. Me gustó. No iba a ponerme exigente a esas
alturas. Dos años soñando en cazar un cola prieta y por fin el sueño a unos
metros de mí. Tenía que tirar.
Me
recargué como pude en el barandal de la raca
tratando de calmar mi respiración, que se me escapaba del pecho cual bufidos.
Los nervios se habían apoderado de mí. Mientras tanto, unos me urgían a bajarme
del coche; otros decían que ese venado no tardaba en correr. Había llegado el
momento de que tenía que disparar.
El
venado recorría el filo de la cima de la loma, recortándose con el cielo y la
cabeza erguida. Iba a paso lento, mas no andaba con parsimonia. Así lo seguí
durante una eternidad enfrascada en un par de minutos, hasta que se detuvo.
Pero se detuvo justamente en el instante en que jalé el gatillo. ¡Uy,
compañero! ¡Le erró! Pero por poquito. Buen tiro. Entonces me helé.
Fallé.
No puede ser. No puede ser. No me lo puedo creer. ¡Carajo! ¡Puta madre! ¡Me
lleva…! ¡Chingaos! ¡Ah, pero qué pendejo! Años queriendo cazar un cola prieta;
y te sale; y apuntas; y fallas. Es que la camioneta se movía mucho; es que
todos estaban trepados en la camioneta; es que me hicieron bolas; es que debí
haberme bajado del coche; es que no te debiste precipitar. Deja de ponerte
pretextos. Fallaste. Por lo que sea—por güey—, pero fallaste.
En
esas tribulaciones andaba, lamentándome, quejándome, cuando me interrumpieron.
¡Bájese compañero! Vamos a buscar a ese venado.
Continuará.
a toda madre mi enoc......
ResponderEliminarMuchas gracias, mi querido Ale. Un fuerte abrazo.
EliminarMuy Buen Relato Compa Saludos.
ResponderEliminarPD: Lo unico que no te creo de este Relato es que el Meño se haya puesto hacer algo jejejejejejeje y menos comida jejejejeje
Muchas gracias. Un fuerte abrazo
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