Sobre la hojarasca

El latido de tu corazón comienza a sofocarte. Sientes los violentos martillazos en el pecho. Tratas de controlar tu respiración, pero por más que te esfuerzas se te escapa del cuerpo como bufidos estruendosos y delirantes. Contrólate. Respira profundo. Tranquilo. Sin embargo, cualquier intento por serenarte naufraga en la excitación y el nerviosismo. Estás totalmente exasperado. Caminas lentamente con tus sentidos agudizados. Todos los sonidos estallan con una nitidez increíble en tus oídos. Comienzas a creer que estás haciendo mucho ruido y aún te quedan diez metros por recorrer para estar a buena distancia. Y tu aliento como una tormenta, y tu palpitar como un terremoto. Mas nada truena como la hojarasca bajo tus pies, bajo tus botas. Eres un cazador. Caminas lentamente sobre la hojarasca. Cinco metros más por recorrer. Debes llegar a esa roca grande para poder mampostearte. Y llegas. Y ahí está… con toda su belleza y esplendor, imponente, ocupando todo el universo y absorbiendo toda la existencia. Lo vislumbras detenidamente, casi perplejo; te desconcierta tanta inmensidad y hermosura. Por un instante olvidas la impetuosa fogosidad. Luego apuntas.

jueves, 4 de junio de 2015

Del retorno a la selva. Un breve diario sobre mi cacería de temazate




Viernes, 20 de marzo de 2015

La respiración y el céfiro del monte se funden en un abrazo febril. Arriba el sol ya amenaza con bañar la sierra con su luz cálida y encendida. Alrededor los árboles bailan al compas del viento y la naturaleza canta la sinfonía de la vida. La música la hacen el correr del agua del arroyo, el chiflido del gorrión, la hojarasca que se rompe bajo la suela de la bota, el crujir de las ramas, el pandero de las hojas, el zumbido de los insectos, el aullido del mono. Pero también están los insonoros impactos de las patitas de las arañas en la piedra, la fricción silenciosa del gusano en la madera, el salto temerario de la famélica garrapata. Y claro que muy en el fondo, donde se juntan la esperanza y el miedo, en la imaginación, un jaguar puja, respira con violencia, arroja resoplidos impetuosos que, junto con la majestuosidad de su pisada en la hierba, hacen temblar de terror y emoción.

El lugar, Campeche. ¿Cuándo? Pronto. Pronto…

Miércoles, 29 de abril de 2015

Llevo dos horas en la aguada, y nada. Son las 8:30 de la mañana.

El día comenzó como todos, a las 4:30 de la madrugada. Agua en la cara, café, jugo y una galleta. Antes de salir una cepillada de dientes y listo. Fresco y con algo en el estómago para aguantar.

Cuando salí de mi tienda de campaña me percaté que la luna se escondía detrás de una capa espesa de nubes negras, pesadas, que desde las alturas amenazaban con dejar caer un aguacero sobre la selva, sobre nosotros. Todo indicaba que los pronósticos iban a acertar.

Hoy va a llover. De alguna u otra forma ya lo sabía. El iPhone lo pronosticaba. Me alegra que vaya a llover. Ya urge un poco de lluvia. El pavo ya está escondiéndose detrás de un cada vez más infranqueable silencio; se ha tornado imposible acechar a la presa, porque la maleza, la hojarasca, que cruje con insolentes estrépitos bajo mis pisadas, me delata con facilidad. El agua hará más silenciosos mis pasos y volverá a hacer cantar al bello ocelado. Es momento de que llueva.

Son las 9:15 de la mañana. Por fin algo de movimiento: primero un coatí, un chico solo. El pequeño mamífero entró haciendo un ruido que me heló el corazón. Y es que quien ha esperado en una aguada en la selva, debe saber que cada que se escuchan pasos aproximarse, los nervios se disparan y la tensión se vuelve tan densa que llega a amenazar con asfixiar a quien la siente.

El tejón estuvo merodeando en las cercanías durante cinco minutos, para posteriormente desaparecer en la selva por siempre.

Ptsss…psss…ssssss…trick…rack…click…clock…ps

—No te muevas, ahí viene algo — me dice Daniel—. Tate quieto…

Me abrazo a mi escopeta; mantente petrificado, me digo a mí mismo; no puede ser otro tejón. Estos pasos se escuchan más sutiles, más delicados. ¿Será el temazate? Por favor que sí sea. Mis ojos danzan en busca de algo, tratando de captar cualquier movimiento. Pero mi cabeza no se mueve. La mantengo inmóvil sobre el cañón de mi Browning Diana grade de dos cañones.

Los pasos se detienen, y acto seguido un silencio sepulcral se instala alrededor de nosotros. El viento deja de soplar, la vegetación suspende su baile y las aves su canto; y yo miro de reojo a mi guía tratando de que se note un signo de interrogación en mis pupilas; y Daniel no me dice nada; y yo, susurrando, ¿qué onda? Y que nada, que es una zorrita; y con un gesto usando las cejas señala a unos cinco metros a mi izquierda; y cuando volteo veo al sigiloso canino, luciendo su figura cautelosa y fina, bebiendo de la aguada desconfiado y con reserva.

10:30 AM. No tarda en llover.

Ahora sí se siente que ahí viene la lluvia. El viento ya sopla con fuerza, levantando la maleza, agitando la vegetación, humedeciendo el entorno.

Estuvimos viendo a la zorra durante un par de minutos, hasta que simulé un disparo y salió pitando hacia la infinidad de la selva. Luego se llenó la aguada de faisanes: unos cuatro hocofaisanes y unas diez bolonchanas nos entretuvieron con sus peleas, sonidos y aleteos. Son aves bellas. El macho con su pico cubierto por el moco amarillo, amarillo piolín; y la hembra, en mi opinión más bella, con su plumaje deslumbrante, pinto, blanco, café, gris, negro. Son esplendorosas, hermosas criaturas que también se les caza con el oído si no es en la aguada. Esto a causa de que los machos pujan. Y los guías llevan al cazador en dirección a esos pujidos graves, que si bien no son sonoros; no obstante, recorren la selva tenuemente hasta alcanzar los oídos de los cazadores.

Un pajarito rojo. De un rojo carmesí, escarlata, ardiente. Me recuerda a Graciela, quien me dijo un día muy importante que un ave con esas cualidades significa buena suerte. Es un buen augurio. Suerte es todo lo que necesito. Ese pajarito rojo la traerá, mi amor.

En la selva el ruido y el movimiento son los peores enemigos de las presas.

Me detengo un momento a pensar, he tenido mucha suerte en el agua. ¿Pero qué tanto es mucha? ¿Bajo qué parámetros? Pues sí, mucha. ¿De verdad? Yo creo que sí. He visto hasta este instante de todo, menos temazate. ¡Que es lo único que te interesa! Sí, mas no podemos descartar al jaguar. ¡Lo viste! A veinte metros. ¡A veinte metros! Eso sí. Mi mirada se perdió entre sus colores, sus manchas, su suntuosidad y belleza.

Sucedió la primera mañana (el viento sopla ahora con más fuerza). Yo dormía en la hamaca. El tedio me arrulló, pues la cacería había empezado inmóvil, silenciosa, húmeda, con comezón, con diminutos insectos recorriendo mi cuerpo. Salvo el tapir que nos topamos caminando hacia la aguada, no habíamos visto nada. Así que me quedé dormido. Y dormía, dormía profundamente cuando sentí la mano de Daniel, gentil y casi imperceptible sobre mi hombro. Al sentir el tacto, abrí los ojos alarmado. ¡El temazate! (ya va a llover) Miré a mi guía casi asustado, y justo cuando mis labios pronunciaron la palabra me dijo que no; y en un susurro, me reviró, ¡…el tigre…! ¿Dónde? Inaudible. Y con las cejas. No te muevas, apenas en un bisbiseo. Y entonces lo vi.

A veinte metros de mi cuerpo, que yacía sobre la maleza, vi al enorme y solemne felino, cuya piel parecía revestida de fuego, luz y sombras. El animal estaba echado, inalterable, mirando hacia mi guía y yo. Ambos contemplábamos al jaguar absortos. La belleza de éste nos tenía pasmados, embrujados. Pero no podíamos movernos un centímetro, evitábamos incluso respirar. Se percibía el nerviosismo y la alerta del animal (ya caen del cielo las primeras gotas); se sentía en la piel del gato, pues no se notaba, pero habíamos trabado éste y yo tal contacto que notaba su piel y mi piel cómo se erizaba, cómo recibía el calor y se cubría lánguidamente de gotitas de sudor. Lo vi. Vaya que avizoré a ese jaguar, el primero que veía en mi vida. Detrás del tigre, se advertían la hojarasca de colores bronce, cobre, café, gris, y sobre ésta el verde vital de la selva. De pronto, cuando la hipnosis fue menguando, traté de fotografiar a la fiera, pero cuando me moví, ésta ya había desaparecido por siempre entre la espesa vegetación, dejando detrás y en mi interior, una sensación de asombro, nostalgia, pasión y embelesamiento.

— ¡Ámonos que ya se vino la lluvia! —me dice Daniel, que rápidamente descuelga su hamaca, coge su puñal y se dirige al camino.
—Vámonos, pues — le respondo—. No estuvo mal, ¿no? Ora sí vimos de todo… ¡Madres! Ya está lloviendo fuerte.

En cuestión de minutos la selva se empapa. El cielo de repente se desprende de la inmensidad de las alturas y nos cae encima en forma de tormenta. Ha dejado de soplar el viento, es solamente la lluvia caer incesante.

Llegamos a la brecha. Acto seguido, emprendemos una corta carrera hacia el jeep. Al alcanzarlo, Daniel saca una lona azul llena de agujeros la cual tratamos de usar de techo para resguardarnos un poco del agua. Sin embargo, al poco tiempo la humedad se torna insoportable y decidimos salir. Estamos empapados. Pero no importa. Son las once y media de la mañana. Tengo el presentimiento que esta lluvia significa buenas noticias. Porque viene a cambiarlo todo. La hojarasca dejará de delatarnos, la fauna se moverá; mas sobre todas las cosas, creo que esta agua dota de aventura y dramatismo este micro diario.

— Vamos a caminar un rato, Daniel.

Pérate tantito y vamos.

Aguantamos a que escampe un poco.

11:48 AM

El cielo por fin se tranquiliza. Es hora de movernos. Así que comenzamos a caminar lo más lento posible sobre una brecha que le latió a Daniel. Que es bueno que llueva; que porque la lluvia hace que los animalitos se muevan; que porque las aguadas ya se estaban secando; que porque el pavo no está cantando; que porque cuando llueve uno puede cazar mejor porque no hacen ruido las botas en la hierba.

Me señala un rascadero y justo en el momento que me agacho a ver con atención la ramita rascada, del otro lado del camino escuchamos:

¡Fiiiiiiii! ¡Fiiiiiiiiii! ¡Fiiiiiiiiii! Y el ruido se aleja paulatinamente… ¡Fiiiiii! ¡Fiiiiii! ¡Fiiiiiii! Y el ruido se pierde en la selva…

—¡No chingues! —ahoga un grito Daniel— Ahí’taba el temazate…

—No manches. ¿Como a cuánto?

—Como a cuarenta metros.

—No…no…no… ¡No puede ser, chingaos!

Amos a ver si lo encontramos.

12:06 PM

Buscamos el rastro. Nada. Daniel camina con sigilo, lento, sin perder la vista del suelo. Se fija en las ramitas, en la tierra. Hasta que por fin encuentra lo que pueden ser las huellas de temazate volando sobre la tierra huyendo de nosotros.

Y empieza la caminata. Cada paso lo damos con cautela, tratando de pisar firme, de no arrastrar las botas. Tenemos que andar silenciosos. Cualquier tronquito que se quiebre, cualquier sacudida de la vegetación, pueden alertar al pequeño cérvido y asustarlo. Sin embargo, no vemos ni escuchamos nada que se parezca al cabrito. Solamente el cantar de las aves que vuelven a deleitar con su música, las gotitas caer, nuestras respiraciones, el latir de los corazones. Nada más.

Llegamos a una barranca y tomamos la decisión de regresar al jeep. Ni hablar (la temperatura asciende).

12:59 PM

Tomamos cada quién una botella de agua y bebemos. La selva se ha calentado. Se siente un calor húmedo y violento. El cielo se ha despejado y sobre nuestros cuerpos caen unos rayos de sol candentes y avivados. Nuevamente la selva brilla. El gris que se había instaurado entre la vegetación se ha disipado, dejando nuevamente claras y coloridas las ceibas, los zapotes y la tierra.

—Hoy no quiero regresar hasta que cacemos, Daniel. ¿Cómo ves?

Pos bien. Para eso trajimos lonches. Vamos a caminarle a otro lado y si nos da la tarde, te llevo al pasadero al que fuimos la primera tarde.

Ta bueno.

—De todas formas voy a manejar pasito, lento, así como si fuéramos caminando… y, ¿quién quita? Igual y sale, como aquella vez.

Se refiere a la vez que se me fue el temazate. Siento una punzada en el estómago y un fogonazo de ansiedad me recorre las venas.

—Vamos, pues.

13:22 PM

El jeep avanza lentamente. Daniel y yo buscamos en ambos lados de la brecha. Buscamos un temazate. Pero en realidad lo que queremos captar es cualquier movimiento o ruido que brote de la espesura del monte. O que algo rojee, o brille al recibir una chispa de sol.

13:29 PM

Daniel dice que por aquí debe andar el temazate. Aquí el sol deja de acariciar el suelo, ya que las copas de los árboles son tan densas que la zona se siente casi oscura.

13:37 PM

El jeep se detiene en seco y Daniel, tenso, rígido y ardoroso señala hacia un punto de nuestro lado izquierdo; su brazo está tenso, tiembla. De pronto la cabina del jeep se llena de nerviosismo y convulsión. El guía no habla, solamente señala con desesperación.

Mi cuerpo arde, siento el corazón revolcarse y oscilar con fervor dentro de mi pecho. ¿Dónde, dónde, dónde, dónde está el temazate? Que no vuelva a pasar lo del año pasado. Pero afortunadamente no tardo más de unos cuantos segundos en encontrarlo.

Entre una orqueta diminuta alcanzo a ver la colita del cabro que se mece, con parquedad. Ahora siento la sangre que corre por mis venas hervir.

No disparo porque no tengo tiro. Así que le digo a Daniel que trate de moverse poquitito, poquitito hacia delante. Y el jeep avanza un metro y el temazate desaparece; y yo que un poco más; y el jeep avanza otro metro y vuelvo a ver la piel del cérvido brillar. Mis sentidos se agudizan, alcanzo a distinguir cada pelo del lomo del animal. Pero aún no quiero arriesgarme. Traigo dos tiros de BB y no hay tiempo para cambiarlos. Sigo sin un tiro claro.

El temazate está arqueado, con el hocico clavado en la tierra.

… Tengo tiro. Jalo el gatillo. Disparo...

¡Pum!

Una milésima de segundo. Todo se vuelve difuso. Ahora veo claro al temazate dar media vuelta. Tiene las patas apuntando hacia el aire y veo con claridad la panza del venadito. Ese animal no requiere de otro tiro. Concluye un segundo. Tal vez dos. Y escucho a Daniel decir que ¡huevos! Y abro la superpuesta y saco el cartucho percutido. La dejo abierta cuando me vuelvo hacia mi guía, que está sentado en el asiento del piloto sonriendo. Recargo el arma en el parabrisas que reposa sobre parrilla del jeep. Y abrazo a Daniel.

¡A huevo! ¡A huevo! ¡A huevo! ¡Ya chingaste! ¡Ya chingué! ¡Lo logramos! ¡Te dije que iba a salir! ¡te dije!

Nuestros gritos se confunden.

13:39 PM

Me siento embriagado por una emoción febril, ya que este es de los momentos más importantes de mi vida como cazador.

Me bajo del jeep con torpeza. Los nervios y la emoción han atrofiado mis músculos. Daniel me lleva unos metros de distancia. Ambos nos precipitamos hacia el temazate abatido. El guía con agilidad; yo vacilando.

Y escucho un grito: ¡machito, machito, bendito Dios! ¡Ya chingaste!

Corro.

13:40 PM

Ante mí yace un bello temazate en paz. En su rostro cicatrizado y en la cornamenta destrozada, pues solamente le queda un cuerno, se puede notar que vivió plenamente y con energía. El tiro fue perfecto. Las postas se incrustaron en todo el hombro. El cartucho BB y el cañón full resultaron perfecto maridaje para consumar un abate humano y ético. Así que me hinco ante el trofeo, poso mi mano delicadamente sobre su cuerpo y brotan esos sentimientos entremezclados de nostalgia, euforia, gratitud y añoranza. Éstos se traducen en una disculpa no expresa, pero sentida; en un agradecimiento que no se manifiesta, pero se siente en lo más hondo del corazón; en una pena sutil, de ver la vida extinta, mas enaltecida; en euforia, por la belleza de la caza y la inminente inmortalidad que dota y brinda esta actividad tan compleja y divina.

Jueves, 30 de abril de 2015

La felicidad, lejos de extinguirse, de menguar, sigue esparciéndose y latiendo en mi interior.

Festejo todo el día con mis amigos. No hay tiempo para escribir. Ya escribiré de regreso. Por el momento, a seguir celebrando.

Viernes, 1º de mayo de 2015

Último día de cacería. La expedición ha llegado a su fin. Mañana comienza el regreso. También es cumpleaños del ‘Primo’. Día de los Mártires de Chicago. 

Sigo repitiéndome a mí mismo, entre un sentimiento de paz y placidez, que lo logré. Lo logré. Tantos años intentándolo; tantos intentos fallidos; tantos momentos que me incitaban, me empujaban a doblegarme, a capitular. Pero no me rendí nunca. Seguí adelante y lo logré.

Ha sido una cacería maravillosa.

A seguir celebrando. Turbo.

Martes, 26 de mayo de 2015

Todo indica que con la cacería de Campeche, con la caza del temazate, por fin completé la colección de los venados de México. Así que en febrero iríamos a Monterrey para la premiación. Parece ser que desde hoy soy acreedor al Premio Hubert Thummler a los Venados de México SCI. Fueron muchos años, cuatro años con sus días y sus noches, de esfuerzo. Lo logramos. Y sucedió en Silvituc, a 80 KM de Guatemala, en la selva de Lerma en Campeche.

Los venados fueron los siguientes: Yucatan Gray-brown Brocket Deer, Carmen mountain white-tailed deer, Mexican texanus white-tailed deer, Mexican central plateau white-tailed deer, Central American white-tailed deer, Mexican gulf coast white-tailed deer

Ahora debo empezar un libro, o más bien una antología de las crónicas de todos los venados que he cazado, los enlistados anteriormente. La próxima semana empiezo a escribir. Espero tener ese libro terminado para julio, o a más tardar agosto.

Silvituc, Campeche 2015

Gracias a Alfredo Lamadrid Cossío, de Balam México, nuevamente. Un abrazo, amigo. Muchas gracias, de verdad.


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