Sobre la hojarasca

El latido de tu corazón comienza a sofocarte. Sientes los violentos martillazos en el pecho. Tratas de controlar tu respiración, pero por más que te esfuerzas se te escapa del cuerpo como bufidos estruendosos y delirantes. Contrólate. Respira profundo. Tranquilo. Sin embargo, cualquier intento por serenarte naufraga en la excitación y el nerviosismo. Estás totalmente exasperado. Caminas lentamente con tus sentidos agudizados. Todos los sonidos estallan con una nitidez increíble en tus oídos. Comienzas a creer que estás haciendo mucho ruido y aún te quedan diez metros por recorrer para estar a buena distancia. Y tu aliento como una tormenta, y tu palpitar como un terremoto. Mas nada truena como la hojarasca bajo tus pies, bajo tus botas. Eres un cazador. Caminas lentamente sobre la hojarasca. Cinco metros más por recorrer. Debes llegar a esa roca grande para poder mampostearte. Y llegas. Y ahí está… con toda su belleza y esplendor, imponente, ocupando todo el universo y absorbiendo toda la existencia. Lo vislumbras detenidamente, casi perplejo; te desconcierta tanta inmensidad y hermosura. Por un instante olvidas la impetuosa fogosidad. Luego apuntas.

domingo, 28 de febrero de 2016

No se deje engañar por el animalista, escuche al cazador


El animalista, hablándole como le habla una madre boba a un bebé, besa el hocico del perro. Y el can, con su lengua infestada de bacterias y heces, le llena los labios al vegano de saliva animal. Mientras tanto, allá afuera una madre besa por última vez al niño que murió de hambre, desnutrido. Debido a que no hay suficiente proteína para alimentar a la humanidad. Pero eso al amante de los animales parece importarle poco. Lo que pareciera ser que celebra, es que ha desaparecido del orbe una boca más, una amenazadora y glotona boca más, que pudiera comerse una vaquita o un pollito o un cerdito del mundo. Porque los adoradores de los animalitos pueden sentir afecto por esas criaturas y no empatía con la gente. Le recitan poemas a sus gatitos, los arrullan con tarareos de melodías de cuna, mas rugen con sus inquisidoras voces contra el hombre llano y que va a pie o a caballo. Son fundamentalistas del neo veganismo, que adoran a las bestias sin haber estado en contacto con ellas. Y ahora quieren que todo mundo comparta su enferma y trastornada zoofilia radical. Quieren imponernos su galanteo obsesivo por los animales.

Así que absténganse cándidos y simplones de caer en la trampa de los fulleros del color verde. Prestidigitadores de las emociones, estos nigromantes urbanos lejos de querer engañar los sentidos de sus espectadores, buscan enredar los sentimientos de los más ingenuos de los peatones. Al igual que sus similares, estos magos ecologistas también usan conejitos y palomas para su performance. Sin embargo, lo que los distingue del resto de los ilusionistas, es que a los que me refiero no desaparecen al animalito, sino que lo iluminan para que los aspectos más tiernos de la criatura sean exaltados y toquen las fibras más sensibles de los idiotas que atestiguan el espectáculo, para que así, embaucados con el espejismo, se traguen la charlatanería animalista y olviden su esencia humana.

Lo peor de todo es que esta moda, esta quimera de atizar los derechos fundamentales de los animales —¡haga el canijo favor, estimado lector!—, ha comenzado paulatinamente por devenir moda y amenaza con convertirse en idiosincrasia de la clase media del siglo veintiuno. Por eso no han sido pocos los mañosos y oportunistas legisladores que han lucrado políticamente con el cariño febril de unos cuantos por los animales. Consecuentemente, los pillos y sagaces políticos que integran el Poder Legislativo han intentado prohibir la fiesta brava, los circos con animales, la cacería, la charrería, los zoológicos e incluso la equitación. En algunos casos, dichas prohibiciones han prevalecido. Y consumada la prohibición, la clase política voltea la página, pasa a otro tema e ignora los desastrosos efectos secundarios de sus ignorantes y dañinas leyes animalistas: cirqueros desempleados; toros de lidia sacrificados; leones, tigres y elefantes abandonados.

Resulta ridículo, bochornoso, que en un país donde queda tanto por hacer y trabajar en materia de Derechos Humanos, nuestros diputados y senadores pierdan el tiempo legislando falacias tales como reconocerle derechos a los animales, ya que es evidente que más bien se trata de un tema de obligaciones de los ciudadanos; como verbigracia la obligación de respetar y no maltratar a ninguna especie animal. Obligación que es fundamental dentro de una sociedad moderna. Sin embargo, entre estar obligado a respetar a los animales a reconocerles el derecho a la vida hay una inmensa brecha de lógica que separa estos dos aspectos. Y aunque, suponiendo sin conceder, todos los seres vivos gozaran del derecho fundamental a la vida; inconcusamente dicho derecho por ningún motivo se ponderaría sobre el derecho a la vida del que sí gozamos los seres humanos. Por consiguiente, proyectos de leyes prohibitivos que pretenden acabar con el aprovechamiento sustentable de la fauna atentaría en múltiples áreas geográficas, políticas y sociales en contra del derecho a obtener alimentos mediante la caza, por dar un ejemplo.

Si bien lo expuesto anteriormente podría interpretarse filosóficamente como discriminación por especie, también denominada especismo; no obstante, es importante que, tal y como lo menciona el reconocido ecólogo, el Dr. Gerardo J. Ceballos, Investigador Titular de tiempo completo del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México, “es necesario hacer una evaluación de la cacería desde un punto de vista técnico, de modo que resulte lo más objetiva posible. Para esto, se tiene que hacer a un lado la parte filosófica. De pronto es fácil calificar cualquier actividad humana como ‘buena’ o ‘mala’, y está bien. Pero tenemos que entender que la posición filosófica no corresponde a la técnica o científica”[1]. Y esto último es un problema que se manifiesta con frecuencia en el momento en que se entablan debates en torno a la caza: se confrontan por un lado la postura del animalista, basada principalmente en cuestiones morales o sensibles; y por el otro lado la posición del cazador, asentada en razones económicas, lógicas, científicas. Consiguientemente, salta a la vista que lo que aviva la llama animalista en el pecho de los verdes es básicamente la ignorancia y su sensibilidad.

El problema de la afectividad y el sentimentalismo de los amantes de los animales, es que esta emoción ha opacado y desplazado su facultad para socializar o sentir empatía por sus semejantes los hombres. Es por esto que se alarman y se inquietan ante la violencia en contra de las bestias, pero reaccionan con más rudeza y brutalidad contra los humanos que por medio de su sapiencia aprovechan de estas criaturas para el beneficio de la sociedad. El verde tiembla de indignación por la sangre derramada por el toro de lidia, y en ese carmesí líquido y ardiente encuentra motivos para desear la muerte y el sufrimiento al torero, un hombre, tan hombre como el más falso ecologista, incluso más hombre que aquél.

Cuando el verde despotrica contra la cacería o la pesca, ignora los provechos y las gracias de la proteína animal. También hace caso omiso del hambre que tanto aqueja a la humanidad. Problemática que bien podría ser menguada en nuestro país mediante la caza regulada.

En México, año con año, se tramitan cintillos para que dentro de las Unidades de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre se aprovechen alrededor de 60,000 venados cola blanca. Sin embargo, debido a que aún no se regula de manera contundente la caza en este país, dentro de rancherías, ejidos y comunidades rurales se extraen de manera ilegal hasta 240,000 ejemplares de este cérvido [2]. Esto se traduce en circa 15,000 kilogramos de carne orgánica, limpia de hormonas, sin antibióticos, de animales libres y sanos— a $150.00 pesos el kilo, haga usted la cuenta si supiéramos aprovechar esto—. Lo que a su vez significa que además de la derrama económica que deja la actividad cinegética en las zonas marginales del país, los campesinos, ejidatarios y comuneros, mediante el aprovechamiento extractivo sustentable del venado obtienen proteína y recursos para la alimentación de sus familias y mejora de sus condiciones de vida. Esto concientiza a que decaigan prácticas de cacería furtiva y genera interés en el cuidado y conservación del odocoileus virginianus, que por consecuencia implica la preservación del ecosistema en donde este ciervo habita.

La cacería legal ha logrado revalorizar la fauna silvestre. El turismo cinegético ha dotado de valor pecuniario a las especies que son susceptibles a ser aprovechadas para su caza. Gracias a ello, animales como el venado cola blanca, el venado bura, el venado temazate, el puma, aves como el guajolote o las codornices representan para los terratenientes de sus hábitats naturales un negocio. Un negocio interesante y fructífero, por lo que se avocan al cuidado de estas especies, para que acudan cazadores al área a pagar por poder darles caza. Para la realización de estas cacerías se requieren guías, choferes, taxidermistas, cocineros; es decir, la caza también genera empleos. Así que se conforma un circulo virtuoso en el que la cinegética fomenta la conservación, el desarrollo económico y sustentable, empleos y mejora las condiciones de vida de las personas que viven en las zonas donde se puede cazar, que suelen ser las más pobres del país.

Dicho lo anterior, si no tuviésemos una clase política mentecata y frívola, holgazana y oportunista, tendríamos programas como la Cruzada Contra el Hambre, pero en lugar de repartir choco-roles, gansitos, papitas y donitas, abasteceríamos de carne de caza a las comunidades más necesitadas los cazadores y gobiernos locales en conjunto.

Pero no solamente la politiquería facilona y esa chusma simbolizan un obstáculo. El mayor de los atascos está personificado en el pazguato que anda a paso lento, con las manos en los bolsillos, con la cara grasa recubierta de una barba rala e incipiente, que lleva en los labios resecos un cigarrillo y en los oídos sucios sus audífonos coloridos que se acomodan en su espeso y casposo pelo. Ese tipejo que en su vida ha respirado el aire limpio de las sierras o ha sumergido sus manos en el agua helada de un arroyo, también representa un reto para la conservación de las especies. Porque cautivado gracias a las fotografías de bosques y montañas que sirven como salvapantallas de su computadora, se considera un ecologista consumado y convencido. Y porque adora a su bulldog francés, se llama a sí mismo un animalista radical, predicador de la izquierda mugrosa y artificiosa de los verdes. Esos ambientalistas del Facebook o del Twitter, rijosos y persecutores en el mundo virtual que sueñan con amarrarse a un árbol, son los que pretenden acabar con lo que queda virgen del planeta y con nuestro derecho a disfrutar de esas hermosas tierras.

No veo al ecologismo adulterado de los neo veganos derramar tres millones de dólares en Baja California. Tampoco veo una derrama económica de parte de los animalistas de cincuenta millones de dólares en Sonora. O que los vegetarianos gasten en restaurantes especializados seis millones de dólares en Nuevo Laredo, Tamaulipas. ¿Así que qué están haciendo ellos por el planeta?

En conclusión, ignoren los alaridos de los animalistas. Nunca antes el que hizo más ruido ganó el debate. Escuchen los argumentos y hagan caso a la lógica. Los animalistas echan mano en reiteradas ocasiones a falacias, al argumentum ad baculum, queriendo imponer su opinión mediante el amedrentamiento, el lenguaje soez, la violencia física y verbal, las amenazas, la bravata, la fuerza en general, de alguna u otra manera—cargada de diversos modos—. Y la falacia más común que usan es el argumentum ad passiones, que consiste en apelar a las emociones del interlocutor, adversario o auditorio, en su caso. ¿Por qué? Porque los argumentos que esgriman en casi todas sus intervenciones van enfocados en alarmar, en tocar fibras sensibles. Éstos van nutridos de sentimientos y dirigidos para generar a su vez sensiblerías. Pero en ningún momento usan argumentos válidos. Jamás apelan a la lógica. Por eso es que pobre animalito, es que mataste a un ser vivo, es que no te había hecho nada cuando le arrancaste tu vida, es que no tienes derecho a matarlos. Todo esto forma parte del cuerpo de una gran falacia: la cacería es mala. Por consiguiente, es importante que los cazadores argumentemos siempre de manera lógica, con nuestras premisas bien organizadas, para poder convencer y defender en todo momento nuestra postura: la cacería no solamente representa un derecho, sino que también es una necesidad. Una eventual prohibición de la caza regulada vulneraría nuestros derechos como ciudadanos y cazadores; y peor aún, significaría una terrible terrible transgresión contra los avances en materia de conservación de fauna silvestre y preservación de ecosistemas que se ha logrado gracias al fomento y los beneficios de la actividad y el turismo cinegético.

A crear conciencia.



[1] Tomado de Caza deportiva en México: ¿matar para conservar o maltrato animal?, de Paola Ramos Moreno. En http://www.sinembargo.mx/04-10-2015/1465792 Ciudad de México, a 22 de febrero de 2016. 11:33 AM.
[2] Villarreal, G., J.G. Guía de campo para el cazador responsable de venado cola blanca. Octava edición. Consejo Estatal de Flora y Fauna Silvestre de Nuevo León, A.C., Et. Al. Monterrey, Nuevo León, México. 11- 13.

lunes, 22 de febrero de 2016

El Matusalem del rancho


Dr. Stan Mendoza

Todo comenzó con esos cuatro avistamientos previos de ese buen ejemplar de venado macho acapulcencis durante esos recorridos de trabajo y vigilancia en el rancho de mi padre.


Cada que lo veía, me embargaba una emoción difícil de describir. Lo metía en la mira del arma que llevaba en todas las ocasiones. Pero tenía la encomienda de esperar para poder disparar hasta que comenzara la temporada hábil (lo cual no fue nada fácil). Asimismo, debía mantener la esperanza de que sobreviviera a los embates de los cazadores furtivos de la zona.

El apodo ‘Matusalem’ surgió del relato de una cacería en el estado de Sonora donde asistió un gran amigo; el "Dr. Chi”. Mi amigo cuenta que durante esta cacería —su primer cacería en el norte—, sólo un compañero logró abatir un venado. Era un ejemplar viejo, con cornamenta irregular y atípica, de esos que nombran de manejo, al cual apodaron "Matusalem" en forma despectiva. A este ejemplar no le dieron el valor que merece una presa, pues no aprovecharon ni toda la carne ni las astas.

Coincidimos con el "Dr. Chi" en la plática en que si hubiera sido presa abatida por cualquiera de los dos, le hubiéramos hecho fiesta, aprovechando al máximo todo. Con esta filosofía, me quedó presente este apodo y lo trasladé a este animal con el cual me llegué a encontrar en el monte.

Se abrió la temporada hábil de cacería de venado, el último viernes de noviembre en Michoacán. Era la oportunidad que tenía de buscar a "Matusalém".

Al hacer recorridos en el rancho llegué a encontrar cartuchos detonados de escopeta en las zonas donde había tenido esos avistamientos, y donde por los rascaderos, huellas y heces suponía que era territorio de ese venado. En esos momentos pensé que nunca más vería a ese bello ejemplar.


Fue en la madrugada del ocho de enero, poco antes del amanecer, cuando partimos con mi primo, casi-hermano, "Nacho", compañero de cacerías con el cual he tenido mucha suerte.

Partimos en mi buen caballo de hierro, "el Vocho".


Llegamos al rancho con muy buena vibra y altas expectativas, ya que en los recorridos previos que había hecho, había visto mucho rastro de pecarí y venado.

Así que al llegar al rancho, acomodé a Nacho en una zona buena para el acecho y yo seguí mi camino por el monte, al mero estilo que me gusta, o sea al rececho o ‘campeando’.

 

Caminé unas dos horas aproximadamente, tiempo en el que solo vi rastros, hasta terminar en la zonas del territorio de "Matusalém".

A las 9:45 AM aproximadamente subí una loma con vegetación escasa, y al voltear a mi derecha, como a unos treinta metros, ahí estaba: le salía medio cuerpo de un matorral y me volteaba a ver completamente inmóvil. ¡Igual que la primera vez que lo vi!

Llevaba al hombro mi rifle Winchester modelo 70 calibre .243. La adrenalina fluía como en pocos momentos; sin embargo, hice el movimiento de encare, con el animal dándome el tiempo de apuntar y quitar el seguro. El cola blanca parecía como disecado. Apunté al codillo y disparé.

 Al disparar vi que el ciervo hizo un extraño, como reparando, y salió corriendo, faldeado hacia la barranca donde hay un arroyo.

Cuando corrió el cola blanca vi que hizo otro movimiento raro, como queriendo caer.

No pude seguirlo inmediatamente, porque nos separaba una barranca con mucho monte de sierrilla. Por lo que tuve que rodear un poco para llegar a la zona donde se encontraba cuando disparé.

Al llegar al área donde se encontraba el venado cuando le tiré, me dispuse a  buscar rastros de sangre, pero no los encontré.

Entonces comencé a a sentir frustración y miedo por perder este animal. Por mi mente pasaba que solo lo había herido levemente.

Seguí la ruta que tomó el animal, con la suerte de que el monte no está muy cerrado en esa zona; después de unos cincuenta metros de caminar sin ver sangre, escuché ruidos a unos ochenta metros; y fue en ese momento cuando vi cómo el animal se echó muy cerca del arroyo, de espaldas a mi, aun con la cabeza levantada.

Lo metí en la mira nuevamente, previo comprobar que se trataba del mismo animal. Como veía que aún no estaba muerto, decidí apuntarle al cuello y le solté el segundo tiro, viendo cómo luego de la detonación quedó el venado tendido en el suelo.

Fue uno de los momentos más emocionantes y felices de mi vida.

Al llegar a ver de cerca tan bello animal, disfruté contemplarlo por unos quince minutos. Luego tomé algunas fotos de cómo quedó y lo preparé para cargarlo.

No tengo mucha experiencia aun en la edad de los venados, pero yo calculo que el venado tenía unos cinco años y pesaba unos cuarenta kilos, tratándose definitivamente un macho adulto.


Durante mi regreso, aprovechaba cada descanso para tomar fotos del animal, admirándolo en diferentes escenarios de su hábitat.



Llegué por fin con "Nacho" a compartir las emociones vividas. Tomamos varias fotos antes de colgarlo y nos tomamos unas cervezas para festejar.





Comenzamos a pelarlo con cuidado en el mismo rancho, ya que pienso inmortalizar con taxidermia a "Matusalem" en mi casa.

Al pelarlo, salieron las dos balas del .243 y una posta del 0 de algún cazador que no corrió con la misma suerte que yo.
Despiezamos la presa y pasamos con un amigo carnicero a que terminara de preparar la carne.

No dejamos pasar el tiempo y marinamos las costillas y después las comimos asadas al estilo "tupitina" (lugar donde me pasaron la receta).



Por último, nos juntamos con mi familia y la de "Nacho" para hacerle los honores a "Matusalem" y valorarlo con cada pedazo de carne y bocado al máximo.

Por la noche continuó el convivio con amigos y primos, cerrando así una cacería de ensueño que quedará por siempre en mis memorias.


Este ha sido mi mayor logro en la cacería, con la satisfacción de hacer todo siempre dentro del marco legal establecido por la ley de conservación de la vida salvaje, llevando a cabo la ética en el tiro y el calibre utilizado.

Definitivamente no es el venado más grande, ni más viejo ni con las astas más bellas que haya yo visto por estos rumbos. Pero sÍ es un gran premio a la perseverancia y persistencia por cuidar la zona del rancho de personas sin conciencia, que muchas veces matan por negocio y manchan y derrumban la practica cinegética responsable.



jueves, 18 de febrero de 2016

La importancia del Premio Hubert Thummler a los Venados de México

Humberto Enoc Cavazos Arozqueta y Don Hubert Thummler

* Del editor


Humberto E. Cavazos Arozqueta recibiendo el Premio Hubert Thummler a los Venados de México SCI 

El pasado viernes 11 de febrero del año en curso tuve el honor de recibir el Premio Hubert Thummler a los Venados de México SCI. Vale la pena mencionar que recibí dicho reconocimiento con un preponderante sentimiento de gratitud profunda. Porque gracias a dicha presea los paradigmas que engloban al universo de la caza del venado cola blanca en México han venido cambiando de manera paulatina y progresiva. Ya no hay una regla escrita sobre piedra, como antes la había, que dicte y guía la manera en que se deben cazar venados en este país. El rey tejano ha muerto. Las astas que superan los ciento cincuenta puntos ya no tienen el monopolio de los sueños y las aspiraciones del cazador venadero. Ahora hay más, mucho más.

Infiero que los cazadores mexicanos tenemos mucho que agradecerle al capítulo Monterrey del Safari Club Internacional por haber relanzado dicho premio en conjunto con don Thummler, uno de los más importantes cazadores y conservacionistas de México y el mundo, ganador, entre muchas otras condecoraciones, del Premio Weatherby. El impacto positivo que este relanzamiento ha teniendo ya es evidente.

El Premio Hubert Thummler fue relanzado con el objetivo de que cazadores nacionales y extranjeros se internen en la búsqueda de las siete subespecies de venado cola blanca, dos de venado bura y dos de temazate que habitan el territorio nacional y que a su vez son reconocidas por el libro de récords del Safari Club International. Lo anterior con la finalidad de que se regulase la caza en zonas donde no se acostumbraba su práctica de manera legal; para que en dichas áreas, la actividad cinegética dejara una derrama económica que beneficiase a comuneros y ejidatarios; y por supuesto para que con la cacería y los recursos que ésta genera se fomente la conservación de todos los cérvidos mexicanos, así como se preserven los ecosistemas donde aquellos habitan.

Gracias a este homenaje, materializado en un hermoso bronce, a don Hubert Thummler, muchos cazadores de venado hemos olvidado por unos instantes las majestuosas cornamentas de los grandes cola blanca, y hemos aprendido a suspirar, a veces incluso con más sentimiento y efusión, ante una canastita, seis por seis, perlada, gruesa, de un macho adulto de la costa del Pacífico, ya sea un acapulcensis, toltecus o oaxacensis. Esto se ha traducido en que las subespecies otrora marginadas e ignoradas como lo eran también las que habitan el sureste, thomasi, nelsoni, yucatanensis y truei, han adquirido valor cinegético y pecuniario. Actualmente, gracias al multimencionado premio, todas las subespecies de odocoileus virginianus son valiosas.

Lo anteriormente mencionado ha traído como beneficios, en primer lugar, que se  han constituido como Unidades de Manejo Ambiental, UMA, múltiples y diversas tierras ejidales a lo largo y ancho de la República. Esto último ha permitido que los habitantes de dichas zonas rurales, mediante el aprovechamiento extractivo sustentable, obtengan recursos económicos que han mejorado su calidad de vida. Por otro lado, también ha sido de suma importancia que la valoración económica del cola blanca y los recursos que su caza deja ha concientizado a los campesinos respecto de la importancia del cuidado del medio ambiente, lo que se refleja en una disminución importante en la cacería furtiva y en la mengua de tradiciones como verbigracia el comer tamales de venado los doce meses del año.

Hoy en día, la gente del campo sabe que cuidar a los venados cola blanca permitirá que acudan a sus tierras cazadores a pagar una importante suma de dinero por la cacería. De resultas, han optado por el cuidado del cérvido y preponderado esta actividad por encima de arar y cultivar la tierra, que es lo mismo a deforestarla; de obtener proteína por medio de la caza furtiva, que era la manera en que la obtenían; de cazar a los venados fuera de Épocas Hábiles autorizadas por SEMARNAT. Y todo esto, evidentemente, acaba por devenir en conservación de la fauna y preservación de los ecosistemas.

La cacería de venado en México debe ser el motor que impulse a la caza en este país, y debe reconocérsele como tal. A veces olvidamos la riqueza cinegética con la que cuenta la República mexicana; pero es una realidad; y es una realidad, en gran medida, gracias a la diversidad de fauna con la que contamos y en cuanto a la multiplicidad de especies y subespecies de cérvidos que tenemos. Por eso, el Premio Hubert Thummler a los Venados de México SCI debería ser un reconocimiento al que todo mexicano debiera aspirar. Por difícil y largo que parezca el camino, alcanzar la meta es posible para todo aquél que persevere, pues ninguna sierra es fácil de ascender; pero ningún ascenso es imposible.

Este galardón impulsa al cazador a recorrer los desiertos, las serranías y las selvas de este hermoso país. Es decir, funge como brío para que, los que nos proponemos conseguirlo, recorramos el territorio nacional recolectando los cérvidos mexicanos, que se encuentran distribuidos desde los desiertos de la Baja, hasta la Península de Yucatán, y ello implica conocer nuestra tierra.

En mi caso, para ser acreedor a este honorable laurel, me tocó cazar, a lo largo de cuatro años, desde la Sierra de Juárez al Valle de los Sirios en Baja California, hasta la selva de Lerma en la frontera con Guatemala en Campeche, pasando por la Mixteca poblana y oaxaqueña, el altiplano hidalguense, la sierra del Burro en Coahuila, Sochiapa, Veracruz, yendo a dar a la Laguna de Términos y sus ríos en el Golfo de México campechano.

Concluida la hazaña, escribí un libro titulado "Cazando a los venados de México, o de la magnífica aventura por todo el país recolectando los cérvidos mexicanos, con la mira en el Premio Hubert Thummler a los Venados de México SCI". Este último ya se encuentra a la venta. Para mayores informes favor de escribir al correo cazandosobrelahojarasca@gmail.com.

 



Así que estoy convencido que ir tras el Thummler no solamente aviva la llama de la pasión por la caza, sino que también incrementa nuestro amor por México. Los invito a todos a cazar venados en México, a cazarlos todos. No se arrepentirán.

Yucatan Gray-brown Brocket Deer
 

Mexican Gulf Coast White-tailed Deer

Carmen Mountain White-tailed Deer (typical)


Mexican Texanus White-tailed Deer (typical)

Mexican Central Plateau White-tailed Deer

Central American White-tailed Deer (typical)

Coues White-tailed Deer (typical)



Baja Black-tailed Deer