Sobre la hojarasca

El latido de tu corazón comienza a sofocarte. Sientes los violentos martillazos en el pecho. Tratas de controlar tu respiración, pero por más que te esfuerzas se te escapa del cuerpo como bufidos estruendosos y delirantes. Contrólate. Respira profundo. Tranquilo. Sin embargo, cualquier intento por serenarte naufraga en la excitación y el nerviosismo. Estás totalmente exasperado. Caminas lentamente con tus sentidos agudizados. Todos los sonidos estallan con una nitidez increíble en tus oídos. Comienzas a creer que estás haciendo mucho ruido y aún te quedan diez metros por recorrer para estar a buena distancia. Y tu aliento como una tormenta, y tu palpitar como un terremoto. Mas nada truena como la hojarasca bajo tus pies, bajo tus botas. Eres un cazador. Caminas lentamente sobre la hojarasca. Cinco metros más por recorrer. Debes llegar a esa roca grande para poder mampostearte. Y llegas. Y ahí está… con toda su belleza y esplendor, imponente, ocupando todo el universo y absorbiendo toda la existencia. Lo vislumbras detenidamente, casi perplejo; te desconcierta tanta inmensidad y hermosura. Por un instante olvidas la impetuosa fogosidad. Luego apuntas.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Un gran día I/ II


Alfredo Plata Cruz

Primera parte

Salimos de la comodidad de nuestro hogar en busca de la aventura. Porque eso es lo que buscamos todos los cazadores; en el fondo no buscamos sólo cazar; hacemos lo que hacemos porque somos seres curiosos, que siempre quieren más; saber que hay trastumbando esa loma, debajo de ese risco, en la cima de esa montaña, es lo que mueve nuestra curiosidad.

Queremos salir de la fastidiosa rutina y embarcarnos en lo desconocido, en lo —hasta cierto punto —peligroso, tratando de hallarnos a nosotros mismo en esas montañas.

Al menos yo, buscando aunque sea una ardilla en el monte, lo que encuentro siempre es a mí mismo. La paz que se respira en esas montañas, en esos cielos nocturnos con millones de estrellas, que la gente de ciudad, el oficinista animalista, ni siquiera se imagina, es lo que ayuda a encontrarme.

Después de manejar alrededor de diez horas, llegamos al norte del estado de Zacatecas, ya muy cerca de Coahuila, al rancho donde íbamos a cazar, buscando a Don Teodoro, un viejo amigo de mi padre. Tanto éste como aquél, llevaban varios años sin verse, y esta vez nos iba a llevar a una zona de caza nueva.

Tantos años habían pasado de la última vez que nos habíamos visto, que a mi hermano y a mí, ya ni nos reconocía. Decía Don Teodoro, ¿Apoco este es el ‘Pollito’?”, refiriéndose a mi hermano, quien desde su última cacería con Don Teddy había crecido de 1.70 a 1.86 metros. “Ya hasta barba tiene el cabrón”; y le dio un abrazo de bienvenida.

Luego Don Teddy nos explicó que esta vez íbamos a ir a un terreno diferente al que había ido mi padre y mi abuelo con él hace unos 30 años; mi hermano, el tío Juan, el primo Juanito y yo, jamás habíamos cazado venados con él, solamente liebres y algunas palomas, así que de todos modos para mí era terreno desconocido.

La cosa era que teníamos que ir por un guía. Luego éste nos llevaría al terreno; así que aun tuvimos que viajar dos horas más en terracería hasta un pequeño pueblito de unos 50 habitantes que se llama “El Tanque”, para pasar por un señor de unos 70 años que era el guía. Ahí comencé a desconfiar del éxito de esta cacería: se suponía que el guía era otro hombre, pero como tenía una fiesta, nos mandaba a su suegro “que él conocía mejor el monte”—cosa de la cual no dudaba yo—, pero éramos cinco tiradores para dos guías (y uno tenía setenta años).

No pintaba bien la cosa, a mi parecer, esta era nuestra última salida de la temporada, y teníamos que cazar algo. Ya habíamos salido en esa temporada; pero sin éxito. Salimos a un rancho cerca de Valparaiso, Zacatecas. En esa salida anterior, caminamos y caminamos, en esos terrenos que ya nos sabíamos de memoria, pero ni siquiera rastros frescos encontramos. Muchos guajolote; pero de venados, solamente encontramos a una hembra y su pequeña cría durante los tres días que pasamos buscando a los cornudos en la sierra.

En esos terrenos año con año alguien del grupo logra cazar algo. Pero aquel año fue uno de esos en los que los venados no se dejaron ver.

Así que en esta ocasión, con un nuevo terreno de caza bastante prometedor— ya que unos compañeros ya habían ido antes que nosotros, y se habían acabado cajas de tiros disparando (aunque no lograron cazar nada)—, nosotros seguro teníamos que cazar algún cornudo.

Llegamos a la pequeña casa del señor. Desde ahí se apreciaban ya unas montañas grandes, que parecían buen lugar para los venados. El paisaje era árido, pero con abundantes palmeras, mezquites y arbustos de buen tamaño; la mayoría de la zona eran grandes planes. Con esa vegetación no le iba a hacer absolutamente nada a los venados, así que para mí la única opción era cazarlos en las montañas y tendrían que ser tiros de larga distancia; pero me encantaba la idea; era para lo que había estado entrenado todo el año.

Entonces salió de su casa el señor, un hombre de baja estatura, ya listo con su camo puesto, una maleta y un arma enfundada. Subió a la camioneta en la cabin; y mi hermano y yo, nos subimos en la caja de la pick-up; ya estábamos hartos de estar ahí dentro.


La camioneta se empezó a mover, y por fin salimos del camino principal para entrar en brechas. Y así hasta llegar a donde íbamos acampar, después de unos cuarenta minutos de brechas llegamos al casco de una vieja hacienda, como a eso de las seis de la tarde. Detrás del casco había un buen número de lomas, me parecía el lugar ideal para empezar a buscar.

Descargamos rápido la camioneta, me puse el camo, saqué mi rifle -un Mark V Weatherby calibre .270 WTHBY Magnum-, tomé mi mochila, algo de comer, agua y comencé mi camino, porque sabía que ya quedaba poco tiempo de luz.

De pronto, me dice el pequeño hombre al cual apodamos Don Alabama “¿A dónde va, joven? Allá arriba no va a encontrar nada, déjeme preparo mi rifle y yo lo llevo.” De la funda sacó un Remington 700 calibre 30-06 SPRG, y para cuando estaba listo el hombre, todos los demás también lo estábamos.

Así que nos subimos a la camioneta y nos dirigimos directo a la gigante planicie.

Yo no podía creerlo, ¿cómo lograría matar a un venado entre esa vegetación? A menos que ahí los venados fueran sordos y medio ciegos, no iba a lograr nada.

Cuando bajamos de la camioneta ya estaba empezando a oscurecer; quedaban alrededor de veinte minutos de luz y yo no estaba muy feliz con ello.

“Hoy solo vamos a huellear”, dijo el hombre, así que fuimos por la brecha solo buscando rastro. Había bastante, para ser honestos; y por fin las cosas empezaban a mejorar para mí.

De repente salió un hombre con un calibre .22 de entre la brecha; y pensé para mis adentros “O nos metimos al terreno de alguien sin permiso y nos van a balear, o es un furtivo”.

Para mi suerte, efectivamente se trataba de un furtivo, sobrino de Don Alabama, quien le puso una buena regañada y lo mandó al carajo. Así que el furtivo se fue; al parecer venía acompañado, pero no vimos a sus despreciables amigos.

La luz comenzó a escasear, así que comenzamos a caminar a la camioneta. Con la cantidad de rastro que vimos estaba bastante entusiasmado y no podía esperar para que fuera el siguiente día y salir a buscar esos bellos animales.


Llegamos de nuevo al campamento, calentamos un poco de comida y tomamos unas cervezas. Mientras cenábamos llegó el vaquero del rancho. Platicamos con él y le hicimos muchas preguntas: ¿qué tal había de animales? ¿Dónde los había visto? Al terminar de responder a nuestras preguntas nos dijo: “Pero quién sabe si encuentren algo, esos cabrones entran dos o tres veces por semana a cazar, no sé si matan o no, pero seguido aquí andan”, refiriéndose a los furtivos.

En ese momento, las ilusiones que me había hecho después de ver los rastros se fueron a la basura, decidí ir a dormir y esperar que el día siguiente fuera uno de esos para recordar.

Dieron las seis de la mañana y yo ya estaba listo, esperando a que los demás terminaran de desayunar para salir.

Subimos a la camioneta y llegamos al mismo lugar que el día anterior; yo aún no sabía cómo íbamos a cazar a un venado dentro de esa espesa vegetación; pero don Alabama dijo que nos subiríamos a los árboles y esperaríamos a que pasaran los cola blanca por la brecha.

La idea no me agradaba mucho; mas no había ya mucho qué hacer. Ya estábamos ahí. Así que el guía comenzó a dejar a cada quién en diferentes puestos: a mi padre lo dejó en el que se suponía que era el mejor; y después nos repartió al resto, mientras mi hermano y yo sólo lo seguíamos. El hombre no nos tenía mucha fe a ninguno de los dos, al parecer dudaba de nuestra habilidad como tiradores y nos dejó en la misma brecha, separados por unos quinientos metros.


Pasaron unos quince minutos, o menos, quizá. Apenas estaba poniéndome cómodo en el mezquite que ocupaba como puesto cuando escuché a varios coyotes aullar; parecía como si hubiesen logrado cazar algo la noche anterior.

De pronto, el sonido de un disparo enmudeció todo el matorral. Escuché que el tiro vino en dirección de los puestos donde se habían quedado don Teddy y Juanito. Así que solo quedaba esperar; encendí el radio que traía, pero nadie hablaba; continúe esperando.

En los últimos cuatro o cinco años que hemos estado saliendo de cacería con el tío Juan y sus hijos, ellos no han logrado cazar nada, así que en realidad esperaba que ya hubieran matado algo, ya que la misma suerte había corrido mi hermano.

Es más, mi hermano no le ha tirado a los venados. Solamente lo hizo la primera vez que salió a cazarlos con nuestro abuelo, y no tuvo suerte. Mi padre y yo teníamos otra historia, un año antes mi papá cazó un hermoso Coues, tres por tres; y yo dos años antes igual tuve suerte en Guanajuato, con un bello headshot a un venado en plena carrera; ya hacían dos años y once días de ese afortunado disparo. Así que en realidad deseaba mucho, es más, le pedía a Dios que mi hermano cazara algo en esta oportunidad.

Cuando de repente pasó un hombre en bicicleta debajo de mi árbol y pensé: “Esto no es verdad, con este señor aquí, no nos va a salir nada ni de broma”. Pasó sin vernos ni a mí ni a mi hermano; unos veinte minutos después vi movimiento en la brecha, meto el telescopio de mi rifle y era mi hermano, caminando a media brecha. “¿Qué le pasa a este güey?”, pensé; y dejé mi arma y mochila en el árbol para ir a ver qué sandeces estaba haciendo.

Mientras me acercaba, mi hermano comenzó a dirigirse hacia mí. Lo vi que buscaba algo en el suelo y supuse había perdido algo. Cuando lo alcancé le pregunté: “¿Qué haces güey?”. A lo que me respondió con un “No mames, creo que ya se lo están comiendo los coyotes”. Yo no entendía de que carajos me hablaba; y le pregunté que a quién o qué se estaban comiendo los coyotes; y me dijo: “Pues al venado, güey”. “¿Cuál venado, güey?”, pregunté aun confundido. “Pues al que maté, idiota”, me respondió.

La verdad yo no le creía, ni siquiera había disparado; ¿cómo lo mató, con una resortera? ¿Le lanzó el cuchillo? Aun sin dar crédito a lo que me decía el buen Chucho le dije: “No mames, güey, ni disparaste”; y ya molesto me respondió: “¿Y entonces quién disparo hace rato, pendejo?”. Y sentenció: “Ya, chinga tu madre y ayúdame a buscar el rastro”. Ahí fue cuando entendí que quizá sí estaba diciendo la verdad, aunque aún no podía creerlo. A mí me había parecido haber escuchado el tiro lejos, y de un calibre mucho más pequeño.

Continuará. 

martes, 4 de octubre de 2016

Cacería del Okhotsk Snow sheep


Alejandro Reyes Vázquez

Borrego de las nieves, Mar de Okhotsk

 

Siempre he tenido una especial atracción por el lejano Este de Rusia, la indómita Siberia; tan alejada de la civilización, tan escasamente poblada, con ese clima tan poco amigable que te hace maravillarte del milagro de adaptación que han tenido que sufrir las especies que habitan esta región del planeta; y muy en especial los carneros salvajes, mejor conocidos como borregos de las nieves o Snow Sheep, que han adoptado como hogar lo más agreste de este territorio, las montañas siberianas. Por ello, a los borregos de las nieves se les distingue como ¡un carnero excepcional!

En 2002 tuve mi primer experiencia en este basto territorio en donde existen cinco subespecies de Ovis nivicola. En aquella ocasión tuve la suerte de cobrar dos diferente ejemplares ….. Un hermoso ejemplar de la subespecie Lydekkery, mejor conocido como Kolyma Snow Sheep y otro ejemplar de la subespecie Yakutia Snow Sheep. Ambos me incentivaron a tratar de conseguir otra de dichas subespecies, la de Alleni, que habita en las costas del Mar de Okhotsk, específicamente a la altura del Circulo Polar Ártico y, sobre la cual, ahora les narro su cacería.

Salí de León, Guanajuato, el 27 de septiembre del 2006 para viajar rumbo a Magadan, Rusia. Esta vez no podría cruzar hacia Rusia por Alaska. Este servicio aéreo fue suspendido, el cual, en  mi anterior expedición, solo me tomó aproximadamente siete horas llegar a Petropavlovsk, en la península de Kamchatka; y de ahí otras dos horas a Magadan Rusia desde Anchorage, Alaska.

Esta vez tuvimos que prácticamente dar la vuelta al mundo: desde México hasta Europa, legando a Moscú. Y de ahí alrededor de nueve horas y media más sobre el inmenso país ruso para llegar a su lejano este.

Lo único que mitigaba, un poco, tantas horas de viaje, era la compañía de mi buen amigo Cuauhtémoc Rodríguez, quien vive en Anchorage, Alaska, y para quien este recorrido era aun más pesado que para mí; considerando lo cómodo que resultaba volar desde la ciudad en la que vive.

Nos encontramos en el aeropuerto de Houston. De ahí volamos a Paris, proseguimos a Moscú. Al siguiente día de nuestra llegada a la capital de Rusia, salimos rumbo a Magadan, en donde tomamos un helicóptero que nos trasladó hasta el campamento base de nuestra cacería.


Luego de muchos pormenores en los diferentes aeropuertos, por fin, después de más de treinta horas de vuelo y tres días de calendario recorridos, llegamos el treinta de septiembre a Magadan, Rusia.

En el campamento base nos esperaban, entre otros, Sergey, el mismo guía que había tenido en mi expedición anterior, y a quien yo había solicitado para esta nueva aventura, ya que es un excelente guía y compañero, lo que quedó demostrado en un sin número de ocasiones en aquella cacería, y a quien consideré clave para lograr mi nuevo objetivo.


Nos instalamos. Luego dejamos la tienda de campaña temporal para estirar un poco las piernas y apreciar el terreno en donde cazaríamos.

Caminamos un poco, tomamos algunas fotos, hicimos algunas llamadas para saber cómo estaban nuestras familias y comunicarles de nuestra llegada sin contratiempos; preparamos nuestro equipo, checamos los rifles, cenamos, y a dormir; o, mejor dicho, a tratar de hacerlo, ya que sientes la inquietud normal de no saber qué te deparará el destino. Inquietud que, sin duda —si eres cazador— la has sentido, y sabes que no te deja dormir.


La noche se hace interminable ya que, además, te asaltan muchos pensamientos y preocupaciones. Te preocupas porque debiste haber dejado arreglado todo en la oficina para que ésta funcione en tu ausencia y, claro, te preocupas por tu familia; para mí, siempre ha sido mi familia sido el motor de todas mis expediciones.

La cacería se relazaría a base de flaying camps  en distintos sitios, a los cuales, nos trasladarían en helicóptero. Cada cazador con su guía y un ayudante, además de carpas, comida y equipo de campamento en general.

En esta ocasión llevé un rifle acondicionado por la empresa, Rifles Inc., súper ligero, calibre .300 WIN MAG, con una acción Remington de titanio y un freno de boca fabricado por ellos mismos; rifle sumamente liviano de aproximadamente 5.6 libras de peso, con todo y el telescopio Swarovski de 3 a 12 x 50 con retícula TDS, incluido.

Muy temprano el primero de octubre, después de un buen desayuno salimos en el helicóptero hacia nuestros nuevos destinos. El primero en quedarse en las montañas, como a treinta minutos del campamento, junto a un desfiladero enorme, fue Cuauhtémoc.

Al aterrizar el helicóptero vimos un oso pardo comiendo piñones muy cerca de donde se acamparían; claro que salió disparado en cuanto aterrizamos, pero ya empezaba a verse algo de fauna, y eso era muy buena señal.

Después de dejar a Cuauhtémoc, salimos en sentido contrario, hacia el norte, donde me dejarían casi al final de una cordillera junto al mar. En un pequeño espacio aterrizó el Bertalot (helicóptero), sin apagar los motores, simplemente, bajan el equipo y el helicóptero parte. El paisaje era espectacular.

Mientras los guías montaban el campamento me aparté unos metros y caminé hacia la cumbre de aquella cordillera para apreciar bien el área y ubicarme.

El spotting scope y un buen par de binoculares los considero como herramientas básica en la cacería de alta montaña, ya que siempre serán indispensables para evaluar, localizar y seleccionar un buen animal a distancia. En ciertas cacería hay  distancias que solo valdrá remontar si el animal vale la pena, pues sortear cañones enormes a veces te puede demorar hasta dos días. Juzgando al animal desde una distancia considerable con buen equipo de binoculares y telescopio puede evitar que se hagan recorridos innecesarios. Con buenos vidrios, puede uno juzgar y entonces poder decidir si haces el aproche.

A ciertas distancias no se pueden evaluar muy bien con los binoculares, así que el uso del spotting scope sin duda es la mejor opción. Un telescopio ayuda para conocer bien el terreno y, ¿por qué no? También a localizar un buen trofeo.

Siempre hay que revisar bien el área sobre la que se encuentra el animal que quieres tratar de cazar.

Los paisajes son increíbles y no te cansas de admirar tanta belleza: escarpadas cordilleras, inmensos valles, ríos serpenteantes que desembocan en el mar, etc. Y, más aun, cuando, haciendo esto ¡localizas un par de borregos!




Entonces regresé al campamento y vi que ya habían terminado de montarlo, como el interprete se queda en el campamento base—como pude—le expliqué a Sergey de mi descubrimiento y, sin más demora, salimos hacia los borregos que había localizado minutos antes. Así que inicié la cacería con muchas expectativas.

Ya más cerca de nuestro objetivo, descubrimos que los borregos eran hembras, las cuales huyeron por la presencia de un par de osos pardos. El mayor de ambos tenia cerca de nueve pies, un magnifico trofeo sin lugar a dudas, pero debía dejarlo pasar, puesto que quería concentrarme en los borregos, que eran mi principal objetivo.

Continuamos el ascenso para poder revisar el lado opuesto de la cordillera por donde íbamos subiendo y para ver si podíamos localizar hacia dónde se habían dirigido las borregas.

Al llegar a la cresta de la cordillera no pudimos ver nada más que otra enorme extensión de montañas.  Después de revisar exhaustivamente el sitio sin éxito, retornamos al campamento.

El segundo día de caza fue muy extenuante, salimos aproximadamente a las seis de la mañana, recorrimos unos diez kilómetros de la cordillera junto al mar—hacia el sur—checando todos los cañones que nos encontrábamos en nuestro recorrido, impresionantes precipicios que había que revisarles cada rincón.


Llegamos hasta una zona de pinos de los cuales colgaban una cantidad inusual de piñas llenas de semillas (piñones); fue algo fascinante; nunca había visto algo parecido. Llené las bolsas de mi chamarra con piñones para tener con qué entretenerme durante las interminables horas de observación. En esta área también encontramos mucho rastro de oso, se ve que a ellos también les gustan mucho los piñones. Pudimos observar uno a mucha distancia y otro—como a 200 metros—mientras comíamos, pero nada de borregos.

El tercer día amaneció bastante cerrado, de tal forma, que no pudimos salir. La temperatura bajó hasta 16º bajo cero, nevando y con rachas muy fuertes de viento que traía más y más neblina cada momento, no se veía a diez metros de distancia. Estas condiciones nos acompañaron todo el día impidiéndonos salir de cacería.

Esa misma noche del tercer día, Sergey, pidió—por radio—que nos cambiaran de área, ya que no la consideraba muy adecuada para cazar borrego, si bien, era una muy buena zona para osos; no obstante, los carneros no se dejaban ver en esa área.

El cuarto día amaneció despejado y recibimos la confirmación que vendrían por nosotros al medio día, así que, a levantar todo el campamento.

Me informó Sergey que Cuauhtémoc ya había cazado un borrego; aunque no pude entender bien todos los detalles, me dio mucho gusto la buena noticia.

El helicóptero nos recogió a las 12:40 horas y nos trasladamos a las montañas hacia el sureste, de nuevo junto al mar. Aterrizamos en un pequeño valle entre  montañas no muy altas—de aproximadamente 500 a 600 metros de altura—pero que formaban parte de una gran cordillera. Así es que, montamos a toda prisa el campamento y nos lanzamos a explorar la zona.

Con gran dificultad alcanzamos el alto de la cordillera. Los pinos en forma de enredaderas pegadas al piso son una verdadera trampa para caminar entre ellos. Seguimos los atajos que dejan los osos para cruzar y tomamos el primer arroyo que nos permitió ascender. Ese día no teníamos mucho tiempo, por lo que solo revisaríamos la parte superior. Al otro día—con más tiempo—los checaríamos por completo. Bueno, si el tiempo lo permitía; pero no fue así... La niebla nos volvió a invadir durante dos días seguidos.

Lo único que pasaba por mi mente era que tenía el tiempo contado. Ni el frió, ni la niebla, ni siquiera el riachuelo que cruzaba por debajo de mi catre me preocupaban. No podía permitir que esos detalles mataran la esperanza, pero me incomodaba mucho el saber que los diez días de cacería se acercaban a su fin.

Amaneció el séptimo día, ¡por fin! con posibilidades de salir a cazar; aun con algunas nubes bajas pero que no nos impedían ver a grandes distancias. El clima cambiaba constantemente, salía el sol, desaprecia a la media hora y en unos cuantos minutos podía llover o nevar. Era como una prueba de climas.

Había que caminar, y había que hacerlo rápido. Encumbramos una cordillera junto al mar y caminamos por su cresta alrededor de doce kilómetros, con subidas y bajadas, revisando cada rincón de los cañones a ambos lados de la misma. Volvimos a ver osos, pero los borregos brillaban por su ausencia.

Después de comer, bajamos un poco más para lograr que la perspectiva desde ahí nos permitiera ver unos acantilados que no pudimos revisar bien desde arriba, cuando ¡al fin! localizamos cuatro Snow Sheep machos, que pastaban en una zona con pasto que ya habíamos revisado antes y no habíamos visto nada; así es la cacería... monté mi spotting scope para revisar si alguno valía la pena y hacer el acecho.

Aunque las condiciones del clima no nos permitieron observarlos bien, pudimos distinguir que eran dos borregos jóvenes y dos más maduros, de los cuales, al menos uno, sí valía la pena. Evaluamos el acecho y llegamos a la conclusión de que nos llevaría como 3 horas colocarnos a distancia de tiro. Eran ya cerca de las cinco de la tarde y, para cuando estuviéramos en condiciones de tirar, ya iba a ser de noche y, aunque todo saliera bien, tendríamos que realizar el regreso a obscuras, algo muy peligroso en esas montañas...así es que la mejor decisión era retirarnos  y regresar muy temprano—al día siguiente—ya  que, difícilmente, se moverían los borregos de ahí.

A pesar de todas mis preocupaciones, el día ocho de octubre, amaneció sin viento y con buena visibilidad, preparamos nuestro equipo y, tan pronto desayunamos algo, salimos en dirección al lugar en donde habíamos dejado a los carneros.

Después de varias horas llegamos al punto donde deberían estar. Revisamos con mucho cuidado el lado izquierdo del cañón sin tener éxito y luego su lado derecho y, nada.

Vasilly, quien fue enviado a revisar el siguiente cañón, regresó y nos avisó ¡que los ha localizado! Por lo que, sin dilación, nos dirigimos a dicho cañón. Veíamos solo a dos de los carneros, estaban echados—mirando al mar—en el filo opuesto a donde nos encontrábamos, de tal forma que, únicamente, les veíamos una tercera parte del cuerpo.

Después de observarlos con el spotting scope vimos que uno de ellos se veía maduro, con cuernos que daban casi la espiral completa, un buen trofeo. El otro borrego era, visiblemente, más joven.

No intentamos  ni decidimos hacer nada hasta localizar a los otros dos carneros; no solo para poder elegir al mejor, si no también, para evitar que nos fueran a ver o sentir antes que nosotros a ellos, y alertaran a los que sí veíamos.

Fue imposible localizar al resto del grupo de borregos; suponíamos que estaban en una hondonada más abajo y que—desde nuestra posición—no podíamos verlos. Pero eso no era más que una suposición. Teníamos que bajar para cerciorarnos si se encontraban en esa hondonada.

Iniciamos el descenso por el filo donde nos encontrábamos evitando ser vistos por los carneros. A cada poco—con mucho cuidado y sigilo— nos asomábamos al filo para ver que seguían ahí. Llegamos hasta un punto en donde pudimos vislumbrar el área, ¡pero los carneros no estaban ahí! El carnero grande seguía en su sitio, pero el joven se había movido. Por lo que debíamos de esperar un rato a que se levantaran a comer o se movieran para verlos a todos; pero el tiempo pasaba y los carneros no se movía.

Decidimos que sería mejor acecharlos por el mismo filo en el que se encontraban. Esto significaba volver a subir, ahora hasta la cúspide de aquel cañón y bajar hasta unas grandes rocas que estaban sobre ellos.

Después de casi una hora estábamos arriba de ellos, en las grandes rocas, a unos cien metros de la pareja de carneros. Lo malo era que, ahora, el más joven tenía la vista puesta en nosotros... Ya no habría otra oportunidad, debía de dispararle al carnero adulto que solo me daba veinte centímetros de lomo, ya que estaba echado viendo hacia abajo; o disparaba en ese momento, o los carneros huirían.

Así es que, aun oculto, preparé el rifle y me coloqué para disparar. Sólo veía el lomo del carnero grande, por la distancia y el ángulo del tiro, baje un poco la cruz y disparé.

Ahora sí salieron los cuatro borregos, todos en estampida hacia mi derecha. No podía creer que no le había pegado, mientras los veía correr pensaba: se va a caer. Tiene que estar pegado. Pero nada, seguían corriendo.

Al llegar a una gran roca se detuvieron. Así que cargué de nuevo y disparé; pero no percutió, ¿qué paso?, me pregunté alarmado. Y cargué nuevamente; y disparé; y otra vez… ¡Clic! ¡No volvió a tronar!

No podía creer lo que me pasaba: primero haber fallado un tiro fácil; y ahora, ¡el rifle no disparaba! Me concentré alejando de mi mente anhelos y frustraciones, ya que, en momentos como este, no te dejan pensar con claridad.

Una cosa a la vez—me dije—; el rifle es lo primero. Revisé el arma y me di cuenta que no habían subido las balas en mis dos últimos intentos de disparo; seguían en el cargador... Traía un rifle nuevo con una acción de titanio, la cual hace que el recorrido del cerrojo se sienta diferente que en otros rifles. Había que correr el cerrojo, totalmente hacia atrás, para que subieran las balas a la recamara.

Solucionado lo anterior, me enfoqué a buscar algún golpe en el telescopio, no tenia ninguno. Las montaduras tampoco presentaban ninguna anomalía. No entendía por qué había fallado. ¿Estaría herido el borrego? Pero eso ya no importaba, había que enfocarse en los borregos que, para entonces, ya no estaban a la vista.

Corriendo con manos y pies sobre las rocas, empecé a subir hasta la cumbre de ese cañón. Vasilly iba por un lado y Sergey por el otro, bastante delante de mí.

No perdía las esperanzas de ver a los carneros de nuevo, sólo necesitaba que me dieran una nueva oportunidad y no fallaría. Pero minuto a minuto se desvanecía cada vez más la esperanza de encontrarlos. Nuevamente me concentré en no pensar en eso —una cosa a la vez: lo primero era subir lo más rápido posible, sin sofocarme, ya que si los volvíamos a ver tendría que disparar sin que la emoción, o el cansancio, me hiciera cometer errores.

Al llegar a la cima, decidí esperar en el filo mientras los guías revisaban los cañones y desfiladeros. No podrían desaparecer tan fácilmente, pensaba. De pronto, de la nada, los vi cruzar entre unas rocas como a doscientos metros. Tal vez, la presencia de los guías por la cumbre de los cañones que estaban revisando, los había hecho moverse.

Pensé en silbarle a Sergey; mas no quería delatar mi posición; así que corrí para interceptarlos cuando salieran de entre las rocas, y ahí, cuando me dio blanco y confirmé que era uno de los borregos grandes—a pie firme—apunté y disparé.

No lo vi caer. La sombra de mi fallo anterior empezaba a nublarme el pensamiento, como pude alejé la nube de duda, cargué y tiré de nuevo, ahora sí lo vi desplomarse.

Ahora sí, dejé salir todas las emociones controladas durante las casi tres horas que pasaron desde mi primer disparo y corrí, montaña abajo, para admirar a mi trofeo. El primero de ellos era el que vi desde un principio, o sea, al que le fallé, Tenia un rozón en el lomo, sobre el eje de las patas delanteras, en donde había pasado la bala sin tocar músculo o hueso. Un hermoso carnero—de gran cuerpo —, con el pelaje listo para pasar el invierno y con su característico manchón blanco al en la frente, los cuernos —gruesos y bien formados y con una curvatura baja y amplia completa —, que mostraban una edad de doce años.


Me sentí muy contento y satisfecho, habíamos trabajado duro; y al final y felizmente había conseguido realizar un sueño que llevaba muchos meses de preparación.

Como un ultimo comentario para mis amigos de Cazando Sobre la Hojarasca, les diré que: Las montañas te esperan… La mayoría representan un gran reto alcanzar su cima—como todo lo que vale la pena en la vida—; pero, si insistes y persistes, disfrutando de todas las dificultades que se te presenta, al final te premiarán con grandes recuerdos que perduraran toda tu vida.


Alejandro Reyes Vázquez, de León, Guanajuato, México

arvstone@hotmail.com