Sobre la hojarasca

El latido de tu corazón comienza a sofocarte. Sientes los violentos martillazos en el pecho. Tratas de controlar tu respiración, pero por más que te esfuerzas se te escapa del cuerpo como bufidos estruendosos y delirantes. Contrólate. Respira profundo. Tranquilo. Sin embargo, cualquier intento por serenarte naufraga en la excitación y el nerviosismo. Estás totalmente exasperado. Caminas lentamente con tus sentidos agudizados. Todos los sonidos estallan con una nitidez increíble en tus oídos. Comienzas a creer que estás haciendo mucho ruido y aún te quedan diez metros por recorrer para estar a buena distancia. Y tu aliento como una tormenta, y tu palpitar como un terremoto. Mas nada truena como la hojarasca bajo tus pies, bajo tus botas. Eres un cazador. Caminas lentamente sobre la hojarasca. Cinco metros más por recorrer. Debes llegar a esa roca grande para poder mampostearte. Y llegas. Y ahí está… con toda su belleza y esplendor, imponente, ocupando todo el universo y absorbiendo toda la existencia. Lo vislumbras detenidamente, casi perplejo; te desconcierta tanta inmensidad y hermosura. Por un instante olvidas la impetuosa fogosidad. Luego apuntas.

martes, 7 de abril de 2015

De la cacería de guajolotes en Coahuila


O la magnífica y extraordinaria historia del rancho de los brontoledebípedos, los winifánfanos, los espiribolitos y los paisas

Al ‘Primo’, con todo mi cariño y agradecimiento.
Por hacerme creer en la magia del monte.


A la orilla de un arroyo seco, cubierto de redondas y talladas piedras blancas, se construyó un lugar mágico donde los osos negros se refrescan en la alberca, inmutables ante la presencia de un conjunto de cazadores que alegres y ruidosamente beben cerveza. Es una reserva preciosa. Ahí puedes degustar exquisitos platos de salmón, paella, cortes de carne, ensaladas y henchidas copas de vino, frente a grupos de venados, guajolotes silvestres, osos y el fantasma de distintos depredadores que, cual testigos silenciosos, contemplan la diversión y la alegría. En ese sitio remoto, hogar maravilloso, erguido en la grandiosa y bella Sierra del Carmen, se respira, se siente—ya que vibra con fuerza— la vida en exceso; tanto silvestre, como humana. Porque ahí va uno a reír en fuerte, a cantar, a departir entre amigos, a disfrutar de la naturaleza, la gastronomía, la fauna y la flora serranas.


Estoy hablando del Rancho Las Pilas, ubicado a un par de horas de Múzquiz y a donde tuve el privilegio de acudir a cazar al guajolote Río Grande esta Semana Santa.


Para cazar debe uno abandonar la reserva, en dirección a la inmensidad de las serranías, a la espesura del monte. Ahí, en la zona de cacería, habitan cantidades incalculables de venados. Los hay de todos tamaños, pero son demasiados los ancianos, los ‘cuelludos’, los de paso prudente y cornamenta colosal, de esas que se nutren y brillan con los rayos del sol, estremeciendo a quien los vislumbra recortándose con grandeza y soberbia entre el cielo y los lomeríos. También pululan cientos de guajolotes silvestres, ardillas, conejos, liebres, coyotes. Y aunque no son tan fáciles de ver, por elusivos y sigilosos, también cohabitan entre sus presas diversos depredadores como pumas, zorros y gatos monteses.







A veces, de igual forma, se puede topar uno con el mítico brontoledebípedo, una bestia de proporciones diminutas, mas de una ferocidad comparable a la del león, que recorre las rancherías empalando caballos, asustando a los niños con sus amarillos y afilados colmillos, delgados como agujas de coser, al acecho de sus presas, que van desde ratones de campo, hasta toros de lidia. No saben aún los expertos a qué familia del reino animal pertenece esta extraña y temible criatura, pero hay quienes afirman que puede tratarse de la cruza de un pecarí con un zopilote.


El brontoledebípedo es pariente de otras alimañas aterradoras, que son el winifánfano y el espiribolito. Aún no se sabe a ciencia cierta cómo es que se relacionan estas tres musarañas. Pero las hipótesis más serias indican que el brontoledebípedo es el abuelo, el winifánfano el padre y el espiribolito el nieto. No obstante, lo que sí podemos afirmar es que se trata de mamíferos artiodáctilos, con similitudes a los que pertenecen al género coragyps, como son las cualidades de carroñeros, las alas y la excelente vista. No obstante, lo inmediatamente anterior, no solamente se alimentan de carroña, como se dijo antes, también depredan osos enteros, escarabajos, garrapatas y niños, es decir, homo sapiens infantes.

— ¡No’mbre, primo! ¡Claro que existen,— dice exaltado uno de los primos, el más chico de ellos, con el rostro desencajado y haciendo una mueca análoga a la de un hocico dentudo, hambriento, capaz de engullir de un solo bocado a una gorda vaca lechera— yo los he visto! Tienen unos cuernitos así, chiquitos, que le asoman de la boca; y son como marranitos, así pequeñitos— se agacha y hace la medida como de un puerquito vientamita con la palma de la mano extendida—. ¡Además son bien, pero bien, bravos, primo!

Sobre la mesa, humeando, acariciando nuestros olfatos, el aroma que emana de un recipiente pletórico de un sabroso huevo con chilorio. Alrededor el grupo de cazadores, que maravillados escuchan al primo, el más chico de los tres, cómo describe al brontoledebípedo. Y los cazadores que cuéntanos más, ¡dinos más de ese animal! ¿Se puede cazar?



— ¡Uuuuuuy, no! Sí se puede, pero no cualquier los puede cazar. Son difíciles de ver. Yo nunca me he topado con uno—, responde el más chico de los primos.

Y los cazadores, que entonces quién, ¿quién ha visto un brontoledebípedo? ¿Quién? ¡Por el amor de dios! ¡Cuéntenos! Queremos ver uno, nos gustaría mucho ver uno. O por lo menos saber quién de ustedes ha visto un brontoledebípedo.

—Mi hermano—dice el primo chico señalando al otro primo, al mediano—, ¡él sí los ha visto! ¿A poco no?

Y el otro primo, el de en medio, que sí, que él vio uno de noche, con la lámpara. Y los cazadores, ¿que cómo se veía? ¿Se notaba bien con tan poca luz? Y el otro primo que no, que supo que eran un brontoledebípedo porque los ojitos, posesos, le brillaban color fuego. Y los cazadores, que no lo puedo creer; que cuéntenos más. Y entra el primo grande, que con emoción cuenta:

— ¡Y los winifánfanos son más difíciles de ver! Porque son más chicos, más cautelosos. ¡Pero igual de fieros y de crueles! Por eso —dice acariciando su revolver—, cuando los he visto, los he tenido que eliminar. O si no, un día se van a acabar a los osos, al ganado y hasta a los niños de las rancherías aledañas.

Olvidaba mencionar, que además de los animales anteriormente mencionados, en el Rancho Las Pilas se puede encontrar un ave, muy similar a un faisán, quizás más parecida a un correcaminos, equivalente al murciélago y prima hermana del cojolite, que se le denomina la paisa. La paisa es una especie de ave galliforme, ciega, perteneciente a la familia cracidae, que se caza en las brechas, con un par de piedras y a patadas. La modalidad de esta cacería consiste en sentarse durante una noche sin luna en la brecha, permanecer inmóvil, en total y profundo silencio, y comenzar a golpear dos piedras entre sí. Este sonido atrae a la paisa, que corre hacia el golpeteo. Al final, la caza se consuma cuando al tener a la paisa a una distancia de veinte centímetros, el cazador, portando un buen par de botas vaqueras y punta de oro, patea con todas sus fuerzas al pájaro ciego, para posteriormente preparar un exquisito caldo de paisa para el frío.

En esta ocasión no cazamos paisas. La cacería de estas gallinillas invidentes más bien forma parte de los juegos infantiles que se acostumbran en el Rancho Las Pilas. No es raro que por las noches salgan los niños a jugar a las brechas, con sus botitas liliputienses, y regresen con una paisa descalabrada entre las manos, muriéndose de la risa e inmensamente divertidos.

Nosotros, más bien y como ya se dijo, fuimos a cazar guajolote, el Río Grande, una subespecie de guajolote silvestre que habita en el noreste de México y zonas colindantes con el estado de Texas, de color cobrizo, y que alcanzan a pesar hasta diez kilos cuando llegan a la madurez. Es un pavo bello, de colores tornasolados, de puntas de cola color pardo y de glugluteo furioso y sonoro.

Durante la cacería vimos un sinfín de cóconos. Sin embargo, no siempre jalaron al reclamo o se les pudo hacer el acecho debidamente. También contemplamos durante momentos deliciosos a más de treinta venados, entre hembras, machos y mostros. Éramos cinco cazadores. Tres cazábamos con escopeta, uno con arco y otro con recurvo. Este último y yo salimos en pareja, junto con el dueño del rancho, ‘El Primo’, el hombre que más brontoledebípedos ha cazado en el orbe. Los ha cazado con lanza, con alto poder y con su carismático y empolvado revolver calibre .22, con el que puede pegarle a un winifánfano en el ojo al puro vuelo.

¡Goro, goro, goro! Se escucha el glugluteo. Y el primo reclama, y otra vez: ¡Goro, goro, goro! Y yo me siento en el suelo. Empiezo a sentir cómo las axilas se me humedecen, cómo el pulso se me acelera, y los nervios amenazan con agitar todo mi cuerpo. Arriba de mí, un sol atroz nos baña con ardientes rayos de luz. A lo lejos una vaca muge. Nos encontramos en el centro de la brecha, y el glugluteo viene de nuestro lado izquierdo. Y antes de recibir respuesta, del lado contrario, otro: ¡Goro, goro, goro! Dos guajolotes.




—Ora sí no se me mueva, primo, que ya vienen—me dice el primo más grande casi susurrando.

¡Goro, goro, goro! De un lado, ¡goro, goro, goro! Del otro. No necesitamos reclamo. Los guajolotes se están reclamando entre sí. Todo indica que la suerte nos está favoreciendo. Por eso la emoción comienza a embriagar nuestros cuerpos, la expectativa nos asfixia, la inmovilidad nos tortura. No podemos movernos nada. No podemos hacer un solo ruido. Lo único que podemos hacer es esperar que el reclamo atraiga al guajolote. Sin embargo, de pronto: ¡pip! ¡bip! ¡pip! ¡bip!

—¡Ya nos vieron, primo! —vuelve a decir susurrando, entre el sonido del reclamo, de mi respiración y del palpitar de nuestros corazones— Nomás vea la cabeza, le atasca, primo. Que este no se va a acercar mucho.

Luego de cinco eternos minutos me dice el primo que ahí está la cabeza; y yo, que ¿dónde, primo? ¡Ahí! ¿Dónde, primo? Los dos hablamos casi gruñendo. Y el primo me señala, con el dedo índice, que arriba del sotol —o algo así—. Pero yo no lo veo. El primo tiembla. Ya nos vio, primo. Se va a ir. Y veo la cabeza, roja. Y levanto la escopeta y apunto y jalo el gatillo. Disparo. El guajolote cae fulminado.


Al final de la cacería, todos, menos el compañero del recurvo, cazamos nuestro guajolote. Yo cacé uno reclamado y otro al acecho. Y sigo pensando, como decía mi querido tío, don Antonio Skorlich, que la cacería del guajolote representa una de las modalidades más bellas de la caza mayor.




En lugares como el Rancho Las Pilas se puede constatar que la caza responsable y el respeto absoluto por la naturaleza tienen como consecuencia la conservación de las especies, de los ecosistemas y de la vida en general. El rancho en cuestión debe tener de las poblaciones más importantes de oso negro, venado cola blanca de la subespecie carminis, puma, coyote y zorro del país.









Es un lugar mágico, donde los cazadores más afortunados hemos tenido el lujo, el privilegio y el honor de cazar.