Sobre la hojarasca

El latido de tu corazón comienza a sofocarte. Sientes los violentos martillazos en el pecho. Tratas de controlar tu respiración, pero por más que te esfuerzas se te escapa del cuerpo como bufidos estruendosos y delirantes. Contrólate. Respira profundo. Tranquilo. Sin embargo, cualquier intento por serenarte naufraga en la excitación y el nerviosismo. Estás totalmente exasperado. Caminas lentamente con tus sentidos agudizados. Todos los sonidos estallan con una nitidez increíble en tus oídos. Comienzas a creer que estás haciendo mucho ruido y aún te quedan diez metros por recorrer para estar a buena distancia. Y tu aliento como una tormenta, y tu palpitar como un terremoto. Mas nada truena como la hojarasca bajo tus pies, bajo tus botas. Eres un cazador. Caminas lentamente sobre la hojarasca. Cinco metros más por recorrer. Debes llegar a esa roca grande para poder mampostearte. Y llegas. Y ahí está… con toda su belleza y esplendor, imponente, ocupando todo el universo y absorbiendo toda la existencia. Lo vislumbras detenidamente, casi perplejo; te desconcierta tanta inmensidad y hermosura. Por un instante olvidas la impetuosa fogosidad. Luego apuntas.

martes, 17 de enero de 2017

El gigante de San Juan de Dios


Luis López


Cacería en Rancho Las Palmas. El Rosario, Ensenada, Baja California

Alrededor de las dos treinta de la tarde iniciamos el viaje. Éste duró aproximadamente siete horas. Viajamos desde Mexicali al Rosario, Baja California.

Luego de atravesar por un sinnúmero de contratiempos, llegamos alrededor de las nueve y media al Rosario. A pesar del cansancio, una gran emoción y expectativa rodeaba el ambiente, ya que nuestro amigo Samuel Espinoza nos platicó y envió fotos y videos que mostraban la calidad de trofeos que habitan la zona del rancho Las Palmas. Por lo tanto, decidimos partir esa misma noche hacia el rancho para iniciar la cacería a primera hora del día viernes veinticinco de noviembre.

Al llegar a las instalaciones del Las Palmas, después de aproximadamente hora y media de camino, Samuel nos indicó cuáles serían las cómodas cabañas donde nos alojaríamos en esta ocasión. Acto seguido, alistamos equipo e hicimos los preparativos. Nos metimos en los sleeping bags alrededor de la una de la mañana. Y de repente, cuando menos lo imaginábamos, escuchamos la alarma de las cuatro de la madrugada.

La emoción era tan grande que no nos costó ningún trabajo levantarnos.
Samuel nos comentó que iríamos a una zona de mesas altas donde habían visto en varias ocasiones unos venados muy buenos. “El Cachana” y yo nos fuimos adentro del pick up, y Jesús Ponce, mi compañero de caza, y “El Chiflo”, se fueron arriba, sobre la canasta.

El camino estaba un poco accidentado, por lo que el ascenso fue lento; pero aprovechamos todo el tiempo para “lentear” las laderas de los cerros y las lomas, los cañones y todo el terreno que los guías por su experiencia y ese sexto sentido que  los caracteriza, nos pedían que gemelearamos. Me refiero a ese instinto que te ayuda a percibir cuando una zona está  buena pa´l venado.

Un par de horas después, “El Cachana” me dijo: “Para el carro, vamos a bajarnos a caminar por los “lomos” de los cerros”. No terminó de decir la frase, cuando me dijo emocionado. “!Ahí está uno echado!”.

En  el instante en el mi guía me dijo que el venado ahí estaba echado, vislumbré a simple vista cómo el cola prieta se levantó y comenzó a caminar para poner cerro de por medio.

Jesús y “El Chiflo” lo vieron desde la canasta. Era un venado de cornamenta muy gruesa y alta, el cola prieta más grande que jamás haya visto.

Y ahí estábamos, “El Cachana” y yo adentro de la camioneta esperando el disparo de Jesús. Todos aguardábamos ese instante en que los venados se detienen por milésimas de segundos para voltear atrás antes de perderse.

El disparó nunca se escuchó.

La adrenalina invadió al equipo y decidimos seguir el venado a pie. Nos separamos y estuvimos caminando con sigilo, parando para “lentear” constantemente.

“El Cachana” se fue con Jesús, y yo con “El Chiflo”. Nosotros divisamos venadas y mucha señal de actividad.

El terreno rocoso hacia muy difícil seguir la huella del venado. No obstante, “El Cachana” logró cortarle camino al cola prieta y Jesús pudo hacerle un par de disparos a la distancia. Tiró sin apoyo y con mucho viento. Así que falló.

Dieron las diez y media de la mañana. El podómetro me marcaba que habíamos caminado más de nueve kilómetros sobre el lomerío.

Cerca de las once de la mañana, nos alcanzó Samuel con las camionetas.

En el cauce de un arroyo y al pie de un mezquite, Samuel y el equipo acondicionaron el lugar atizando leña para preparar un sabroso y merecido desayuno, consistente en langostas sazonadas con mantequilla y especies, frijol con queso, y tortillas calientitas. Todo este exquisito desayuno nos lo devoramos acompañado de cerveza, tequila y café.

Después de disfrutar del manjar contando charras, descansamos un rato. Y a eso de la una de la tarde, “El Chiflo” y yo decidimos continuar con la cacería. Samuel nos recomendó seguirle a pie por una zona donde habita “el venado del video”. Y remató: “Yo los alcanzo luego con los carros”.

Tomamos las mochilas con agua y equipo y reanudamos la marcha. “El Cachana” y Jesús se nos “pegaron”. Nos organizamos y realizamos “el plan de ataque”. Inmediatamente después, marchamos subiendo lentamente por una loma hasta llegar a una mesa hacia el Oeste.

“Chiflo” y yo caminamos durante unos tres kilómetros parando para “lentear”, leyendo el terreno, y tratando de ubicar entre las ramas una oreja, una llave o cualesquier parte del cuerpo de algún venado.

La tarde se iba rápido y llegamos a un risco desde donde podíamos ver a gran distancia. Debajo de nosotros se extendía un valle árido. A nuestra izquierda continuaba la mesa, y a unos trescientos metros terminaba en un cañón y terreno accidentado con una loma al lado opuesto.

Gemeleamos en todas direcciones durante veinte minutos, y decidimos continuar la marcha una vez que vimos debajo de nosotros al “Cachana” y a Jesús.

Llevábamos caminados por lo que estimo unos doscientos cincuenta metros, cuando de repente hizo su aparición “el factor suerte”, siempre presente en las cacerías.

“El Chiflo” me espetó: “¡Venado!”. Y lo vi voltear hacia mis nueve de la mañana, con cara de entre emoción y pánico.

En ese instante escuché un ruido que se confundió con el de la vegetación que se mueve con el viento; y por instinto, voltee encarando mi rifle con ambos ojos abiertos. Y entonces atisbé entre el ramerío el cuerpo de un cola prieta. El venado iba a toda marcha.

De manera simultánea a la que vislumbré al ciervo disparé con dirección a las ramas. Calculé la dirección en la que corría el venado, al que solo le veía la parte alta del cuello y cabeza cuando saltaba entre las ramas.

Todo se tornó en cámara lenta. Movimientos lentos, pausados. Pero no vi reacción ni percibí señal alguna de haber pegado. Luego hice un segundo disparo. Calculé el momento en que el venado sacó la cabeza entre la maleza durante su carrera.

El venado siguió escapando a toda marcha. Y lo perdí al bajar hacia el cañón.

Corrí unos treinta metros. Mientras corría me quité la mochila. Leía el terreno y volteaba a ver hacia la ruta de escape del venado. Luego divisé una roca plana y alargada. Y tiré mi mochila sobre ella y me acosté boca abajo al mismo tiempo que veía al venado subiendo la cuesta del otro lado del pequeño cañón.

No había tiempo para medir distancia con telemetro. El venado se corría a la distancia a pasos agigantados y estaba a punto de perderse en el horizonte.

Encaré el rifle y apunté siguiendo la trayectoria del animal que avanzaba de frente mía. Disparé. Nuevamente el factor suerte se hizo presente, ya que con todo y lo duro y rocoso del terreno, cuando me recuperaba del retroceso, pude observar claramente en mi lente al venado, y al polvo que levanto la bala al hacer impacto a unos dos pies debajo del punto donde apunté, y un poco hacia la izquierda por el factor viento.

Entonces me dije que el venado iba corriendo a unas trescientas cincuenta yardas de distancia. Así que hice mi corrección mental y compensé la apuntada de la mira, al mismo tiempo que seguía la trayectoria del animal que corría a mis doce horas.

El cola prieta corría. Mas de pronto aminoró un poco la marcha; y yo viéndole solo el trasero y la cabeza, compensé, apunté al trasero, y disparé.

En cuanto me recuperé de la patada vi en la mira al venado, en posición como de perro sentado, al mismo tiempo que escuché el whack, provocado por el impacto de la bala.

¡Pegué! Exclamé victorioso, al mismo tiempo que “El Chiflo” me gritó, que buen tiro, que está quebrado. ¡Que está quebrado!

Volví a meter en la mira al venado y vi cómo el animal giró noventa grados grados hacia su izquierda, con solo las dos patas delanteras, con la otra mitad del cuerpo un tanto colgada.

Por primera vez le vi todo el cuerpo atravesado. La ética en la cacería nos obliga a abatir a nuestra presa de la forma más rápida y humanamente posible, evitándole un sufrimiento innecesario, por lo que con respeto y admiración a estos increíbles animales que Dios y la naturaleza me dieron la oportunidad de cazar, me veía obligado a dispararle de nuevo a mi venado.

Aproveché que, ahora sí, por primera vez el cola prieta me daba el flanco para hacerle un buen tiro. Entonces con mayor calma busqué con la mirada al “Chiflo” para decirle que iba a tirar, pero cuando quise volver a meter en la mira al venado, no lo encontré.

He visto a los cola prieta hacer cosas increíbles, y este no estaba cantando mal las rancheras.

“El Chiflo” lo siguió con los “lentes” unos cuantos metros hasta donde se clavó detrás de unos matorros. Decidimos darle unos quince minutos para que se enfriara un poco, al tiempo que les avisábamos a Samuel, Jesús y “El Cachana” para que vinieran a ayudarnos.

La luz pronto le iba dar paso a la noche y me preocupaba que pudiéramos perder al animal por “taponearse”, y lo difícil que es “huellar” en el terreno rocoso, donde los animales no marcan la pezuña.

Por increíble que parezca, dudo mucho que toda la acción haya transcurrido en más de quince segundos.

“El Chuy” y “El Cachana” llegaron corriendo pronto y en tono de “carrilla”, sonriendo, me dijo el primero: “¿Qué onda, Luis? Qué no eres bueno pa’ tirar, qué pasó?”. Con una carcajada, le respondí: “Un animal muy matrero. Increíble. Que nos debió haber sentido desde lejos, y ‘se atocho’. Nunca se movió, y por lo tanto no lo detectamos con los lentes. La suerte nos trajo caminando a escasos metros de él, y hasta entonces salió disparado de sus refugio, y nunca dando un flanco claro para poderle disparar. ¡Impresionante animal”. Exclamé.

Transcurrido el tiempo, los quince minutos, caminamos juntos hacia donde vimos por última vez al venado. Cuando subimos la cuesta me adelanté con el rifle preparado. Al mismo tiempo que le pedí al Chuy su pistola .22, por si había que “rematar”.

De repente, cuando estaba a unos veinte o treinta metros del matorro donde se pudo haber echado el venado, lo escuché levantarse. Solo le veía la cabeza, que la movía de manera tanto amenazadora, como si estuviera entero y dispuesto a dar cara su vida.

En fracciones de segundos encaré el rifle, porque la pistola no llegaba, apunté bajo entre las ramas y dispare. El animal dio uno reparo hacia enfrente pero no mostraba señales de impacto del .30-06 SPRG. Al moverse hacia enfrente, lo vi completo y disparé al codillo; y como si le hubiera caído un rayo, el animal se desplomó, fulminado.

Todo terminó en unos cuantos segundos. La acción fue instantánea, aunque hayamos tenido la sensación de que todo sucedió en cámara lenta y en momentos eternos.

Admirados de la fortaleza del venado, comenzamos los abrazos y nos estrecharnos la mano en agradecimiento a todo el equipo, nos dimos varios minutos para honrar y brindar respeto a tan precioso animal, nos tomamos las fotos de rigor y siguieron los tequilas y cervezas, con lo que brindamos por el éxito de la cacería.

Cuando comenzamos a admirar cada detalle del venado y el recuento de la aventura, nos percatamos que se trataba de un animal muy viejo, con muchas cicatrices por todo el cuerpo y huellas de grandes batallas. Tenía por ejemplo un tallón profundo de unos diez centímetros de largo en un costado, que terminaba en un orificio. Al parecer de cornamenta, recién cicatrizado. Tenía también la parte inferior de una pata delantera más grande que la otra; y la pezuña redondeada casi como pezuña de caballo; al examinar más a detalle, vimos que había recibido un impacto de bala de bajo calibre en esa parte de la pata, y que se le había encapsulado. Con el esfuerzo de la carrera en su huida, se le veía un pequeño hilo de sangre fresca que le había corrido en esa parte. También, en una de las orejas mostraba una pequeña perforación de bala de bajo calibre ya cicatrizada.

El venado tenía un impacto el -30-06 en la parte posterior de un cuarto, muy cercano a la cola, producto del disparo que le hice en su carrera. Al no presentarme ningún otro ángulo para dispararle, mis intenciones eran que la bala le fracturara la cadera, viajara hacia arriba a lo largo del animal, y tocara partes vitales. Medimos la distancia de ese tiro y el range finder nos arrojó una distancia aproximada de trescientos ochenta y seis yardas.

El venado tenía también un segundo impacto en la parte superior del cuello que le hizo un tajo de salida impresionante, y que pudo haber sido del segundo disparo, o bien, del disparo que le hice cuando se levantó en forma desafiante por primera vez de su lecho final.

Solo el impacto en el puro codillo, que le quebró paletas y partió el corazón a la mitad pudo finalmente con este grandioso animal, héroe de mil batallas, lo que confirma mi convicción de que los buros “cola prieta” de la “Baja” son libra por libra uno de las especies que más resistencia o fortaleza física tienen; y que además, generalmente de los más difícil de cazar, ya que los venados viejos rara vez dan tiro, y en carrera no detienen, como me sucedió a mí, o a mi compañero en la mañana.


El conocimiento del terreno, la experiencia de los guías, el conocimiento del equipo de caza y una buena dosis del factor suerte, jugaron un gran papel, para lograr abatir este hermoso trofeo.

Muchas gracias a Samuel Espinoza y a todo su equipo por hacer de esta cacería un éxito y una gran aventura para nosotros.

Un especial agradecimiento a mi esposa y familia por tolerar mis ausencias por esta enfermedad o locura que provoca la cacería, donde uno pasa momentos inigualables en paisajes de postal y en convivencia con grandes amigos.



Fin.