Sobre la hojarasca

El latido de tu corazón comienza a sofocarte. Sientes los violentos martillazos en el pecho. Tratas de controlar tu respiración, pero por más que te esfuerzas se te escapa del cuerpo como bufidos estruendosos y delirantes. Contrólate. Respira profundo. Tranquilo. Sin embargo, cualquier intento por serenarte naufraga en la excitación y el nerviosismo. Estás totalmente exasperado. Caminas lentamente con tus sentidos agudizados. Todos los sonidos estallan con una nitidez increíble en tus oídos. Comienzas a creer que estás haciendo mucho ruido y aún te quedan diez metros por recorrer para estar a buena distancia. Y tu aliento como una tormenta, y tu palpitar como un terremoto. Mas nada truena como la hojarasca bajo tus pies, bajo tus botas. Eres un cazador. Caminas lentamente sobre la hojarasca. Cinco metros más por recorrer. Debes llegar a esa roca grande para poder mampostearte. Y llegas. Y ahí está… con toda su belleza y esplendor, imponente, ocupando todo el universo y absorbiendo toda la existencia. Lo vislumbras detenidamente, casi perplejo; te desconcierta tanta inmensidad y hermosura. Por un instante olvidas la impetuosa fogosidad. Luego apuntas.

martes, 30 de septiembre de 2014

Cacería de cola prieta en Baja California / I


Cuando desperté, seguía soñando. Y toda la ciudad dormía.

Salimos de madrugada rumbo al aeropuerto de la Ciudad de México. Carlos y yo equipados cada uno con backpacks y los estuches duros con nuestros rifles. Él, mi compañero de caza, fumaba en silencio mientras que yo me perdía en las avenidas vacías y negras, vislumbrando una que otra luz esporádica que nos rebasaba o que dejábamos atrás. Eran las dos y media de la mañana. Por fin nos íbamos de cacería. Aunque el sueño sobrevivía, la espera había terminado.


Nos aguardaba un viaje largo. Muy largo. Un vuelo de tres horas; doce horas de carretera; tres horas de terracería; y cuatro horas de brecha, nos separaban del campamento donde habríamos de pasar seis noches cazando al esquivo y bello venado cola prieta de Baja California.


Y aterrizamos en Tijuana. Nos recibieron Manuel y Jorge entre abrazos y risas. Tenía más de un año que no veía a ‘Meño’. Me dio mucho gusto volverlo a ver. Siempre se alegra uno cuando se reencuentra con amigos. 

Posteriormente nos encontramos con otro gran amigo, David, 'el Chilango'. Nos detuvimos a apuntar los rifles en el campo de tiro; a veinticinco metros; una pulgada abajo del centro; y una vez listos los dos .300 WIN MAG que llevábamos, salimos en dos camionetas hacia el sueño.


Antes de llegar a El Rosario, el pueblo más antiguo de Baja California; un lugar carismático, de calles chamuscadas y secas, pero de personas cálidas y alegres. Un sitio donde se siente uno seguro y rodeado de gente buena, con el desierto que lo rodea, el legendario restaurante de Mamá Espinoza y sus negocios de mariscos; previo a nuestro arribo a ese poblado, cruzamos Rosarito, Ensenada, los viñedos de Santo Tomás, San Vicente, San Quintin. El camino fue ameno; lo transitamos entre anécdotas de cacería y chistes, escuchando buena música y con mucho que contarnos. El tiempo voló, detrás de la Suburban invencible de ‘Meño’.


Mientras más nos acercábamos a nuestro destino, pueblos, mares, ciudades, sierras, lomas y montañas quedaban atrás. Muy detrás de nosotros.

Baja California me deslumbró con su belleza. Tanto de día, como de noche.


Eran las seis de la mañana cuando quedó listo y levantado el campamento. El final del trayecto lo recorrimos destruyendo la camioneta, arrollando piedras y cayendo en inmensos baches. Con los párpados pesados como acero y el estómago vacío rodamos el último tramo, de subida. Cuando al fin llegamos y terminamos de montar todo, nos metimos en la tienda a descansar un par de horas.



Despertamos famélicos y golpeados por una luz resplandeciente y abrasadora en lo alto del Valle de los Sirios; al salir de la casa de campaña, que ya se había calentado incómodamente, fuimos consentidos con un manjar consistente en langosta estilo Puerto Nuevo y tortillas de harina. Todo una delicia el desayuno. Así que comimos hasta saciarnos.


Entonces llegó el momento de cazar.



Me alisté y comenzó la caminata; me detuve unos momentos junto con mis compañeros a apreciar el paisaje consistente en lomeríos adornados con choyas, biznagas, mezquites, nopaleras y mezcales. Todo esto bajo un cielo de un azul infranqueable, inmaculado, sin una sola mancha de nubes. Eran las diez de la mañana. El sol ardía iracundo sobre nosotros. Éramos Sebastián, Carlos, 'El Diablo', Rochín, 'El Pelón', 'Arnulfo' y yo. David y Manuel esperarían en el campamento.




No pasó ni media hora, cuando Arnulfo, uno de los guías, comenzó a hacer señas para que lo alcanzáramos. Con efusividad nos urgía a que le apuráramos, que ahí había algo, que le echáramos el lente; y al llegar yo que en dónde; y él que ahí, compañero, ¡debajo de la biznaga! ¡Junto al quiote pardo! Y yo que qué es un quiote; y él que, pues un quiote es…¡un quiote, chingaos! Y me señalaron uno, y entonces supe lo que era; y todos con nuestros binoculares buscando el bulto, el venado; y nadie lo encontraba; ni siquiera los otros guías. Hasta por fin lo noté con mis binoculares, echado, con la cabeza delante de un mezquite, escondiendo así su género, su cornamenta, si es que la tenía.


Al ver al animal se me aceleró el pulso, la respiración. Sentí cómo el corazón se agitaba con violencia dentro de mí, cómo arremetía contra mis costillas, mi pecho. El disparo de adrenalina de siempre.


Nos colocamos detrás de una piedra grande en silencio, moviéndonos con suma cautela, despacio. Una vez resguardados por las rocas, me quité el backpack, tomé mi range finder y medí la distancia que nos separaba del venado. Cuatrocientos metros. Acto seguido, saqué el spoting scope, lo recargué sobre el tripié y tardé unos momentos en encontrarlo. Mientras buscaba le suplicaba a la vida porque fuera un macho. Sin embargo, cuando logré hallarlo y enfocarlo, me percaté que era una hembra. Me arrebató un suspiro de cansancio y desilusión. Y les dije a todos, con un hilo de voz: hembra.



Continuará.

martes, 2 de septiembre de 2014

Carta abierta a Cazando Sobre la Hojarasca. Consejos para defender la cinegética


José Luna

Estimado editor de Cazando En La Hojarasca:

Mi nombre es José Luna y me gusta la cacería.

Desde mi infancia mi padre me enseñó el arte de la caza y su buena práctica.
Siempre he hablado de la cacería con dignidad y orgullo. Sin embargo, es en el nuevo mundo de las redes sociales donde percibí por primera vez que hay un gran número de personas que tienen una mal opinión acerca de la cacería.
Esto último me acongojó. Por esa razón fue que me di a la tarea de investigar dónde se encuentra el problema y el motivo de esa mala percepción, de ese enfoque equivocado sobre la caza. El resultado de mi búsqueda es el siguiente:

·               El fin, el objetivo de la cacería, es aprovechar de manera sustentable la fauna silvestre.

·               Toda la experiencia de la cacería empieza, primero, con la dicha de introducirse en un hábitat natural totalmente agreste. Se trata un acercamiento más fuerte con la naturaleza que, por decir algo, el que resulta de la visita a un parque ecoturístico para un día de campo.

·               Luego viene la intriga, la emoción de irse acercando a la presa hasta tenerla en las manos. Cuando se cobra la presa es la base y a la vez el punto medio o clímax, si se prefiere, de la experiencia de la caza.

·               Al final, el aprovechamiento que se dará a la presa, principalmente de consumo y textil, es con lo que concluye la experiencia de la actividad cinegética.

·               El filósofo español José Ortega y Gasset dijo alguna vez algo que me gusta mucho citar: “La caza es todo lo que se hace antes y después de la muerte del animal”.  No obstante, las personas que no conocen la cacería, los de origen urbano, no conocen el ámbito rural, ni saben lo que es el trabajo de campo ni qué es vivir de la tierra, debido a que  su proceso civilizatorio las llevó a desarrollar otro tipo de actividades.

·               ¿A qué se debe esta ignorancia del hombre metropolitano? A que éste no necesita los conocimientos que se requieren para salir al monte o vivir lejos de la ciudad. Eso no los exime de ser prejuiciosos y hacer una deliberación de la cacería sin el conocimiento pertinente para hacer una argumentación y una reflexión  apropiada, pero lo cierto es, con cierto grado de tristeza, que personas objetivas y críticas que sepan reflexionar son pocas.

·               La mayoría piensa que el objetivo de la cacería, y ésta misma se acaba con la muerte de la presa, y que la diversión, recreación o pasión del cazador consiste únicamente en ir matando sin más, y que matar se hace sólo por morbo,

·               Es decir, se piensa que la cacería es sólo carnaza, y es ahí donde empieza el desprecio, la injuria y la envileza hacia el cazador y la caza.

·               La manera de combatir esta visión errónea en las redes sociales es dar a conocer en éstas toda la experiencia de la cacería.

·                La idea es procurar subir fotos no sólo retratándose con la presa, que al ser la base y el clímax de la caza; en los expediciones cinegéticas se toman fotos de los paisajes, amaneceres, atardeceres, fauna y flora.

·               Lo idóneo es que se suban fotos de cuando se esta arreando a la presa y el cazador va caminando por el monte; fotos del paisaje; de flora peculiar o interesante; de fauna que no se vaya a cazar.

·               También después de la foto con la presa, que es la más habitual, fotografiar el proceso de preparación de la presa en su aprovechamiento, evitando, claro está, que éste sea sangriento o grotesco; fotografiarse probando la presa ya asada, por ejemplo, puede ser una buena idea; y todo esto hacerlo preferentemente de manera ordenada, cronológica, para que la persona desinformada que vaya viendo las publicaciones pueda darse una mejor idea de lo que representa la experiencia de la cacería.

·                Hay que dar concejos tanto en paginas de cacería como en redes sociales, o en paginas web sobre cómo aprovechar mejor y en plenitud a la presa, sea de consumo, textil o hasta farmacéutico. Actualmente son pocas las paginas web que hacen hincapié en este sentido. La mayoría de paginas web de cacería como las de un rancho cinegético, una UMA o un club cinegético se centran en la fauna disponible y en las fotos del cazador con su presa. Esto causa confusión en alguien desinformado

·                Otro aspecto que provoca la mala percepción sobre la caza, es la visión equívoca que permea entre los propios cazadores. Me refiero a la denominación caza deportiva. Si nos remitimos a la RAE, deporte es “una actividad física ejercida como juego o competencia sujeto a normas cuya práctica supone entrenamiento y buen estado físico”. Así las cosas los detractores de la cacería argumentan que para que sea deporte, tanto cazador como presa deberían de competir bajo las mismas condiciones. Es decir, que la presa debe portar armas a causa de que ésta a la hora del acecho se encuentra indefensa. Lo que es falso.

·                Definir la caza como deporte hace que muchas personas se sientan de cierto modo. Sin embargo, el asunto no va por ese rumbo. La cacería es un hecho natural que cuando sucede sin factores antropogénicos, la presa compite por su supervivencia y el cazador por su sustento. En cambio, cuando el factor antropogénico interviene pasa algo similar si se trata de cacería de sustento, pero de manera más distinta cuando se trata de caza cinegética. Empero aún así el animal compite por su supervivencia y el cazador por el recurso que representa la presa.

·               Vale la pena señalar que un animal silvestre en su hábitat tiene toda la capacidad de defenderse. El ser humano en un ecosistema ajeno es intruso. Y su única ventaja es el arma. Sólo mediante ésta puede alcanzar la victoria. Victoria que no en todas las ocasiones se da. O sea que sí hay competencia entre presa y cazador.

·               En cuanto a semiótica y semántica, recalco que la forma apropiada de referirse a la pieza recién abatida es presa; una vez que el taxidermista la diseca pasa a ser un trofeo.

·               La cacería no encaja en el concepto de deporte a causa de que ésta es muy diversa. Siempre dependerá de la presa, el hábitat de esta última y el tipo de cacería que se quiera ofrecer o llevar a cabo en un determinado lugar, ya que dependerá de lo que se quiera cazar la modalidad que será necesario emplear para poder abatirla. Aunado a lo anterior, no existen normas definidas que regulen todo tipo de cacería; más bien son individualizadas dependiendo su tipo. No todas requieren que el cazador esté en buen estado físico; y, lo más importante, la dinámica de la misma cacería no permite se pueda practicar o entrenar. El cazador aprende mediante experiencias y nada mas.

·               Puedo agregar, yo, José Luna, como lingüista que soy, doy fe y constancia de que confusiones del orden léxico— semántico—, como ésta, la que nos ocupa que se relaciona con la caza y sus denominaciones, son más bien un tanto habituales en gran parte de la población, que no tiene necesidad alguna de tener una consciencia lingüística tan aguda, ejemplo de ello es, pues, los deportes de motor—NASCAR, F1; etc.—, que tampoco suponen buen estado físico ni su dinámica permite la práctica; mismo es el caso de todas las variantes de tiro deportivo—rifle de aire, tiro con arco, etc.—, que aunque no requieren de tener la condición de un atleta, aún forman parte de las olimpiadas.

·               La dicotomía caza-pesca arroja complejidades y paradojas tanto al cazador como al detractor de la caza. Éste se pierde en los enredos de la definición del deporte que acompaña a la palabra cacería y su denominación como tal, como una actividad deportiva. La pesca padece de lo mismo: también se le califica como deportiva, pero esta actividad no sufre las injurias que recibe la caza. Esto de resultas que la muerte de un pez importa menos que la de un mamífero. Ambos son animales. Ambos resultan presas de pescadores y cazadores. Pero la ignorancia prevalece sobre todo.

·               Un dato curioso que cabe resaltar es que en la lengua portuguesa existe un término para referirse a la pesca sin necesidad de subsistencia; el cual es pesca lúdica. Lúdico como adjetivo también existe en la lengua española teniendo el significado de “inherente” o “propio de”; por lo que en sendas lenguas “pesca lúdica” significaría pesca propia de la pesca; es decir, pescar por la experiencia de la pesca.

·               Lúdica, es una opción también para nombrar a la cacería. Aunque la verdad es que esta opción resulta innecesaria para adjetivarla, pues ya existe un término metalingüistico para referirse a la caza y que ya he usado en este escrito, el término cinegética viene de raíces latinas; y a la vez griegas, se descompone en dos partes, (cinegé= cazador) y (tico= relativo a) por lo que significa “propio de la caza”, teniendo el mismo efecto que “pesca lúdica”, (en la pesca al ser una palabra primaria no podría decirse pesca pescática por devenir definición cacofónica).

·               entonces hablamos de dos vertientes, que ya había mencionado: cacería de subsistencia y cacería cinegética, mas no cacería deportiva. No sólo eso, sino que, en un fenómeno de ahorro de la lengua, también práctico para la definición del término, cacería cinegética debe ser reducido sólo a cinegética, de esta manera no sólo se diferencia de la cacería de subsistencia sino también de la caza furtiva, siendo idóneo para conservar la buena imagen de la caza legal.

·               Empecé mi escrito con una declaración, “me gusta la cacería”. Esta frase debe ser remplazado por “me gusta la cinegética”, y de igual manera cada vez que hice referencia a la cacería, la palabra debe ser cambiada por cinegética. Es aquí donde empezaremos por combatir la confusión de la mala imagen de la cinegética en las redes sociales y el internet. Esto significa dar preferencia al término metalingüístico cinegética en total detrimento de las expresiones como caza deportiva, cacería o caza, cosa que ya se está haciendo, pues tenemos, ranchos cinegéticos, calendario cinegético, organizaciones cinegéticas, clubes cinegéticos. No obstante, aun persiste licencia de caza deportiva.

·               La definición de la cinegética como deporte no conlleva la esencia de esta actividad. Al contrario, causa confusión y malos entendidos. A contrario sensu, la cinegética porta plenamente la substancia de la cacería; y cuando algo es nombrado con tal entereza y exactitud, no hay cabida para versiones erróneas, o ambigüedades.

A usted como editor le suplico que implemente estas recomendaciones en su página para ayudar a la buena imagen de la actividad cinegética, y de los que la realizan. De ser posible me gustaría que publicara mi escrito en su pagina, al igual que el Manual para defender la cacería en redes sociales que en días anteriores fue posteado.

 

Habiéndome expresado a plenitud me despido y muchas gracias.



lunes, 1 de septiembre de 2014

Realidad y mito del coyote


Gustavo Díaz Montiel

Les quiero compartir una experiencia que me tocó vivir. Lo que sucedió es lo siguiente:

¿Alguna vez han escuchado el mito acerca de la suerte de los coyotes? O no sé cómo llamarlo.

Sucede que en una de varias salidas se nos ocurrió comprar un silbato para llamar coyotes, y como era de esperarse decidimos salir a probarlo al cerro. Aquella vez salimos mi dos tíos, mi sobrino de dieciséis años, al que le encargamos que fuera practicando el aullido del coyote, ya que el joven aun no estaba preparado para portar un arma, y un servidor.


La caminata duró como una hora. Durante esos sesenta minutos, mi sobrino, que no paraba de insistir en la tarea que se le encomendó, logró perfeccionar el reclamo.

Una vez afinado el silbido y recorrido el camino, llegamos al lugar y le pedimos al adolescente reclamador que empezara a llamar a los coyotes.

Rip…rip… ¡Auuuuuuuuuuuuuuuuu!

Se le solicitó que hiciera pausas de dos minutos entre reclamo y reclamo. Reclamaba. Paraba un momento. Y nuevamente.

Rip…rip…rip.. ¡Auuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!
Silencio.

¡Rip! ¡Rip! ¡Auuuuuuuuuuuuuu!

Y de pronto, una respuesta.

¡Auuuuuuuuuuuuuu!

Emocionados escuchamos cómo el coyote contestó a lo lejos. Finalmente había atrapado el reclamo al canino.

Eran las diez de la noche cuando nos sorprendió el canto del coyote.

Mis tíos eran los de la experiencia en caminos y brechas. Así que fueron ellos quienes nos acomodaron según los puntos por donde probablemente pasaría el animal. Todos armados con escopetas calibre .12 GA., y munición del 0 nos preparamos para esperar a la presa.

Una vez apostados, encendimos instantáneamente nuestras lámparas para estudiar los posibles y diversos caminos por los cuales podría pasar el coyote. Acto seguido, solicitamos a nuestro sobrino reclamara nuevamente al aullador.

—Apaguen sus lámparas—, nos ordenó en un susurro uno de mis tíos.

Oscuridad. Y el reclamo.

¡Rip! ¡Rip! ¡Auuuuuuuuuuuuuu!

Y un instante después responde otra vez el coyote. No tardó ni un segundo en volver a contestar al reclamo de mi sobrino.

¡Auuuuuuu!

Silencio sepulcral.

—¡Silva como liebre herida, sobrino!—le pedí a mi sobrino.

Silencio total. Reclamo.

—¡Prendan sus lámparas!— Ordenó un tío mío.

Cuando encendimos nuestras luces y alzamos la mirada, teníamos al majestuoso animal a cuarenta metros de distancia. Al verlo nos quedamos helados, como en pausa. Y entonces vi esos ojos rojos. Los miré de frente. Vi claramente como éstos me miraban a mi también. Ambos con las miradas clavadas.

Luego de un segundo, uno de mis tíos, el más experimentado en las artes de la caza, levantó su escopeta y la amartilló. Apuntó al animal, y seguramente en ese mismo instante dije hacia mis adentros que seguramente ya la habíamos hecho.

Y mi tío jaló el gatillo. Y nada.

¡No tronó el cartucho!

Y otra vez, inmediatamente después, otro click sin tiro. ¡No volvió a tronar el cartucho!

Yo no podría creerlo. En ese momento estaba totalmente anonadado, incrédulo, helado.

Mas repentinamente nuestro joven sobrino gritó que el animal ya se iba; ¡ya se va! ¡ya se va el coyote!

Y salimos del letargo. Y empezamos todos a tirar al bulto, hacia la oscuridad.

Cesado el fuego, nos dirigimos todos al lugar donde vimos que el can huyó. No obstante, la búsqueda fue inútil.

—El coyote nos dirimió—. Fueron las palabras de mi tío.

Desde entonces hasta hoy, he empezado a creer en todas las anécdotas que he escuchado acerca de este animal.


Esto que aquí cuento sucedió en Puebla, muy cerca de Atlixco, una noche, alrededor de las diez de la noche.