Sobre la hojarasca

El latido de tu corazón comienza a sofocarte. Sientes los violentos martillazos en el pecho. Tratas de controlar tu respiración, pero por más que te esfuerzas se te escapa del cuerpo como bufidos estruendosos y delirantes. Contrólate. Respira profundo. Tranquilo. Sin embargo, cualquier intento por serenarte naufraga en la excitación y el nerviosismo. Estás totalmente exasperado. Caminas lentamente con tus sentidos agudizados. Todos los sonidos estallan con una nitidez increíble en tus oídos. Comienzas a creer que estás haciendo mucho ruido y aún te quedan diez metros por recorrer para estar a buena distancia. Y tu aliento como una tormenta, y tu palpitar como un terremoto. Mas nada truena como la hojarasca bajo tus pies, bajo tus botas. Eres un cazador. Caminas lentamente sobre la hojarasca. Cinco metros más por recorrer. Debes llegar a esa roca grande para poder mampostearte. Y llegas. Y ahí está… con toda su belleza y esplendor, imponente, ocupando todo el universo y absorbiendo toda la existencia. Lo vislumbras detenidamente, casi perplejo; te desconcierta tanta inmensidad y hermosura. Por un instante olvidas la impetuosa fogosidad. Luego apuntas.

lunes, 13 de octubre de 2014

Cacería de cola prieta en Baja California / III







Nos tomamos las fotos con el hermoso trofeo. Una tras otra. Arriba el sol ardía, abajo nos olvidábamos del calor, del fuego; la emoción lo abarcaba todo. Y ahora así, no, no, no. No seas pendejo, Carlos. ¡Agárralo bien, con cariño, de la oreja! ¡De los cuernos no! ¡Qué la…! ¡Pon al venado derecho, hermano! ¡Oooooooh, pérame, cabrón! ¡Pesa! ¡Con los cuernos al cielo, güey! Y me arrastraba. Y fotografía. Y me seguía arrastrando, buscando distintos ángulos, jugando con la luz. Y fotografía. ¡Para Instagram, hermano! Risas. Y fotografía. A ver, Sebas, métete a la foto. A ver, espérenme. Enderézale la cara, hermano. ¡Chingaos, que se la endereces! ¡Pesa, güey! Y fotografía. Hay que quitarle toda la sangre. Que parezca trofeo, que se vea inmortalizado, respetado, venerado. ¿Listos? Y fotografía. ¡’Diablo’! ¡Eu, compañero! ¿Nos tomas una foto a los tres? A ver. Hazte, güey, no tapes los cuernos. Háganme un espacio. ¿Listos? Y fotografía. Ahora, jóvenes, todos a trabajar.

Con las fotografías se hizo lo que se pudo.

Como el sol quemaba, cocinaba todo lo que tenía a su alcance, nos apuramos en limpiar al venado. Posteriormente buscamos un quiote lo suficientemente grueso para poder amarrar al cola prieta y poderlo bajar de la loma en la que nos encontrábamos.



Una vez amarrado el venado, Rochín y el ‘Diablo’ cargaron con él y lo bajaron a la mitad del lomerío. Ahí decidimos tomar todos un descanso y llamar a Meño por el radio para que acudiera por nosotros en la Suburban. Mientras lo esperábamos bebimos agua, recordamos el acontecimiento, recreamos la historia una y otra vez con nuestras anécdotas. ¡Estuvo, poca madre! ¿No? Me puse bien nervioso, hermano. Por eso se lo volé. ¡Y ustedes andaban en la pendeja gemeleando! Y risas. Y yo lo vi primero; y yo creí que era una hembra. Hasta que lo vi por los binoculares, hermano. Estuvo, cabrón. Cayó seco. ¡Seco! Buen tiro. ¡Y sin manposta! Todo sucedió en segundos. Pos es que ustedes chilangos me cai diamadres que caminan bien lento. ¿No stan acostumbrados a correr en la sierra, veá? No tanto. Pero llegamos, ¿no? Eso que ni qué. Lento, pero seguro. ¡Henos aquí, con un venado!



Quedaba uno por cazar. El mío.



Cuando al fin llegó nuestro raid, llevamos rápidamente al venado al campamento, lo copinamos y una vez copinado, volvimos a salir a buscar el otro cola prieta que faltaba desde la raca de la camioneta. Ese día había sido exitoso. La tarde nos la íbamos a tomar con más calma. Quedaban seis días más para buscar mi trofeo. Si se mueve algo, pos se muere. Pero no tiene mucho caso salir a caminar, si antes de recorrer el terreno necesario nos va a alcanzar la noche. Mejor recorremos un poco con la Suburban, gemeleando, y quién quita que algo se mueve por ahí. Pues vámonos. Ámonos, pues.

Así que recorrimos el desierto. Manejábamos, lento, sobre piedras, cayendo en baches, deteniéndonos en cada tanto a echar lente. Mientras tanto, el día amenazaba con fugarse. Amenaza color naranja y hermosa, que pintó el cielo, las cordilleras, las lomas y las rocas de clarososcuros, de color bergamota, de escarlata, de azul intenso, variedades de café. Y el viento comenzó a enfriarse, a colarse en las gargantas. Todo olía y se sentía ya a atardecer. No tardaban las estrellas y la luna en asomar para asombrarnos.


Con los últimos instantes de luz me quedé amarrado a mis binoculares, insistiendo en captar cualquier movimiento. A lo lejos, el cauce de un arroyo, un par de sierras, valles y mesas, sin venados, pero que poco a poco se desdibujaban dejándose engullir por la oscuridad, por la noche que comenzaba a abarcarlo todo. Había llegado el momento de regresar al campamento.












La primera noche había llegado. Cenamos pescado frito, preparado por el ‘Chilango’, que por cierto además de ser un excelente guía, resultó ser un magnífico cocinero. El aroma del festín que pronto habríamos de devorar nos alcanzó de frente cuando se asomaron las luces del campamento, que se antojaron reconfortantes y exquisitas. Había sido un día largo, solamente habíamos dormido un par de horas luego de nuestro largo viaje hacia el Valle de los Cirios. Estábamos hambrientos y exhaustos, así como emocionados y llenos de entusiasmo. 

Esa noche después de cenar y beber algunas cervezas, decidimos dormirnos temprano porque mañana va a ser un día largo, va a estar cabrón. ¿Sí? Ey… Nos vamos a llevar lonches y vamos a caminarle todo el día. Pa hasta mero arriba. ¿Qué no estamos ya mero arriba? Pos sí, pero vamos a ir ¡más arriba! Vamos a subir varias lomas para gemelearle desde ay. A fuerzas vamos a ver algo. Habrá que echarle ganas. Duro, pa que ya mates, compañero. Pues no se diga más. Vamos a descansar.

Antes de quedarme dormido empecé a leer “Pantaleón y las visitadoras”, de Mario Vargas Llosa. No había cambiado a la novena página cuando me quedé profundamente dormido.

No recuerdo que soñé. Pero seguramente fue con un venado cola prieta.


Continuará.

jueves, 2 de octubre de 2014

Cacería de cola prieta en Baja California / II


Hembra. Era una hembra. En la venada se veía mi derrota, nuestra derrota. Cuánto no hubiésemos dado porque fuera un macho, un venado viejo con una cornamenta hermosa. Sin embargo, ahí estaba yo, con el ojo puesto en la desilusionadora hembra, mirándola tranquila, echada, por el spoting. Exhalé. Cerré el ojo y con parsimonia me alejé del telescopio. ¿Alguien quiere verla por aquí?, pregunté. Así que todos comenzaron a turnarse para ver a la culpable de nuestro desencanto.


La decepción no se prolongó tanto. Al poco tiempo aprovechamos las piedras para apostarnos ahí por unos momentos para gemelear y tomar un curso fugaz acerca de la flora de la zona. Eso de ahí es una pitaya; y eso que se ve aquí, cerquitas, es una choya; y allá, el palo ese, es un quiote; aquél es una biznaga; y aquí, a ese mero le decimos cardona; ¿y a esos cómo les dicen? Pues mezquite; ¿y a esos otros? Pos mezcales; y aquellas son nopaleras, ¿esas sí las conocen, no, compañeros? Esas sí. Pues ya están al tiro, ¿le seguimos, o qué? Le seguimos.


Arnulfo nos explicó que el plan iba a consistir en dirigirnos a lo alto de la loma que teníamos de frente, a unos cinco kilómetros. En dirección hacia donde se encontraba la venada. Una vez arriba, le daríamos una pasada con los binoculares a todo el lomerío que íbamos a poder divisar desde ahí para buscar un venado macho. Posteriormente rodearíamos para llegar, por el lado opuesto de donde salimos, al campamento. Es decir, llevábamos recorridos poco más de dos kilómetros, quedaban unos diez por recorrer. Eran las once de la mañana.


Arriba el sol no claudicaba en su afán por freírnos. No obstante, afortunadamente soplaba un céfiro casi frío que alegraba la piel y el espíritu. Además, ese mismo viento trajo consigo algunas nubes, que si bien en ningún instante se posaron frente a la estrella de fuego; empero tranquilizaban con la esperanza que brindaban al amenazar con hacerlo en cualquier momento.


Los tres cazadores caminábamos lento. Paso a paso. Sin mirar hacia lo alto de la loma, que era nuestro destino, sino enfocándonos en recorrer cien metros; y otros cien; y así sucesivamente. Delante de nosotros iban los guías, que caminaban mucho más rápido que nosotros.


Yo cargaba con una backback; con el spoting scope; un tripié para colocar el mismo cuando fuese necesario; dos litros de agua; cuatro burritos de huevo con chorizo; tres chiles serranos; mi PETA; el range finder; un .300 WIN MAG amarrado al costado de la mochila; mis binoculares cruzados sobre mi pecho; y veinte tiros. No necesitaba más para pasar todo el día caminando en busca de mi cola prieta, salvo mucha disposición, corazón, huevos y una ilusión tan grande como invencible. Y eso también lo traía conmigo. Más que nunca. 


Por aquí hay que andar a las vivas porque igual y esa hembrita trai macho, dijo ‘El Diablo’ ¿Los venados ya están corriendo?, pregunté ¡Ya, compañero! Los train como a uno, bien pendejo. Andan correteando venaditas. Y soltó una risa diabólica. Y todos nos unimos a las risas.


Hasta que no recuerdo si fue el Rochín o ‘El Pelón’, que nos urgió; que ya estuvo de risas; que ahora sí a caminarle pasito; que por aquí debe andar un venado; y nosotros que está bien, en un susurro; nos callamos. Y todos nuestros corazones soltaron un par de golpes esporádicos.


Y entonces ya lo único que se escuchaba eran las ramas quebrarse; el crujir de la hojarasca; resbalones detrás de mí; resbalones míos; las piedritas rodar con brusquedad; toces; troncos secos rugir bajo las botas de algún cazador. Pero sobre todo escuchábamos el viento; también lo sentíamos; lo sentíamos colarse en nuestros oídos, acariciarnos la piel empapada. Refrescarnos. Lo sentíamos cuando nos despeinaba.



Luego de una hora de caminar evitando quebrantar el silencio, por fin se pudo divisar de más cerca lo alto de la loma, nuestro destino. Los guías ya estaban ahí arriba, gemeleando. De pronto, a mi derecha, vi a un venado detenido; mirándome fijamente, con sus enormes orejas apuntando hacia los lados. A cincuenta metros. No más. Al verlo, me detuve instantáneamente y avisé a mis compañeros de caza. Éstos, acto seguido, se pararon en seco y miraron al animal.

Creo que es hembra, les dije tranquilo.

Yo tenía el rifle amarrado a la mochila, así que no iba a poder tirar pasara lo que pasara, fuera lo que fuera.

Así que Carlos comenzó a chiflarle a su guía para que le llevara el rifle. El guía no escuchaba. El viento se llevaba los chiflidos desesperados de mi compañero. Pero después de un minuto, éste logró captar la atención de Rochín, que rápidamente se acercó con sigilo para darle el rifle a mi amigo, que solamente quería ver por el telescópico a la que todos creíamos era una hembra.


Y entonces me llevé los binoculares a los ojos. Y yo que no mames, hermano, es un macho; y él que ¿en serio?; y yo que sí; y mi compañero apuntó; y disparó; y se lo voló; y yo que se lo volaste; y él que, ¡chinga tu madre!, gritó mientras en instantes recargaba; y volvió a disparar justo cuando el venado comenzaba a caminar hacia la derecha; y el cola prieta cayó; y el cazador que ¡a huevo! ¡A huevo! Y gritos, y abrazos, y saltos, y felicidad. Y el primero había caído.






Continuará.