Sobre la hojarasca

El latido de tu corazón comienza a sofocarte. Sientes los violentos martillazos en el pecho. Tratas de controlar tu respiración, pero por más que te esfuerzas se te escapa del cuerpo como bufidos estruendosos y delirantes. Contrólate. Respira profundo. Tranquilo. Sin embargo, cualquier intento por serenarte naufraga en la excitación y el nerviosismo. Estás totalmente exasperado. Caminas lentamente con tus sentidos agudizados. Todos los sonidos estallan con una nitidez increíble en tus oídos. Comienzas a creer que estás haciendo mucho ruido y aún te quedan diez metros por recorrer para estar a buena distancia. Y tu aliento como una tormenta, y tu palpitar como un terremoto. Mas nada truena como la hojarasca bajo tus pies, bajo tus botas. Eres un cazador. Caminas lentamente sobre la hojarasca. Cinco metros más por recorrer. Debes llegar a esa roca grande para poder mampostearte. Y llegas. Y ahí está… con toda su belleza y esplendor, imponente, ocupando todo el universo y absorbiendo toda la existencia. Lo vislumbras detenidamente, casi perplejo; te desconcierta tanta inmensidad y hermosura. Por un instante olvidas la impetuosa fogosidad. Luego apuntas.

lunes, 11 de mayo de 2015

Mi primer venado cola blanca carminis


César Alejandro Morales Tovar



Estaba por vivir una de las experiencias más valiosas sin imaginarlo.






Durante meses esperé a que llegara el día de mi primer cacería. Esperé entre emocionado, nervioso y confundido, ya que se trata de una práctica muy debatida, que implica una gran responsabilidad, que va desde acatar las reglas de seguridad, hacer el tiro perfecto, el tiro ético, hasta mostrar respeto en las fotografías con el trofeo. Pero siempre con miras en el fin principal que buscan los ranchos y la actividad cinegética: la preservación de la especie.

El primer día comenzó con un largo trayecto adentrándonos en la hermosa Sierra del Carmen, en Coahuila; un lugar que impacta por la grandeza de sus montañas, cuyo silencio te da la tranquilidad que necesitas para lograr encontrar un buen ejemplar y hacer un gran disparo. 

Luego de tres horas de cacería, cuando ya regresábamos de nuestra primer búsqueda, alrededor de las once de la mañana, avistamos un coyote a doscientos metros. Humberto, mi compañero de cacería, a pesar de su gran colección, no contaba con uno de estos ejemplares, que merodeaba entre los árboles chaparros —llamados así por los guías—, escondiéndose, mirándonos perplejo, el anhelado espécimen.



Entonces Beto me preguntó: ¿lo tienes en la mira? Mi respuesta fue que no, que tira tú. Al terminar la última letra de mi enunciado escuché el fuerte disparó que había sido mortal para el coyote; y así terminó el primer día de caza. Aún teníamos un reto muy grande por delante: tres carminis, dos texanos y un bura, todos ellos en cinco días. Por lo que un coyote simplemente no era suficiente para el primer día.


Al llegar al rancho nos encontramos con una buena noticia: Sebastián, nuestro otro compañero de cacería, ya traía consigo un espectacular tejano.


Al día siguiente, Humberto y yo avistamos algunos venados que, aunque eran machos, no eran lo que buscábamos.

La luna llena nos había dificultado la cacería; ya que al iluminar la noche, los venados se alimentan nocturnamente, y en el día se levantan y se mueven poco. No obstante, el paisaje lleno de montañas donde se pueden encontrar desde ardillas, jabalíes y hasta osos hizo del segundo día una grata experiencia.

Algo que envuelve a la cacería es el contacto con la naturaleza; recorrer lugares tan espectaculares, conocer personas fascinantes, como lo son los guías que conocen cada centímetro de la sierra, pues saben distinguir una mancha en el monte, encontrar un vendado a cientos de metros; es por esta razón que aún sin tener éxito, ese día nos regaló grandes momentos.


Al regresar nuevamente al rancho, nuestro compañero Sebas ya tenía en la camioneta un muy buen carminis, que nos hacia el día, con sus números la operación seguía a buen ritmo, aún quedaban tres días y faltaban cuatro venados.


Esa noche hubo menos luna, el cielo estaba cubierto de estrellas que auguraban el éxito que tendríamos el siguiente día, así que después de una gran cena y algunos tragos nos fuimos a dormir con la esperanza más viva que nunca.

Llegó el tercer día. Fue un miércoles; eran las siete de la mañana. En esa ocasión salimos todos juntos: Beto, Sebas, los guías y yo.


El aire que recibíamos en la parte posterior de la camioneta  cortaba más que cien navajas; los dedos se entumecían al primer contacto con el frio. De pronto, vislumbramos a no menos de quince jabalíes. La camioneta se detuvo en seco. Me decían que ahí está el tuyo. Alberto me dijo bájate de la camioneta, vamos a seguirlo; y lo vimos a treinta metros. Ahí estaba, Alberto me pedía calma, asegura el tiro, ponlo en la mira. Después de un tiro que sólo logró herirlo, comenzó la búsqueda de mi jabalí, que encontré a unos doscientos metros debajo de un mezquite, agonizando. Para poder darle una muerte rápida, le solté un segundo tiro, y así conseguí lo que fue mi primer trofeo. Lo festejamos en grande. Y seguimos con lo que comenzaba a ser un gran día.


Dos horas después vimos un texano espectacular; iba tras dos hembras, era de buen tamaño, el que Humberto estaba buscando. Por lo que detuvismos la camioneta y le echamos los lentes. El venado estaba alrededor de un kilómetro. Así que Beto se bajó con su guía, y a seguirlo.




Siguieron al venado por más de dos horas y varios kilómetros a pie. Mientras tanto, nosotros esperábamos con el deseo de que obtuviera su trofeo; y después de horas, los encontramos a él y a su guía felices y empapados con su trofeo listo para ser fotografiado y formar parte de su enorme colección. No era el macho enorme que habían visto, pero se trataba de un bonito tejano.


Regresamos al rancho felices a disfrutar de la comida para poder continuar nuevamente y con fuerzas la búsqueda por la tarde. En cuanto dieron las tres, salimos por lo que sería mi primer carminis. Pasada una hora de camino, el guía detuvo la camioneta con el tecatito—nombre que nosotros le dimos al mecate con el que al jalarlo, el guía detiene al chofer desde la torre—, y todos vimos un buen ejemplar de 6 puntas a cien metros. En ese momento, mi corazón no dejaba de latir a un ritmo desesperado.

Por fin, con los buenos consejos de Humberto, me pude calmar; acto seguido, puse en la cruz al venado; luego metí mi cara a la mira tan cerca que Humberto tuvo que darme dos palmeadas para que me alejara justo a tiempo antes de hacer un mal tiro y romperme la cara como a muchos les ha pasado. Así fue como logré calmarme y tener la paciencia para hacer un tiro soñado.

Se escuchó un estruendo ensordecedor, seguido de un festejo de Beto, que gritaba, que exclamaba ¡cayó, cayó, cayó! ¡A huevo! ¡A huevo! Incrédulo y lleno de una adrenalina jamás antes sentida, vi a mi primer carminis esperando a que fuera por él para honrarlo e iniciar mi colección de venados, y hacerme saber que cada sacrificio hecho para estar ahí valió la pena.


Así pues, comenzó la sesión de fotos, en la que aprendí que lo primero que debe mostrarse en ellas es un gran respeto al trofeo. Luego de varias fotografías y un ruidoso brindis, turbado debido al escándalo hecho por el festejo, Sebas le grita a Humberto ¡ahí está el tuyo! ¡Ahí está el tuyo, ven, güey! A escasos setenta metros de la camioneta se veía otro buen ejemplar.

Beto sorprendido tomó su rifle y subió uno de sus tres últimos tiros de .30-06 SPR que le quedaban a la recámara, para lograr un disparo perfecto que logró darle una muerte digna e instantánea a su carminis.


Fue así como nos cambió la suerte. Ya con ésta totalmente a nuestro favor, marcando nuestro tercer día, quedando dos más para obtener el tan difícil y preciado Bura, regresamos por una deliciosa cena que incluía hígado y corazón de los venados cazados. Algo, vale la pena mencionar, verdaderamente delicioso. El sabor de la carne de campo es totalmente distinto a un corte de cualquier res de rastro. La cena fue acompañada por un gran brindis ofrecido por el anfitrión, Beto, que además de llenarnos de hospitalidad desde nuestra llegada, es una persona sumamente profesional que logró hacernos sentir en todo momento en un hotel 5 estrellas, brindándonos además su gran amistad.





El jueves salimos temprano rumbo al territorio del Bura sin lograr tener éxito. Pero ganamos un día lleno de festejos, rodeados por paisajes y anécdotas inolvidables.

Llegó el último día. Salimos por la mañana con la confianza de encontrar este ansiado bura, mismo que nos salió a dos horas del rancho, mientras sosteníamos una amena charla.




Humberto nos pidió silenció, ya que en una loma, a ciento ochenta metros estaba su bura. Confirmamos que fuera macho de edad adulta y acto seguido cargó su rifle para, luego de gastar sus últimos dos tiros, obtener así lo que fuera otro venado, quedándole un penúltimo pendiente, el temazate, para lograr la colección requerida para ser acreedor al Premio Hubert Thummler a los Venados de México.


De regreso al rancho, ya con el objetivo superado y luego de una semana llena de experiencias inolvidables, terminó mi primer cacería. Me dejó con la esperanza de una segunda que tendrá la enorme tarea de superar estos grandes días vividos al lado de personas que dejaron huella en mi andar.


sábado, 9 de mayo de 2015

¿Matar o cazar? Una diferencia

O del momento en que uno falla porque lo invaden los nervios

Leyendo a Miguel Delibes, "Un cazador que escribe", regalo de Andrés Santos Schroeder​, se gestaron en mi cabeza las siguientes líneas:

La gente cree que el cazador mata a sangre fría. Eso creen porque no conocen la pasión de cazar, porque no han sentido cómo el corazón se arranca en una carrera frenética y se sacude en el pecho con violencia cuando la presa está cerca.

Los que no saben lo que es cazar comparan al cazador con un asesino de sangre helada. Sin embargo, lo que ignoran, es que cuando cazamos y 'bota' el venado, o rompe a volar la codorniz o gorgotea a escasos metros el guajolote u oímos el crujir de la maleza en el espiadero o sorprendemos al coyote a distancia de tiro, nuestra sangre hierve instantáneamente. ¿Qué cazador se puede jactar de no sentir las venas ardiendo cuando tiene a su presa en la mira? ¿Quién no ha fallado un tiro por no controlar la respiración, que en ocasiones se escapa a caudales de nuestros pulmones en el momento de apuntar? ¿Quién no ha dado el 'jalón' al gatillo porque los nervios nos hacen temblar desenfrenadamente?

En mi opinión, uno de los momentos más catárticos y bellos de la cacería es esa ola de adrenalina que arrasa con nosotros en los instantes previos y posteriores al momento del abate. Por eso recuerdo con placer las ocasiones de frustración en que no me podía controlar, y el guía que contrólate; y yo que sí; y él que, a ver, espérate, respira o le vas a fallar; y yo que a ver, respiro; y él que estás muy nervioso; y yo que puta madre, no me puedo tranquilizar; y él que tranquilízate, tienes tiempo. Y el disparo, y pues fallo. Y él, ¡te dije! ¡le erraste, pendejo! Y yo, que, el que nunca falla no es cazador.

¿Pero cambiaría esos fallos a cambio de no sentir el fuego en el momento de tirar? ¡Por supuesto que no! No es que siempre invadan a uno esas crisis nerviosas que los güeros conocen como 'Buck Fever'. Con el tiempo y la experiencia, en efecto, aprende uno a controlarse mejor. No obstante, el día que deje de sentir por completo y por siempre esos ímpetus de descontrol, ese día será el día en que la caza me dejó de apasionar como me apasiona al día de hoy.

Nunca está a salvo un cazador apasionado de que los nervios lo traicionen y lo pongan a temblar. Y ¡Pum! Otra vez la insolente voz del guía: ¡Le erraste, pendejo! Pero no pasa nada. Tenemos toda la vida para seguir cazando, para seguir cazando apasionadamente.