Dr. Stan Medonza
Resulta para
mí gratificante el poder compartir con todos ustedes esta experiencia tan
espléndida, como lo fue cazar durante esta temporada hábil de caza de pecaríes
en el estado Michoacán, en zonas de bosque tropical, muy ricas en flora y
fauna.
Se convirtió
para mí en un deleite el poder caminar por las mañanas, como le dicen por acá,
"campeando", por las barrancas, entre ujeras—árboles de capomo—, y zonas propicias para el hábitat del pecarí
e innumerables especies de animales que habitan en esta área.
El blog Cazando Sobre la Hojarasca me ha
inspirado a practicar la caza de una forma más responsable, más ética y siempre
respetando la ley. También me ha dotado de un mayor poder de apreciación, ya
que he aprendido a admirar hasta el más pequeño detalle de las bellezas
naturales con las que se encuentra uno mientras practica esta actividad, que para
mí se ha convertido casi en un ritual.
Ha sido
difícil llegar a este punto de júbilo, pues incursioné en la práctica de tiro y
cacería de una manera muy informal, rudimentaria y con poco conocimiento. Hay poca
gente por estos rumbos que tienen una cultura cinegética responsable, y eso
lleva a que el aprendizaje entre los cazadores sea más lento y se cometan
muchos errores por desconocimiento del tema.
Esto
me traslada, sin pena a contarlo, a mis primeras experiencias. Las
primeras veces que cacé lo hice de noche. Sin embargo y afortunadamente,
durante estas iniciales cacerías no logré abatir ninguna presa.
Otro método
que conocí fueron las famosas "arreadas", las cuales me parecen más que
una cacería estrictamente hablando, una fiesta en el rancho en la que se puede
cazar, donde el nivel de apreciación de las especies se pierde un poco por la
forma en que son realizadas, mas no dejan de ser muy efectivas, emocionantes y
divertidas, sobre todo cuando hay perros que las acompañan.
En una de
estas arreadas maté mi primer venado hace unos 5 años.
Fue hasta el
año pasado que le agarré un sabor muy especial a la cacería, al rececho,
caminando por mi cuenta al ritmo que los rastros, el viento y los árboles me iban
indicando, sintiendo una conexión muy especial con el entorno y agudizando mis
sentidos al tope.
Durante un rececho de estos, el año pasado, tuve una
experiencia increíble en una UMA donde fui invitado en el municipio de Arteaga.
Me gustaría
compartir esta historia también, ya que se trató de una situación muy poco
usual, y surgió de una forma extraordinaria.
La cacería
comenzó como a las dos de la tarde, después de haber almorzado con esas
tortillas y esos sabores que solo en los ranchos lejanos y remotos existen y se
dan. Salimos con un guía y cazador experimentado—toda su vida cazador en esas
tierras—, llamado Pánfilo, quien cazaba con machete y salón (como le dicen por
acá al rifle calibre .22 de cualquier marca); también nos acompañaba mi primo
político, Flaviano. Tanto éste como yo, cargados con rifles calibre .243 con
mira telescópica.
La idea era
que Pánfilo iba a salir caminando por una barranca muy grande y haciendo ruido
a modo de arreada, mientras que nosotros caminaríamos por los filos de esos
majestuosos cerros, a la par del ruido que este Pánfilo hacía.
Para
dimensionar la magnitud de esos cerros, para recorrerlos, son trayectos de
aproximadamente cuatro kilómetros. Estas serranías tienen en sus partes altas
encineras y pineras, y en su parte más baja corre un arroyo que nunca se
seca entre una vegetación densa y selvática, con ujeras, clavellinas,
cazahuates, parotas e higueras al por mayor.
Llevábamos
media hora aproximadamente caminando, cuando me llama por el radio mi primo,
diciendo que diéramos vuelta a buscar en otro lado. Emprendí el regreso siempre
listo por si cualquier animal que hubiera quedado rezagado o escondido pegara
el salto.
Llegué a la
camioneta del primo Flaviano y con la sorpresa que me encontré un venado (macho
muy joven) en la caja con la lengua de fuera y todavía calientito (como dicen
por acá).
Lo curioso es que nunca escuché ninguna detonación. Bromeando me
decía mi primo, búscale, pues ¡el balazo! Así que me dediqué a buscarle la
entrada de la bala, pero sin suerte, con la sorpresa que no había orificio de
entrada, ni de salida de proyectil, sólo se apreciaban unos pequeños rasguños
en la zona del cuello, cerca del vientre y en sus piernas.
Le pregunté
a Pánfilo que quién o qué lo había matado; a lo que Pánfilo sonriente me dijo a
manera de respuesta: ¡pos yo creo que
fue el león!
La intriga
me llevó a hacerle una entrevista, la cual tengo grabada en video y espero
poder compartir con los simpatizantes de esta práctica.
Resulta que
mi primo al bajar por la barranca, cuando llevaba unos quince minutos haciendo esos
estridentes ruidos para aventarnos a los animales, oyó que un animal corrió por
el barranco. Su instinto y conocimiento lo llevó a perseguir al animal hasta
que dejó de oírlo. Dice que el último ruido que escuchó fue una especie de
bramido. Así que siguió caminando en dirección a ese último sonido, y luego de un
rato de búsqueda encontró al animal tendido, pero sin heridas mayores.
Posteriormente, lo amarró de las patas y se lo echó al hombro.
¿Quién
hubiera pensado que teníamos un puestero más eficiente por la barranca?
Llegamos a
la casa y disfrutamos de esa carne preparada en diferentes formas. ¡Las señoras
en ese rancho tienen un sazón inigualable!
Así fue como
sucedió esto; y con la plática y anécdotas sobre cacería del buen Pánfilo, quien
expresaba que la forma de cazar que él disfrutaba más era campeando, aprendí y
le di un giro a mi forma de cazar.
Después
comenzó y se fue gestando una nueva conciencia dentro de mí.
Tuve una
iniciativa en el ejido al cual pertenece mi padre, para iniciar el trámite de
convertirlo en UMA, la cual consta de más de cinco mil hectáreas. Los mismos
ejidatarios comenzaron con iniciativas de protección de sus ranchos contra la
cacería furtiva, formando un comité de vigilancia y poniendo letreros que
prohíben este tipo de caza, lo cual es un comienzo muy bueno para la conservación
y aprovechamiento responsable de las especies en la zona.
Luego fui
adaptando las tierras de mi padre para poder caminarlas, y tuve acuerdos con
los ranchos vecinos para hacer un aprovechamiento responsable de los pecaríes y
venados que habitan la zona, y los cuales se pueden encontrar en cantidades
importantes.
Tuve la
fortuna de cazar cuatro pecaríes en esta temporada hábil del estado.
Fueron tres
machos y una hembra.
Me quedó un
sabor de boca muy especial gracias a la forma en como fueron cazados esos
animales. Los tiros tan limpios abatieron por completo y súbitamente a los
animales, y por ello se pudo aprovechar en gran cantidad la carne.
Me tocó
entonces la suerte de estrenar un rifle CZ 527, calibre .223 Rem., recién
comprado en la SEDENA. Lo estrené con mi primer pecarí macho el último fin de
semana de noviembre (dos meses después de haberlo comprado y comenzando la
temporada hábil en el estado).
Comencé a
caminar ese día como a las ocho de la mañana por una ujera muy grande, donde
había varios rastros de venados, pecaríes y tejones.
Eran las nueve
aproximadamente cuando me topé con un pecarí muy joven. La emoción me
ganó y me apresuré con un tiro muy sencillo. Pero fallé. Mi error fue haber
apuntado rápido y a la cabeza, pudiendo esperar a que el animal se acomodara en
una mejor posición y me diera tiro, ya que la javalina ni siquiera se había
percatado de mi presencia.
Después de
fallarle, el animal corrió y me quedé buscando en dónde había pegado mi bala.
Recordé en esos instantes —cinco minutos después de la detonación—, que tenía
un llamador de pecaríes marca Knight
& Hell que me había traído mi hermano de Estados Unidos. Así que comencé
a hacer los llamados. Después de unos minutos de insistir en el reclamo,
escuché ruidos; algo se aproximaba. Escuchaba el ruido acercándose hacia mí; por
lo que me escondí detrás de un árbol de uje y esperé a que se siguiera
acercando el sigiloso sonido. Instantes después de espera, salí del árbol y ahí
estaba: un pecarí atravesado. Lo vi enorme, ya que el puerco venía bajando a
una pequeña barranca. Recuerdo perfectamente su posición volteándome a ver, erizado
todavía por los reclamos.
El pecarí no
alcanzó a moverse cuando le disparé a unos 25 metros, pegándole a la altura del
brazo, cerca del pescuezo y dejándolo totalmente fulminado. Fue una gran
emoción verlo rodar hasta la barranca cerca de donde estaba parado.
Mi nivel de
apreciación se ha agudizado tanto, que hasta disfruto con júbilo la cargada de
la presa. En el caso de los jabalíes, gozo la arrastrada hasta el lugar donde
dejo la camioneta esperándome.
Llevo
siempre conmigo mi celular, y trato con la ayuda de éste documentar las zonas
donde haya tirado, la posición final en que la presa haya quedado, al animal
listo para pelar, y una vez pelado ver los efectos balísticos del rifle. Esto
me ha servido para mejorar mi forma de disparar.
Las fotos
son la evidencia de la satisfacción y recompensa de lo difícil que es lograr el
objetivo. Me gustaría que esos ambientalistas de closet que sólo critican la cacería sin ningún sustento,
supieran lo difícil que es cazar al rececho y lograr tener suerte en el intento.
En estas
caminatas confrontarte con las güinas, salsaguates, pinolillos o garrapatas es
cosa segura. También fui atacado por avispas, hormigas de carnizuelo, y durante
el rececho estuve muy cerca de pisar dos víboras de cascabel a lo largo de la
temporada.
Los otros
tres pecaríes fueron cazados cada uno en diferentes días de enero y febrero, de
una forma muy similar: caminando muy despacio por las ujeras, tratando día a
día de mejorar en no hacer mucho ruido, cuidarme de los vientos y siempre
atento a los rastros de los animales.
Todos los
abates sucedieron en el transcurso de la mañana y con mucha suerte de
topármelos en el camino, en posiciones ideales para un tiro certero y a una
corta distancia (a no más de 25 metros).
Habitualmente
fui acompañado por el tío Lalo, venadero
viejo de historias interminables de depredación, que conmigo se ha enseñado a
cazar de día (aunque él juraba que no iba a tener éxito, ya que dice que sólo
en la noche bajan a comer los animales).
Últimamente lo
he incitado a respetar un poco el entorno, tarea de concientización que me ha
costado mucho, pero al menos ya dejó ir algunas venadas espiando.
Parte de ser
más responsable en este medio ha sido también gracias a mi hermano mayor, Pancho,
compañero de muchas cacerías, generalmente de pluma, y quien se ha documentado,
leído y me ha transmitido la ética básica de un cazador.
Escribo
estas vivencias y las comparto con el mismo objetivo que el blog de Cazando Sobre La Hojarasca me transmitió.
Y este objetivo es concientizar. He escuchado a muchos cazadores que
orgullosamente dicen cuántos venados o jabalíes han cazado, para mí no ha
habido mayor satisfacción que platicar no cuántos, sino, cómo los he
cazado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario