O la magnífica y
extraordinaria historia del rancho de los brontoledebípedos, los winifánfanos,
los espiribolitos y los paisas
Al ‘Primo’,
con todo mi cariño y agradecimiento.
Por hacerme
creer en la magia del monte.
A la orilla de un arroyo
seco, cubierto de redondas y talladas piedras blancas, se construyó un lugar
mágico donde los osos negros se refrescan en la alberca, inmutables ante la
presencia de un conjunto de cazadores que alegres y ruidosamente beben cerveza.
Es una reserva preciosa. Ahí puedes degustar exquisitos platos de salmón,
paella, cortes de carne, ensaladas y henchidas copas de vino, frente a grupos
de venados, guajolotes silvestres, osos y el fantasma de distintos depredadores
que, cual testigos silenciosos, contemplan la diversión y la alegría. En ese sitio
remoto, hogar maravilloso, erguido en la grandiosa y bella Sierra del Carmen,
se respira, se siente—ya que vibra con fuerza— la vida en exceso; tanto
silvestre, como humana. Porque ahí va uno a reír en fuerte, a cantar, a
departir entre amigos, a disfrutar de la naturaleza, la gastronomía, la fauna y
la flora serranas.

Estoy hablando del Rancho Las
Pilas, ubicado a un par de horas de Múzquiz y a donde tuve el privilegio de
acudir a cazar al guajolote Río Grande esta Semana Santa.
Para cazar debe uno abandonar
la reserva, en dirección a la inmensidad de las serranías, a la espesura del
monte. Ahí, en la zona de cacería, habitan cantidades incalculables de venados.
Los hay de todos tamaños, pero son demasiados los ancianos, los ‘cuelludos’,
los de paso prudente y cornamenta colosal, de esas que se nutren y brillan con
los rayos del sol, estremeciendo a quien los vislumbra recortándose con
grandeza y soberbia entre el cielo y los lomeríos. También pululan cientos de
guajolotes silvestres, ardillas, conejos, liebres, coyotes. Y aunque no son tan
fáciles de ver, por elusivos y sigilosos, también cohabitan entre sus presas
diversos depredadores como pumas, zorros y gatos monteses.






A veces, de igual forma, se
puede topar uno con el mítico brontoledebípedo, una bestia de proporciones
diminutas, mas de una ferocidad comparable a la del león, que recorre las
rancherías empalando caballos, asustando a los niños con sus amarillos y
afilados colmillos, delgados como agujas de coser, al acecho de sus presas, que
van desde ratones de campo, hasta toros de lidia. No saben aún los expertos a
qué familia del reino animal pertenece esta extraña y temible criatura, pero
hay quienes afirman que puede tratarse de la cruza de un pecarí con un
zopilote.
El brontoledebípedo es
pariente de otras alimañas aterradoras, que son el winifánfano y el
espiribolito. Aún no se sabe a ciencia cierta cómo es que se relacionan estas
tres musarañas. Pero las hipótesis más serias indican que el brontoledebípedo
es el abuelo, el winifánfano el padre y el espiribolito el nieto. No obstante,
lo que sí podemos afirmar es que se trata de mamíferos artiodáctilos, con
similitudes a los que pertenecen al género coragyps, como son las cualidades de
carroñeros, las alas y la excelente vista. No obstante, lo inmediatamente
anterior, no solamente se alimentan de carroña, como se dijo antes, también
depredan osos enteros, escarabajos, garrapatas y niños, es decir, homo sapiens
infantes.
— ¡No’mbre, primo! ¡Claro que
existen,— dice exaltado uno de los primos, el más chico de ellos, con el rostro
desencajado y haciendo una mueca análoga a la de un hocico dentudo, hambriento,
capaz de engullir de un solo bocado a una gorda vaca lechera— yo los he visto!
Tienen unos cuernitos así, chiquitos, que le asoman de la boca; y son como
marranitos, así pequeñitos— se agacha y hace la medida como de un puerquito
vientamita con la palma de la mano extendida—. ¡Además son bien, pero bien,
bravos, primo!
Sobre la mesa, humeando,
acariciando nuestros olfatos, el aroma que emana de un recipiente pletórico de
un sabroso huevo con chilorio. Alrededor el grupo de cazadores, que
maravillados escuchan al primo, el más chico de los tres, cómo describe al
brontoledebípedo. Y los cazadores que cuéntanos más, ¡dinos más de ese animal!
¿Se puede cazar?
— ¡Uuuuuuy, no! Sí se puede,
pero no cualquier los puede cazar. Son difíciles de ver. Yo nunca me he topado
con uno—, responde el más chico de los primos.
Y los cazadores, que entonces
quién, ¿quién ha visto un brontoledebípedo? ¿Quién? ¡Por el amor de dios!
¡Cuéntenos! Queremos ver uno, nos gustaría mucho ver uno. O por lo menos saber
quién de ustedes ha visto un brontoledebípedo.
—Mi hermano—dice el primo
chico señalando al otro primo, al mediano—, ¡él sí los ha visto! ¿A poco no?
Y el otro primo, el de en
medio, que sí, que él vio uno de noche, con la lámpara. Y los cazadores, ¿que
cómo se veía? ¿Se notaba bien con tan poca luz? Y el otro primo que no, que
supo que eran un brontoledebípedo porque los ojitos, posesos, le brillaban
color fuego. Y los cazadores, que no lo puedo creer; que cuéntenos más. Y entra
el primo grande, que con emoción cuenta:
— ¡Y los winifánfanos son más
difíciles de ver! Porque son más chicos, más cautelosos. ¡Pero igual de fieros
y de crueles! Por eso —dice acariciando su revolver—, cuando los he visto, los
he tenido que eliminar. O si no, un día se van a acabar a los osos, al ganado y
hasta a los niños de las rancherías aledañas.
Olvidaba mencionar, que
además de los animales anteriormente mencionados, en el Rancho Las Pilas se
puede encontrar un ave, muy similar a un faisán, quizás más parecida a un
correcaminos, equivalente al murciélago y prima hermana del cojolite, que se le
denomina la paisa. La paisa es una especie de ave galliforme, ciega,
perteneciente a la familia cracidae, que se caza en las brechas, con un par de
piedras y a patadas. La modalidad de esta cacería consiste en sentarse durante
una noche sin luna en la brecha, permanecer inmóvil, en total y profundo
silencio, y comenzar a golpear dos piedras entre sí. Este sonido atrae a la
paisa, que corre hacia el golpeteo. Al final, la caza se consuma cuando al
tener a la paisa a una distancia de veinte centímetros, el cazador, portando un
buen par de botas vaqueras y punta de oro, patea con todas sus fuerzas al
pájaro ciego, para posteriormente preparar un exquisito caldo de paisa para el
frío.
En esta ocasión no cazamos
paisas. La cacería de estas gallinillas invidentes más bien forma parte de los
juegos infantiles que se acostumbran en el Rancho Las Pilas. No es raro que por
las noches salgan los niños a jugar a las brechas, con sus botitas
liliputienses, y regresen con una paisa descalabrada entre las manos,
muriéndose de la risa e inmensamente divertidos.
Nosotros, más bien y como ya
se dijo, fuimos a cazar guajolote, el Río Grande, una subespecie de guajolote
silvestre que habita en el noreste de México y zonas colindantes con el estado
de Texas, de color cobrizo, y que alcanzan a pesar hasta diez kilos cuando
llegan a la madurez. Es un pavo bello, de colores tornasolados, de puntas de
cola color pardo y de glugluteo furioso y sonoro.
Durante la cacería vimos un
sinfín de cóconos. Sin embargo, no siempre jalaron al reclamo o se les pudo
hacer el acecho debidamente. También contemplamos durante momentos deliciosos a
más de treinta venados, entre hembras, machos y mostros. Éramos cinco cazadores. Tres cazábamos con escopeta, uno
con arco y otro con recurvo. Este último y yo salimos en pareja, junto con el
dueño del rancho, ‘El Primo’, el hombre que más brontoledebípedos ha cazado en
el orbe. Los ha cazado con lanza, con alto poder y con su carismático y
empolvado revolver calibre .22, con el que puede pegarle a un winifánfano en el
ojo al puro vuelo.
¡Goro, goro, goro! Se escucha
el glugluteo. Y el primo reclama, y otra vez: ¡Goro, goro, goro! Y yo me siento
en el suelo. Empiezo a sentir cómo las axilas se me humedecen, cómo el pulso se
me acelera, y los nervios amenazan con agitar todo mi cuerpo. Arriba de mí, un
sol atroz nos baña con ardientes rayos de luz. A lo lejos una vaca muge. Nos
encontramos en el centro de la brecha, y el glugluteo viene de nuestro lado
izquierdo. Y antes de recibir respuesta, del lado contrario, otro: ¡Goro, goro,
goro! Dos guajolotes.
—Ora sí no se me mueva,
primo, que ya vienen—me dice el primo más grande casi susurrando.
¡Goro, goro, goro! De un
lado, ¡goro, goro, goro! Del otro. No necesitamos reclamo. Los guajolotes se
están reclamando entre sí. Todo indica que la suerte nos está favoreciendo. Por
eso la emoción comienza a embriagar nuestros cuerpos, la expectativa nos
asfixia, la inmovilidad nos tortura. No podemos movernos nada. No podemos hacer
un solo ruido. Lo único que podemos hacer es esperar que el reclamo atraiga al
guajolote. Sin embargo, de pronto: ¡pip! ¡bip! ¡pip! ¡bip!
—¡Ya nos vieron, primo!
—vuelve a decir susurrando, entre el sonido del reclamo, de mi respiración y
del palpitar de nuestros corazones— Nomás vea la cabeza, le atasca, primo. Que
este no se va a acercar mucho.
Luego de cinco eternos
minutos me dice el primo que ahí está la cabeza; y yo, que ¿dónde, primo? ¡Ahí!
¿Dónde, primo? Los dos hablamos casi gruñendo. Y el primo me señala, con el
dedo índice, que arriba del sotol —o algo así—. Pero yo no lo veo. El primo
tiembla. Ya nos vio, primo. Se va a ir. Y veo la cabeza, roja. Y levanto la
escopeta y apunto y jalo el gatillo. Disparo. El guajolote cae fulminado.
Al final de la cacería,
todos, menos el compañero del recurvo, cazamos nuestro guajolote. Yo cacé uno
reclamado y otro al acecho. Y sigo pensando, como decía mi querido tío, don
Antonio Skorlich, que la cacería del guajolote representa una de las
modalidades más bellas de la caza mayor.
En lugares como el Rancho Las
Pilas se puede constatar que la caza responsable y el respeto absoluto por la
naturaleza tienen como consecuencia la conservación de las especies, de los
ecosistemas y de la vida en general. El rancho en cuestión debe tener de las
poblaciones más importantes de oso negro, venado cola blanca de la subespecie
carminis, puma, coyote y zorro del país.
Es un lugar mágico, donde los
cazadores más afortunados hemos tenido el lujo, el privilegio y el honor de
cazar.
EXCELENTE MI VIEJO...QUE BUENO QUE DISFRUTES LA CAZA Y EL CAMPO EN HORA BUENA....
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