Sobre la hojarasca

El latido de tu corazón comienza a sofocarte. Sientes los violentos martillazos en el pecho. Tratas de controlar tu respiración, pero por más que te esfuerzas se te escapa del cuerpo como bufidos estruendosos y delirantes. Contrólate. Respira profundo. Tranquilo. Sin embargo, cualquier intento por serenarte naufraga en la excitación y el nerviosismo. Estás totalmente exasperado. Caminas lentamente con tus sentidos agudizados. Todos los sonidos estallan con una nitidez increíble en tus oídos. Comienzas a creer que estás haciendo mucho ruido y aún te quedan diez metros por recorrer para estar a buena distancia. Y tu aliento como una tormenta, y tu palpitar como un terremoto. Mas nada truena como la hojarasca bajo tus pies, bajo tus botas. Eres un cazador. Caminas lentamente sobre la hojarasca. Cinco metros más por recorrer. Debes llegar a esa roca grande para poder mampostearte. Y llegas. Y ahí está… con toda su belleza y esplendor, imponente, ocupando todo el universo y absorbiendo toda la existencia. Lo vislumbras detenidamente, casi perplejo; te desconcierta tanta inmensidad y hermosura. Por un instante olvidas la impetuosa fogosidad. Luego apuntas.

lunes, 9 de marzo de 2015

Cazar con arco ¿Por qué no?


Santiago Santos Schroeder

Después de ver el continuo crecimiento que ha tenido el arco en el mundo de la cacería en los últimos años, decidí intentarlo. Mi primo Rafa es el principal culpable de que yo me interesara en esta nueva rama de mi deporte, la cacería. Así que compré un arco, flechas, navajas, gatillo, y a practicar.

Después de meses de práctica hice el intento de cazar guajolotes con mi arco; no obstante, este intento resultó fallido. Nunca esperé ni pensé que fuera tan difícil cazar una de estas enormes aves con la felcha. Así que volví a México sintiéndome decepcionado por no haber podido alcanzar mi meta.

La práctica continuó. Cuando la escuela y el trabajo me lo permitían, practicaba entre semana; pero los fines de semana practicaba religiosamente.

Un día me llegó una invitación de mi primo Rafa para acompañarlo a cazar venados a Coahuila. La cacería se realizaría en un rancho donde única y exclusivamente se caza con arco. Acepté la invitación

Para mi gran fortuna, me comentaron que me regalarían un pecarí de collar. Lo cual para mí y mi arco representó este regalo una perfecta oportunidad para poder cazar por fin. Se dice que el jabalí es la presa perfecta para los arqueros. Así que volví a practicar y a prepararme para este nuevo reto.

Llegó el día: ¡Nos vamos a Coahuila! 

La camioneta cargada con nuestro equipo, provisiones, un remolque que jalaba el side by side marca Can Am y por supuesto nuestros arcos, nos llevó con dirección al norte.

Horas de carretera con amenas platicas con mi primo y tío se pasaron en lo que parecieron minutos. Mis manos al volante, mis ojos viendo la imponente muralla que es la Sierra Madre acercarse. La emoción era inmensa y mis ganas de probarme como arquero mayores.

Por fin llegamos al rancho Los Tres Coyotes, un ameno lugar ubicado pasando Nueva Rosita con dirección a Allende, que cuenta con unas mil hectáreas de terreno, donde en completa vida libre viven venados, jabalíes, guajolotes, osos, coyotes, gatos monteses y una gran variedad de fauna mexicana.

El casco del rancho es una casa acogedora muy bien armada con cómodas camas que se mantenían calientes con el calentador de leña que se encuentra en el comedor. 

Los primeros días no pasó nada. No se movían los animales, la corrida de los venados aún no iniciaba y un viento que soplaba en todas direcciones llevaba nuestro olor a kilómetros de distancia. La suerte parecía que no estaba de nuestro lado.

Las noches son otra historia: pláticas acompañadas de excelentes personas y fríos whiskies nos mantuvieron despiertos mientras el aire frío se colaba a la casa y hacíamos nuestro mejor intento para mantener nuestra chimenea prendida. 

Una mañana nos despertamos y todo estaba helado; la cosa pintaba bien. Esa misma mañana mi tío vio a un alesnillo correteando a una venada. La corrida estaba comenzando. Mientras tanto, yo en otro blind de torre apreciaba a las venadas que tenía a 20 metros comiendo maíz. Era una mañana mucho más divertida, más activa. Y un espectáculo de un halcón cazando palomas me hizo el día.

Regresamos al camp a comer y a descansar, y a esperar la salida de la tarde; y las Tecates Lights parecían no saciar nuestra sed. 

Un par de salidas más sin éxito en cobrar mi codiciado trofeo pasaron en un abrir y cerrar de hijos.

Hasta que por fin llegó mi oportunidad.

Me cambié al blind por el que estaban entrando los jabalíes. Eran las seis de la mañana y yo ya estaba preparado a treinta yardas del comedero. No pasaron diez minutos de mi arribo cuando comencé a escuchar a los animales crujir los dientes y aprecié sus narices por encima de los matorrales. Husmeando, olfateando, checando.

Mi corazón latía a mil por hora, cuando por fin vi a la piara completa: unos quince animales la conformaban. Y yo no me iba a poner muy exigente. El primer animal que se separara de la manada y me presentara un tiro favorable lo iba a aprovechar. Y uno de los jabalíes se alejó. Así que tomé mi Range Finder, y lo medí: veintiocho yardas; un tiro fácil, pensé. Después de toda mi practica y las clases de mi primo Rafa, no iba a resultarme para nada complicado hacer ese tiro. Estaba en lo incorrecto.

Intentar abrir mi arco y jalar las sesenta libras de mi Diamond, pero no podía lograrlo. Abrir y halar parecía una tarea imposible. No había practicado abrir el arco desde una posición sentado, y menos en un espacio tan reducido como el de un espiadero de piso. Pero al segundo intento lo logré. Puse mi pin de 30 yardas en el collar, a la altura del ojo, y dejé que mi flecha Beaman con la punta mecánica rage de 100 gr. volara… ¡"Thuack"!

Instantáneamente vi cómo la veloz saeta atravesó al jabalí, mientras que éste y toda la manada corrieron en todas direcciones.

Mi tiro había sido bueno y lo sabia; por lo que esperé unos veinte minutos y salí en busca de mi trofeo. Al llegar y ver la flecha llena de sangre me sentí seguro, pero cuando seguí los pasos del animal y no encontré nada de rastro no tanto. Así que opté por esperar a Rafa, quien, luego de un rato, llegó y le conté la historia y describí el tiro. Él también lo sabía: el animal estaba muerto; mas la pregunta era en dónde.

Así las cosas, continuamos buscando hasta que por fin apareció el rastro del animal y poco tiempo después el animal mismo. Fue Rafa quien lo encontró, y al momento de encontrarlo yo brincaba y gritaba de la emoción. 

Mi primera cacería con arco había llegado a su fin.

Gracias a mi tío y a mi primo Rafa, pues con su ayuda me volví cazador con arco. 




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