Y partimos rumbo al Golfo de México. No íbamos
a llegar a la costa, al puerto de Veracruz. No. Nuestro destino era Sochiapa de
Bellreguart, verde, vital y hermoso jardín de delicias para la vista y tesoros
para la memoria, ubicado en el municipio de Tenampa. Lo que motivó el viaje fue el anhelo de cazar una de las
subespecies de venado cola blanca más exótica y bella, el selvático y tropical
veracruecis.
Con el Pico de Orizaba como Norte, conducimos
durante seis horas en dirección a la preciosa UMA. Tomamos la salida al Fortín,
cruzamos Monte Salas, Monte Blanco, Chocamán, Coscomatepec, Huatusco de
Chicuellar y Totutla. Hasta que al fin llegamos a Tenampa. Cuando arribamos
rancho, nos recibieron con brazos abiertos y entregados para cumplir sueños mi
querido Carlos Ros, Marcos, Minicio, Juan y Bertha. Un equipo espectacular,
trabajador y eficaz. Pero sobre todo, a todísima madre.

La primera noche, bajo una carismática y linda
palapa, cenamos unas ricas baguetes acompañadas de chiles jalapeños y un par de
cervezas. Durante la merienda, los cazadores interrogamos, ávidos de conocer
acerca del lugar, del venado de la zona, de la cacería, a Carlos: ¿y aquí cómo
se caza, espiando o campeando? ¿Qué posibilidades de éxito das? ¿Qué tal el
calor a medio día? ¿Crees que no llueva? ¿Cómo les ha ido a los otros cazadores
que han venido? ¿Cómo está el plan para mañana? ¿Cuánto tiene la UMA? ¿Qué tal
es el cola blanca de aquí?
Después de tomar un poco de whisky para
descansar bien, extendimos encima de los catres los eslipins, nos enfundamos en ellos, y dormimos arrullados por el
licor y el cantar de la sierra veracruzana. Sobre nuestros cuerpos dormidos, el
sol ansioso por salir esperaba impaciente su turno para poder ser testigo de
una de las cacerías más emocionantes que he vivido. Y entonces desperté.
Las cinco de la mañana nos alcanzaron antes de
que pudiéramos arrancar la carrera hacia la profundidad de los sueños. Desperté
ágil y rápidamente me espabilé. Me vestí y salí a dar voraces bocanadas de aire
limpio para sentirme limpio y puro. Afuera golpeaba con sutileza un viento
delicadamente frío y se sentía un poco de humedad. Todo mi entorno olía a
mañana de cacería, la naturaleza seducía con sus encantos y el aroma a café me
llamaba a gritos. Seguía oscuro.
Mi primo, hermano y amigo Memo y yo,
desayunamos ligero y marchamos siguiendo a Minicio, dejando detrás los
¡suerte!, ¡tráiganse uno bueno!, ¡éxito!, camino hacia el espiadero, con la
expectativa a flor de piel, con las esperanzas hirviendo y con unas ganas
enormes de cazar.
La primera mañana no cazamos nada. No vimos
nada, salvo loros y otro tipo de aves que organizaron una parranda ruidosa y
caótica arriba de nuestras cabezas. Las últimas horas de espiar se escurrieron
lentamente, acompañadas de una cada vez más intensa conversación. Como buenos
rifleros, bien lo dijo Carlos, luego de un par de horas de espiar, nos ponemos
a platicar, un poco al principio, como comadres al final.
Esa tarde nos contó Ros que nunca, en todos
los dieciocho años del rancho, había cazado alguien en la mañana, lo que
significaba que me quedaban dos oportunidades reales más. La tarde de ese, el
primer día de cacería; y la tarde del día siguiente. Las tres mañanas faltantes
eran billetes de lotería. Y ya.
Desayunamos chilaquiles con huevo. Una
delicia. Y al terminar el desayuno, Minicio, mi guía, nos recomendó salir a
apuntar los rifles. Yo me rehusé. Mi Ceska Zbrojovka 550 Lux calibre .30-06 SPR no
necesitaba ser apuntado. Confiaba y confío ciegamente en él, pues me ayudó Andrés, mi hermano, un gran conocedor de balísitica, a apuntarlo una semana antes. Sin embargo, de
todos modos partimos rumbo a las caballerizas a tirar unos tiros con el .270
WIN de Carlos y su .243 Winchester. Nos reímos un rato y cada quién tiro uno o
dos tiros.
Después de disparar, el guía y Carlos me comentaron que
para la salida de la tarde no iban a poder acompañarme mis amigos, que a donde
me iban a llevar solamente podíamos ir Minicio y yo, caminando o a caballo. Así
que decidí que nos fuéramos caminando. Y a la 1.30 PM empezamos a caminar.
Salimos a pie de la palapa. Pasamos las
caballerizas y nos engulló el monte.
En el trayecto hacia el espiadero botaron algunas hembras de venado cola
blanca, siete para ser precisos. Y justo antes de subir al árbol, a unos cien
metros del stand, Minicio se quedó
helado, se escuchó el golpeteo y el crujir de ramas y me volteó a ver soltando
en un suspiro ¡macho! De seis puntas. Esa expresión me volvió a encender, a
llenar de emoción. Ese venado al rato, como a las cinco y media va a ver que va
a entrarnos. Eran las tres treinta de la tarde. La caminata había durado dos
horas húmedas, gélidas y algo cansadas.
Durante la espiada, en la primera hora, vimos
tres hembras distintas. Cada que entraba una, me aferraba a mis binoculares con
la inútil ilusión de que de pronto de crecieran cuernos. Pero mis esperanzas,
todas, acababan naufragando en la isla del desengaño y la derrota. Empero lo
anterior, una llama siempre se mantuvo encendida, pues todas las hembras
súbitamente comenzaban a sentirse muy nerviosas, a actuar de forma muy
inquieta. Por ahí debe andar un macho, decía Minicio. Sienten que algo viene.
No es normal que actúen así de perturbadas.





Dos horas y nada. No obstante, a las 5:40
decidí asomarme al pie del árbol donde pacientemente esperábamos para…por si las dudas. Y ahí lo vi, a un
venado macho. Inmediatamente me inundé en nervios y ansiedad. Lo tenía a
escasos ocho metros. Y le dije a mi guía, que ahí había un macho; y él que pos entonces no se mueva; y yo, pero
necesito verlo con los lentes; y él que no, que no se mueva. Yo ahorita lo
checho. Y yo sudando, paralizado, tenso. Y él, es de cinco puntas, joven. Y yo
que no creo que me importe; y él que aguántese que nos está viendo. Y ahí
frente a nosotros se detuvo, me quedé mirándome con el venado. Nos veíamos
fijamente. Él abajo, a unos cincuenta metros, con las orejas extendidas y con
un hielo de alarma que lo mantenía totalmente estático. No se mueva. No se
mueva. Y yo sin poder colocar mi rifle, sin poder echarle los binoculares ni
ponerle la cruz de la mira telescópica para verlo mejor.
En la punta de mi nariz una gota de sudor
pendía delicada y vacilante. Y cayó.
Luego de una febril y perturbadora quietud de
cinco larguísimos minutos el venado nos dio la espalda y se dirigió rumbo al
comedero, lentamente, con la cola blanca revoloteando. Y por fin pude subir mi
rifle y subirle una bala a la recámara.
Aguántese que allá va a entrar otro mejor.
¿Dónde? Allá, del lado derecho, se ve rojizo; viene con una hembra. Ya va
caminando para el comedero. Por fin lo vi. Claro que era un venado mejor. Se le
veía en el cuello pesado, en el andar sigiloso y pausado, pero sobre todo en el
color, el grueso y el perlado de los cuernos. No me preocupé ni por la cantidad
de puntas. Era venado viejo y eso era lo importante. Mas tenía que andarme con
cuidado. Porque ahí seguía el otro, el asustadizo y joven macho que se le veían
intensiones preocupantes de arruinarme el momento, la fiesta de sentimientos y
sensaciones. No se mueva, que si ese otro corre, va valer madres todo.
¿Está viejo el venado, verdad?, pregunté. Es
venado viejo. Sí, me respondieron.
Con el mayor disimulo, con toda la parsimonia
que pude, apunté al cola blanca. Los últimos rayos de sol lo impactaban
directamente, por lo que se veía majestuoso, iluminado, solar. Coloqué la cruz
de mi mira telescópica en el hombro del macho y comencé a apretar el gatillo.
Detonación. 150 granos volaron. Golpe seco. Muerte súbita, ética, humana.
Escándalo. Alegría. Emoción. Luego del disparo, el venado yacía inanimado,
inmóvil, quieto, pasivo. No sufrió. Simplemente un ser vivo mortal había muerto
con dignidad, sin perecer escuálido y morir devorado por las bestias
carroñeras. Pronto colgará como un trofeo querido, entrañable, inmortal. Esa
tarde obtuvo su boleto a la inmortalización.
Nos tomamos las fotografías. Comentamos la
caza mi guía y yo. Luego caminamos a un punto alto donde podían pasar a
recogernos. Qué felicidad. Tenían dos años de no cazar cola blanco en Sochiapa de Bellreguart. Fui el afortunado en cambiar
esa suerte.
Esa noche celebramos. Cenamos delicioso,
bebimos algunas copas para festejar y sostuvimos una interesantísima
conversación sobre los venados cola blanca de México, los estudios realizados
sobre éstos y su cacería con Carlos Ros.
El resto de la cacería consistió en comidas
exquisitas, veladas sabrosas y amenas, en recorridos por el rancho, que es uno
de los más bonitos que he conocido en mi vida.
En fin, fue un éxito. Y por ello agradezco a
mi amigo Carlos y a todo su equipo.
El regreso de Veracruz fue más como el retorno
de un sueño realizado y cumplido.
Fin.
MI ENOC ...META CUMPLIDA..Y CONTINUAS EN BUEN RUMBO AL TRUMLER...EN HORA BUENA Y FELICIDADES POR TU OPTIMISMO....
ResponderEliminarMuchas gracias, querido Alejandro. Te mando un fuerte abrazo.
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