Sobre la hojarasca

El latido de tu corazón comienza a sofocarte. Sientes los violentos martillazos en el pecho. Tratas de controlar tu respiración, pero por más que te esfuerzas se te escapa del cuerpo como bufidos estruendosos y delirantes. Contrólate. Respira profundo. Tranquilo. Sin embargo, cualquier intento por serenarte naufraga en la excitación y el nerviosismo. Estás totalmente exasperado. Caminas lentamente con tus sentidos agudizados. Todos los sonidos estallan con una nitidez increíble en tus oídos. Comienzas a creer que estás haciendo mucho ruido y aún te quedan diez metros por recorrer para estar a buena distancia. Y tu aliento como una tormenta, y tu palpitar como un terremoto. Mas nada truena como la hojarasca bajo tus pies, bajo tus botas. Eres un cazador. Caminas lentamente sobre la hojarasca. Cinco metros más por recorrer. Debes llegar a esa roca grande para poder mampostearte. Y llegas. Y ahí está… con toda su belleza y esplendor, imponente, ocupando todo el universo y absorbiendo toda la existencia. Lo vislumbras detenidamente, casi perplejo; te desconcierta tanta inmensidad y hermosura. Por un instante olvidas la impetuosa fogosidad. Luego apuntas.

jueves, 29 de mayo de 2014

Cazando al venado cola blanca de la selva


Hace algunos meses, luego de abordar una lancha, fui engullido por el agua y el verde voraz de la selva campechana. Durante todo el camino, con la brisa impactándome de manera deliciosa en el rostro, respiré y vislumbré vida. Navegué sintiéndome vivo y feliz. Posteriormente, esa misma selva, me regurgitó en un oasis para cazadores, en una UMA llamada Nicté-Ha.

El lugar me recibió con cálidos y fraternales brazos abiertos. Cuando me fundí en su abrazo empecé a disfrutar de una bienvenida fresca que se materializó durante toda mi estancia en exquisitos clamatos con cerveza. Empapado en estas deliciosas bebidas, me agasajé con sabrosos manjares consistentes en mariscos, pescado fresco y carne de monte.

La cacería no fue fácil. A diario cabalgábamos durante largas y ardientes y húmedas jornadas. Siempre con la mente fría y el corazón en llamas, para no claudicar y mantenerme motivado. En ocasiones el agua rozaba la panza de mi caballo o a la hora de caminar me llegaba a los talones. Era diciembre en Campeche. Todo verde. Todo mojado.

A diario encontramos huellas del majestuoso jaguar, así como una que otra no tan solemne tarántula. Todos los días vimos vendadas, tejones, pecaríes, aves de todos tamaños y colores. Asimismo nos topamos con algunos cocodrilos e iguanas. Estábamos en la selva, donde todo es energía y vitalidad

También sufrimos un poco a causa de la infernal insolencia de miles de insectos, que a diario jodían sin cesar. Noche y día, día y noche. Sin embargo, a la hora de dormir, las noches eran placenteras y arrulladoras. Tal vez por el cantar tropical, quizá por la cantidad de oxígeno. O simplemente por la hermosa sensación de paz que brinda estar en el campo.

No es fácil cazar en la selva. Los ojos urbanos se pierden entre el follaje. No logran encontrar nada. Por más que el guía te señale y te señale y te diga que ¡ahí está!, ¡ahí está!, no se alcanza a ver nada. Nada.

Pero teníamos que insistir, perseverar para alcanzar. Íbamos, bañados en sudor y devorados por mosquitos, pulgas de monte, garrapatas, hormigas y pinolillos, en búsqueda del cola blanca tropicalensis. No obstante, resulta complicado determinar la subespecie o ecotipo del venado de esa zona, ya que bien podría pertenecer al yucatanensis o al thomasi. Se trata de un venado casi rojizo, de cuerpo mediano y astas pequeñas. Todo un trofeo exótico, todo un reto su caza.


Al final cacé mi pieza y la honré comiéndomela, gracias al virtuosísimo sazón de Angélica, la cocinera. Pude cazar porque los ojos de águila de Adrián, mi guía, todo lo encontraban. Dormí y descansé cómodamente a causa del excelente trabajo de Lucero y Graciela; monté durante largas horas sin problemas pues Chucho y Aldo, los caballerangos, tenían a los caballos en buenas condiciones. En fin, acabé el viaje profundamente agradecido con todo el equipo. Pero sobre todo con Ramón Sanz, que hizo y hace todo esto posible. Abrazo al mago.

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