Alfredo Plata Cruz
Primera parte
Salimos de la comodidad de nuestro hogar en busca de la aventura.
Porque eso es lo que buscamos todos los cazadores; en el fondo no buscamos sólo
cazar; hacemos lo que hacemos porque somos seres curiosos, que siempre quieren
más; saber que hay trastumbando esa loma, debajo de ese risco, en la cima de
esa montaña, es lo que mueve nuestra curiosidad.
Queremos salir de la fastidiosa rutina y embarcarnos en lo
desconocido, en lo —hasta cierto punto —peligroso, tratando de hallarnos a
nosotros mismo en esas montañas.
Al menos yo, buscando aunque sea una ardilla en el monte, lo que
encuentro siempre es a mí mismo. La paz que se respira en esas montañas, en
esos cielos nocturnos con millones de estrellas, que la gente de ciudad, el
oficinista animalista, ni siquiera se imagina, es lo que ayuda a encontrarme.
Después de manejar alrededor de diez horas, llegamos al norte del
estado de Zacatecas, ya muy cerca de Coahuila, al rancho donde íbamos a cazar,
buscando a Don Teodoro, un viejo amigo de mi padre. Tanto éste como aquél,
llevaban varios años sin verse, y esta vez nos iba a llevar a una zona de caza
nueva.
Tantos años habían pasado de la última vez que nos habíamos visto, que
a mi hermano y a mí, ya ni nos reconocía.
Decía Don Teodoro, “¿Apoco
este es el ‘Pollito’?”,
refiriéndose a mi hermano, quien desde su última cacería con Don Teddy había
crecido de 1.70 a 1.86 metros. “Ya hasta barba
tiene el cabrón”; y le dio un abrazo de bienvenida.
Luego Don Teddy nos explicó que esta vez íbamos a ir
a un terreno diferente al que había ido mi padre y mi abuelo con él hace unos
30 años; mi hermano, el tío Juan, el primo Juanito y yo, jamás habíamos cazado
venados con él, solamente liebres y algunas palomas, así que de todos modos para
mí era terreno desconocido.
La cosa era que teníamos que ir por un guía. Luego
éste nos llevaría al terreno; así que aun tuvimos que viajar dos horas más en
terracería hasta un pequeño pueblito de unos 50 habitantes que se llama “El Tanque”, para pasar por un señor de
unos 70 años que era el guía. Ahí comencé a desconfiar del éxito de esta
cacería: se suponía que el guía era otro hombre, pero como tenía una fiesta,
nos mandaba a su suegro “que él conocía mejor el monte”—cosa de la cual no
dudaba yo—, pero éramos cinco tiradores para dos guías (y uno tenía setenta
años).
No pintaba bien la cosa, a mi parecer, esta era
nuestra última salida de la temporada, y teníamos que cazar algo. Ya habíamos
salido en esa temporada; pero sin éxito. Salimos a un rancho cerca de
Valparaiso, Zacatecas. En esa salida anterior, caminamos y caminamos, en esos
terrenos que ya nos sabíamos de memoria, pero ni siquiera rastros frescos
encontramos. Muchos guajolote; pero de venados, solamente encontramos a una
hembra y su pequeña cría durante los tres días que pasamos buscando a los
cornudos en la sierra.
En esos terrenos año con año alguien del grupo logra
cazar algo. Pero aquel año fue uno de esos en los que los venados no se dejaron
ver.
Así que en esta ocasión, con un nuevo terreno de
caza bastante prometedor— ya que unos compañeros ya habían ido antes que
nosotros, y se habían acabado cajas de tiros disparando (aunque no lograron
cazar nada)—, nosotros seguro teníamos que cazar algún cornudo.
Llegamos a la pequeña casa del señor. Desde ahí se
apreciaban ya unas montañas grandes, que parecían buen lugar para los venados.
El paisaje era árido, pero con abundantes palmeras, mezquites y arbustos de
buen tamaño; la mayoría de la zona eran grandes planes. Con esa vegetación no
le iba a hacer absolutamente nada a los venados, así que para mí la única
opción era cazarlos en las montañas y tendrían que ser tiros de larga
distancia; pero me encantaba la idea; era para lo que había estado entrenado
todo el año.
Entonces salió de su casa el señor, un hombre de
baja estatura, ya listo con su camo
puesto, una maleta y un arma enfundada. Subió a la camioneta en la cabin; y mi
hermano y yo, nos subimos en la caja de la pick-up; ya estábamos hartos de
estar ahí dentro.
La camioneta se empezó a mover, y por fin salimos del camino principal
para entrar en brechas. Y así hasta llegar a donde íbamos acampar, después de
unos cuarenta minutos de brechas llegamos al casco de una vieja hacienda, como
a eso de las seis de la tarde. Detrás del casco había un buen número de lomas,
me parecía el lugar ideal para empezar a buscar.
Descargamos rápido la camioneta, me puse el camo, saqué mi rifle -un Mark V Weatherby calibre .270 WTHBY
Magnum-, tomé mi mochila, algo de comer, agua y comencé mi camino, porque sabía
que ya quedaba poco tiempo de luz.
De pronto, me dice el pequeño hombre al cual apodamos Don Alabama “¿A dónde va, joven? Allá arriba no va a encontrar
nada, déjeme preparo mi rifle y yo lo llevo.” De la funda sacó un Remington 700
calibre 30-06 SPRG, y para cuando estaba listo el hombre, todos los demás
también lo estábamos.
Así que nos subimos a la camioneta y nos dirigimos
directo a la gigante planicie.
Yo no podía creerlo, ¿cómo lograría matar a un
venado entre esa vegetación? A menos que ahí los venados fueran sordos y medio
ciegos, no iba a lograr nada.
Cuando bajamos de la camioneta ya estaba empezando a
oscurecer; quedaban alrededor de veinte minutos de luz y yo no estaba muy feliz
con ello.
“Hoy solo vamos a huellear”, dijo el hombre, así que
fuimos por la brecha solo buscando rastro. Había bastante, para ser honestos; y
por fin las cosas empezaban a mejorar para mí.
De repente salió un hombre con un calibre .22 de
entre la brecha; y pensé para mis adentros “O nos metimos al terreno de alguien
sin permiso y nos van a balear, o es un furtivo”.
Para mi suerte, efectivamente se trataba de un
furtivo, sobrino de Don Alabama, quien le puso una buena regañada y lo mandó al
carajo. Así que el furtivo se fue; al parecer venía acompañado, pero no vimos a
sus despreciables amigos.
La luz comenzó a escasear, así que comenzamos a
caminar a la camioneta. Con la cantidad de rastro que vimos estaba bastante
entusiasmado y no podía esperar para que fuera el siguiente día y salir a
buscar esos bellos animales.
Llegamos de nuevo al campamento, calentamos un poco
de comida y tomamos unas cervezas. Mientras cenábamos llegó el vaquero del
rancho. Platicamos con él y le hicimos muchas preguntas: ¿qué tal había de animales?
¿Dónde los había visto? Al terminar de responder a nuestras preguntas nos dijo:
“Pero quién sabe si encuentren algo, esos cabrones entran dos o tres veces por
semana a cazar, no sé si matan o no, pero seguido aquí andan”, refiriéndose a
los furtivos.
En ese momento, las ilusiones que me había hecho
después de ver los rastros se fueron a la basura, decidí ir a dormir y esperar
que el día siguiente fuera uno de esos para recordar.
Dieron las seis de la mañana y yo ya estaba listo,
esperando a que los demás terminaran de desayunar para salir.
Subimos a la camioneta y llegamos al mismo lugar que
el día anterior; yo aún no sabía cómo íbamos a cazar a un venado dentro de esa
espesa vegetación; pero don Alabama dijo que nos subiríamos a los árboles y
esperaríamos a que pasaran los cola blanca por la brecha.
La idea no me agradaba mucho; mas no había ya mucho
qué hacer. Ya estábamos ahí. Así que el guía comenzó a dejar a cada quién en
diferentes puestos: a mi padre lo dejó en el que se suponía que era el mejor; y
después nos repartió al resto, mientras mi hermano y yo sólo lo seguíamos. El
hombre no nos tenía mucha fe a ninguno de los dos, al parecer dudaba de nuestra
habilidad como tiradores y nos dejó en la misma brecha, separados por unos
quinientos metros.
Pasaron unos quince minutos, o menos, quizá. Apenas
estaba poniéndome cómodo en el mezquite que ocupaba como puesto cuando escuché
a varios coyotes aullar; parecía como si hubiesen logrado cazar algo la noche
anterior.
De pronto, el sonido de un disparo enmudeció todo el
matorral. Escuché que el tiro vino en dirección de los puestos donde se habían
quedado don Teddy y Juanito. Así que solo quedaba esperar; encendí el radio que
traía, pero nadie hablaba; continúe esperando.
En los últimos cuatro o cinco años que hemos estado
saliendo de cacería con el tío Juan y sus hijos, ellos no han logrado cazar
nada, así que en realidad esperaba que ya hubieran matado algo, ya que la misma
suerte había corrido mi hermano.
Es más, mi hermano no le ha tirado a los venados.
Solamente lo hizo la primera vez que salió a cazarlos con nuestro abuelo, y no
tuvo suerte. Mi padre y yo teníamos otra historia, un año antes mi papá cazó un
hermoso Coues, tres por tres; y yo dos años antes igual tuve suerte en
Guanajuato, con un bello headshot a
un venado en plena carrera; ya hacían dos años y once días de ese afortunado
disparo. Así que en realidad deseaba mucho, es más, le pedía a Dios que mi
hermano cazara algo en esta oportunidad.
Cuando de repente pasó un hombre en bicicleta debajo
de mi árbol y pensé: “Esto no es verdad, con este señor aquí, no nos va a salir
nada ni de broma”. Pasó sin vernos ni a mí ni a mi hermano; unos veinte minutos
después vi movimiento en la brecha, meto el telescopio de mi rifle y era mi hermano,
caminando a media brecha. “¿Qué le pasa a este güey?”, pensé; y dejé mi arma y
mochila en el árbol para ir a ver qué sandeces estaba haciendo.
Mientras me acercaba, mi hermano comenzó a dirigirse
hacia mí. Lo vi que buscaba algo en el suelo y supuse había perdido algo.
Cuando lo alcancé le pregunté: “¿Qué haces güey?”. A lo que me respondió con un
“No mames, creo que ya se lo están comiendo los coyotes”. Yo no entendía de que
carajos me hablaba; y le pregunté que a quién o qué se estaban comiendo los coyotes;
y me dijo: “Pues al venado, güey”. “¿Cuál venado, güey?”, pregunté aun
confundido. “Pues al que maté, idiota”, me respondió.
La verdad yo no le creía, ni siquiera había
disparado; ¿cómo lo mató, con una resortera? ¿Le lanzó el cuchillo? Aun sin dar
crédito a lo que me decía el buen Chucho le dije: “No mames, güey, ni
disparaste”; y ya molesto me respondió: “¿Y entonces quién disparo hace rato,
pendejo?”. Y sentenció: “Ya, chinga tu madre y ayúdame a buscar el rastro”. Ahí
fue cuando entendí que quizá sí estaba diciendo la verdad, aunque aún no podía
creerlo. A mí me había parecido haber escuchado el tiro lejos, y de un calibre
mucho más pequeño.
Continuará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario