Sobre la hojarasca

El latido de tu corazón comienza a sofocarte. Sientes los violentos martillazos en el pecho. Tratas de controlar tu respiración, pero por más que te esfuerzas se te escapa del cuerpo como bufidos estruendosos y delirantes. Contrólate. Respira profundo. Tranquilo. Sin embargo, cualquier intento por serenarte naufraga en la excitación y el nerviosismo. Estás totalmente exasperado. Caminas lentamente con tus sentidos agudizados. Todos los sonidos estallan con una nitidez increíble en tus oídos. Comienzas a creer que estás haciendo mucho ruido y aún te quedan diez metros por recorrer para estar a buena distancia. Y tu aliento como una tormenta, y tu palpitar como un terremoto. Mas nada truena como la hojarasca bajo tus pies, bajo tus botas. Eres un cazador. Caminas lentamente sobre la hojarasca. Cinco metros más por recorrer. Debes llegar a esa roca grande para poder mampostearte. Y llegas. Y ahí está… con toda su belleza y esplendor, imponente, ocupando todo el universo y absorbiendo toda la existencia. Lo vislumbras detenidamente, casi perplejo; te desconcierta tanta inmensidad y hermosura. Por un instante olvidas la impetuosa fogosidad. Luego apuntas.

martes, 1 de septiembre de 2015

Pesca y caza. Una breve reflexión dedicada al ‘verde’



¿Sabe qué resulta paradójico, contradictorio, hipócrita, esquizofrénico, irónico, falso, doble moral, inaudito y ridículo? Yo les digo qué: la falsa dicotomía que conforman pesca y caza y lo que provoca en la gente. ¿Por qué? Porque la pesca y el pescador no son objeto de la ignominia y el escarnio. Al contrario, son figuras encumbradas, reconocidas y respetadas entre los hombres y las mujeres. Yo en lo personal respeto la actividad de la pesca y elogio al pescador, también. ¡Todos lo hacemos! Si tenemos comisiones de pesca tanto en la Cámara de Diputados como en la de Senadores. Aceptamos de tal forma a esta actividad como parte de nuestra realidad cultural, social, económica, política e histórica que cuando alguien posa sonriente y con el torso bronceado y desnudo— en el caso de los pescadores varones y las pescadoras más atrevidas—junto a un pez vela, o un guachinango o un marlín o un dorado, muerto, nadie se siente alterado o furioso al contemplar dicho retrato. De hecho, durante las vacaciones de Semana Santa, las fotografías de pescadores presumiendo sus pescados proliferan en redes sociales como Facebook e Instagram sin causar mayor revuelo o un patatús colectivo y cibernético o, en su defecto, la ira popular titánica y descomunal. Nadie llama asesino al que pescó una barracuda o un atún. Mucho menos lo llaman cruel, despiadado, hijo de puta o cabrón. No. Pero al cazador sí. Al cazador que se atreve a subir una fotografía posando junto a su pieza abatida sí le caen hordas de furibundos y mentecatos verdes a lanzarle por medio de redes sociales mordidas, arañazos, plomazos, martillazos, golpes, gargajos, mentadas de madre, en cantidades abrumadoras y similares a tormentas perfectas comprendidas por lenguaje soez y demás formas de violencia verbal. ¿Por qué? ¿Por qué los cazadores sí sufrimos vilipendiados y agraviados la cólera verde? ¿Qué los ciervos, patos, osos, leones, elefantes, codornices, winifánfanos, faisanes, borregos silvestres, leopardos, antílopes y demás son menos seres vivos que los salmones, los robalos, las langostas, los nopales, o las almejas? ¿De verdad es más cruel abatir un animal de un disparo certero en el corazón que jalarlo, con un anzuelo incrustado en el hocico, mientras lucha en contra de su vida, durante horas, hasta una superficie en la cual si no muere golpeado a batazos en la cabeza, muere de asfixia o ahogado? Se las dejo de tarea.

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