Andrés Santos Schroeder
Los antropólogos y anatomistas modernos definen
algunos rasgos específicos del hombre como características de un depredador
natural. Sobre todo y muy en especial el rasgo más distintivo que relaciona al
ser humano con los depredadores naturales son los ojos y las cavidades
oculares. Éstas, como es sabido, se dirigen hacia adelante, como las de
cualquier otra ave rapaz o depredador mamífero.
Este tipo de ojos, enfilados a mirar hacia el
frente, están diseñados para acechar, mientras que los ojos de los animales
herbívoros, así como la posición de sus
cavidades oculares, están diseñados para precisamente lo contrario: evitar ser
presas de un depredador.
Es decir, los caballos, los borregos, los venados,
entre otros, debido al posicionamiento de sus ojos, cuentan con una visión
lateral en la que presentan un punto ciego directamente al frente y al centro
de la cabeza. Sin embargo, este enfoque les permite tener una visión mucho más
completa de la circunferencia lateral. La naturaleza, sabia como siempre,
diseñó a estas criaturas así para poder ver y prevenir los ataques sorpresa desde
los costados y la retaguardia de algún depredador que esté al asecho. De esta
forma los animales herbívoros suelen evitar ser presa fácil de los depredadores.
Este fenómeno físico está presente en la gran
mayoría de los mamíferos y ovíparos del planeta; y el ser humano, al igual que
el lobo, el leopardo, el león o el halcón, tiene los ojos diseñados para
acechar.
La cacería es definida como instinto básico que es y
ha sido parte del ser humano. La caza siempre ha sido una actividad que algunos
hombres la consideran tan natural como la reproducción y la defensa personal, o
la protección maternal hacia un hijo. Empero a causa de los cambios que ha
venido sufriendo el hombre como especie y la adaptación de éste en su nuevo
entorno urbano, la práctica, los modos y las razones por las que el ser humano
caza también han cambiado.
Actualmente, es muy difícil tratar de definir a la
cacería como una actividad deportiva; y es de ahí precisamente desde donde
debemos partir en esta tercera parte la disertación. A la persecución licita,
ética y formalizada de especies venatorias hoy en día se le conoce como cacería
deportiva. Éste es, a mi parecer, un término poco atinado que hace sonar a la
cacería como el deporte de matar, lo
cual sería una falacia y una mala interpretación del término y de la actividad en
sí.
Esto no quiere decir que al cazar no se ejerza
ningún tipo de actividad física que muchas veces podría ser considerada como
deporte o ejercicio; el alpinismo, el remo, la caminata, el correr, y a veces
hasta el nadar son actividades que podemos encontrar con regularidad durante el
proceso que de la caza. Aunque aunado a lo anterior, vale la pena mencionar que
la cacería también nos brinda cultura, agudiza nuestros sentidos e instintos y
nos acerca con la naturaleza.
Sin embargo estas son solo alguna de las muchas más
disciplinas que se requieren para lograr el éxito en una cacería, se cobre la
pieza o no; esto último podría sonar contradictorio pero la realidad es que el
éxito de una expedición cinegética rara vez se juzga por pieza abatida, ya sea
en cantidad o calidad. El éxito más bien radica en la aportación pecuniaria que
se realiza para la conservación de la fauna y la flora del lugar donde se
realiza dicha expedición, así como en el compañerismo que surge de este tipo de
viajes, del conocimiento de otros mundos, del abrazo íntimo con el planeta y
del conocimiento a fondo de la especie que se busca cazar.
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