Santiago Santos Schroeder
Para ti, pa, gracias por todo
Mi primera cacería
fue a los 7 años de edad y la recuerdo como si hubiera sido ayer. Tal vez no
recuerde cada detalle, pues fue hace ya mucho tiempo; pero recuerdo muy bien el
porqué, la razón: a mi hermano y a mí nos encantaba jugar un videojuego para PC
llamado Cabela’s Big Game Hunter, y fue
en este juego donde vi por primera vez una cabra de montaña. En ese momento,
sin conocer el verdadero significado de mis palabras, le dije a mi papá que ese
sería mi primer animal de caza. Al escuchar esto mi papá, muy emocionado,
organizó una cacería en un rancho cinegético en Pachuquilla para que yo pudiera
tener a mi cabra, la cuál no sería de montaña pero iba a ser una catalina.
En este viaje que
emprendimos en busca de mi cabra también fue la primera cacería de mi hermana
Erika. Se trató de un jabalí europeo que mi hermana, con un único tiro
perfecto, hizo caer en sus huellas. También recuerdo que negué la oportunidad
de acompañar a mi hermano Andrés a cazar su antílope blackbuck, pues yo estaba muy cansado. Para mi sorpresa, unas horas
después mi hermano entró corriendo a la habitación en la que yo dormía diciéndome
que fuera rápidamente a ver su trofeo antes de que lo copinaran. Al llegar al
sitio en donde estaba el trofeo de mi hermano quedé anonadado por la belleza de
su recién cobrada pieza y me arrepentí totalmente de no haberlo acompañado.
¡Por fin había
llegado mi turno de tirar! Nos emprendimos en la búsqueda de las cabras y no
tardamos mucho en encontrarlas sobre una loma que estaba frente a nosotros. Convenientemente
había un blind que me ponía a unos
150 metros de la manada. Así que con mucho cuidado subimos mi papá, mi mamá, el
guía y yo. Ya estando arriba cómodamente sentado, mi papá me dio en las manos el
.222 Remington con el que yo
realizaría el tiro. Toda la práctica que realizaste en el campo de tiro no te
prepara para ese momento. Cuando tienes a un animal en la cruz de tu telescopio,
todo cambia. Hasta el más experimentado tirador se pone nervioso en esta
situación. Así las cosas, ahora imaginen el nervio de un niño de 7 años ansioso
por volverse cazador.
Después de unos
minutos de buscar una cabra blanca en su totalidad, como la del videojuego,
tiré. Mi cabra empezó a correr a toda velocidad, pues mi tiro no había sido
bueno. Cuando se detuvo tiré otra vez, y otra y otra. No recuerdo cuántos tiros
fueron, pero la cabra eventualmente calló. Nos acercamos y un último tiro en el
cuello me volvió cazador.
Fue mi padre quien
me bautizó como a los cazadores, con una cruz de la sangre de tu primer presa
en la frente.
Este muy vago
recuerdo es probablemente mi memoria más preciada y querida. Gracias, pa, por introducirme en este deporte que
se ha convertido en mi pasión. Te amo y te extraño. Mi vida es y será dedicada
a tu grandeza, como cazador, como ser humano, como amigo; pero sobretodo como padre.
Descansa en paz.
muy bello mi carnal.. santitos hombre!
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