Santiago Santos
Schroeder
Esta cacería surgió del inicio de
una gran amistad, cuando conocí a mi compadre Memo Osuna. Mi gran amigo es
dueño del paraíso de la caza, un precioso rancho de 23 mil hectáreas en el
norte del estado de Coahuila, ubicado entre la Serranía del Burro y el Parque
Nacional de la Sierra del Carmen. La hermosa propiedad es el lugar con la mayor
variedad y la mejor calidad de fauna en México. Con un
poco de suerte, tendrás la oportunidad de cazar los colas blancas carminis más grandes del país, además de
pumas, guajolotes, coyotes, gatos monteses y zorras grises, entre otros. También hay osos
negros y elks mexicanos. Sin embargo,
éstos son solamente para el deleite visual, pues no se pueden cazar. Salvo que
se utilice para ello el lente de la cámara.
Fui a conocer el rancho en diciembre,
en plena corrida. Yo no iba por venado, pues este viaje fue exclusivamente turístico.
Aun así, tuve la oportunidad de cazar un par de coyotes y zorros grises.
También vi osos y cientos de venados, entre ellos el más grande en la historia
de Coahuila, el cual hasta el día de hoy
continúa atormentándome en mis pesadillas por el hecho de no haberlo podido
cazar. Ya nos volveremos a ver ese monstruo y yo; pero con la diferencia de que
en esa ocasión será con rifle en mano.
No obstante lo anterior, este
relato es sobre la cacería de Guajolote Río Grande que realizamos un par de
meses después. Estos guajolotes los cazamos de la manera tradicional, en zonas
de alto movimiento, con reclamo. En teoría, esta cacería la iba a hacer con
arco, pero es dificilísima y más para un novato arquero como yo; así que, después
de varios intentos fallidos, decidí tomar la escopeta. Éramos cuatro cazadores
los que empezamos con arco, de los cuales sólo Rafa, mi primo, logró la tarea.
Los demás fallamos.
Por ser un grupo grande de
cazadores nos turnábamos la oportunidad de tiro. Cuando por fin fue mi turno,
la suerte me sonrió. Vimos una parvada de guajolotes a lo lejos, entonces
dejamos la camioneta, caminamos unos 100 metros y nos escondimos atrás de un gran
matorral. Todos estábamos escondidos menos mi compadre y guía Memo, quien
asomaba la cabeza afuera del matorral mientras Rafa mi primo llamaba a estas
aves. Los guajolotes comenzaron a correr hacia nosotros y, mientras tanto, Memo
me decía: “Ahí vienen; cuando te diga, te paras y tiras. Todos están buenos,
solo ten cuidado de no disparar si están muy juntos, que matas dos”. Yo me
encontraba encuclillado, esperando la orden para tirar.
No habían pasado más de 30
segundos cuando Memo me dio la orden. Me puse de pie rápidamente, mientras los
guajolotes huían del sitio. Para mi sorpresa eran unos 30, cuando yo esperaba
no más de 5, y todos estaban juntos, ¡como si supieran que así yo no iba a
poder disparar! Movía mi escopeta de lado a lado buscando una oportunidad de
tiro y éstos se alejaban cada vez más. Entonces, un guajolote cometió el último
error que cometería en su vida, decidió separarse de la parvada y correr en
dirección opuesta a sus compañeros. Sin dudarlo, apunté tapando la cabeza del
guajolote con el punto de la escopeta y en cuanto tiré del gatillo el pavo cayó
muerto. ¡Ya tenía mi primer Guajolote Río Grande! Fue una cacería realmente divertida,
como pocas, y más porque la pude hacer junto con mis amigos.
Había llegado la hora de festejar
mi triunfo. Mientras tomaba de un termo lleno de whisky, brindado por mi trofeo recién cobrado, platicaba una y otra
vez la historia y mostraba el video de mi tiro a aquellos que se habían tenido
que quedar en la camioneta y no habían podido presenciarlo. Después de la
sesión de fotos con mi trofeo seguimos en busca de más guajolotes, pues dos cazadores
faltaban de tirar. A la hora de tras lomar vimos un par de guajolotes a lo
lejos. Así que Ángel, uno de los
cazadores faltantes, tomó la escopeta y fue por ellos acompañado de Memo. Una media
hora más tarde escuchamos el disparo, pero desafortunadamente Ángel no le pegó.
Mientras esperábamos a que regresaran empezó a obscurecer y Rafa, utilizando su
llamador, atrajo a un bonito zorro gris hacia nosotros. El animal se encontraba
a escasos 25 metros de donde estábamos situados y yo, sin pensarlo dos veces,
tomé el .22-250 y le disparé mientras corría a toda velocidad alejándose de la
camioneta. Probablemente actué muy rápido, pues debí dejar que mi primo tirara,
pero no me arrepiento porque mi tiro fue
perfecto, en el mero codillo, e hizo caer al zorrito muerto instantáneamente,
por lo que yo brincaba de la emoción.
Una noche de poco dormir y mucho
brindar concluyó con esa cacería. Fue una semana llena de buenas anécdotas
junto a grandes amigos. Esta aventura en Coahuila la compartí con Memo, Rafa,
Miguel y Ángel, gracias hermanos. ¡Que se repita pronto!
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