martes, 15 de julio de 2014

Guajolotes y zorros en Coahuila


Santiago Santos Schroeder

Esta cacería surgió del inicio de una gran amistad, cuando conocí a mi compadre Memo Osuna. Mi gran amigo es dueño del paraíso de la caza, un precioso rancho de 23 mil hectáreas en el norte del estado de Coahuila, ubicado entre la Serranía del Burro y el Parque Nacional de la Sierra del Carmen. La hermosa propiedad es el lugar con la mayor variedad  y  la mejor calidad de fauna en México. Con un poco de suerte, tendrás la oportunidad de cazar los colas blancas carminis más grandes del país, además de pumas, guajolotes, coyotes, gatos monteses  y zorras grises, entre otros. También hay osos negros y elks mexicanos. Sin embargo, éstos son solamente para el deleite visual, pues no se pueden cazar. Salvo que se utilice para ello el lente de la cámara.

Fui a conocer el rancho en diciembre, en plena corrida.  Yo no iba por venado,  pues este viaje fue exclusivamente turístico. Aun así, tuve la oportunidad de cazar un par de coyotes y zorros grises. También vi osos y cientos de venados, entre ellos el más grande en la historia de Coahuila,  el cual hasta el día de hoy continúa atormentándome en mis pesadillas por el hecho de no haberlo podido cazar. Ya nos volveremos a ver ese monstruo y yo; pero con la diferencia de que en esa ocasión será con rifle en mano.

No obstante lo anterior, este relato es sobre la cacería de Guajolote Río Grande que realizamos un par de meses después. Estos guajolotes los cazamos de la manera tradicional, en zonas de alto movimiento, con reclamo. En teoría, esta cacería la iba a hacer con arco, pero es dificilísima y más para un novato arquero como yo; así que, después de varios intentos fallidos, decidí tomar la escopeta. Éramos cuatro cazadores los que empezamos con arco, de los cuales sólo Rafa, mi primo, logró la tarea. Los demás fallamos.

Por ser un grupo grande de cazadores nos turnábamos la oportunidad de tiro. Cuando por fin fue mi turno, la suerte me sonrió. Vimos una parvada de guajolotes a lo lejos, entonces dejamos la camioneta, caminamos unos 100 metros y nos escondimos atrás de un gran matorral. Todos estábamos escondidos menos mi compadre y guía Memo, quien asomaba la cabeza afuera del matorral mientras Rafa mi primo llamaba a estas aves. Los guajolotes comenzaron a correr hacia nosotros y, mientras tanto, Memo me decía: “Ahí vienen; cuando te diga, te paras y tiras. Todos están buenos, solo ten cuidado de no disparar si están muy juntos, que matas dos”. Yo me encontraba encuclillado, esperando la orden para tirar.

No habían pasado más de 30 segundos cuando Memo me dio la orden. Me puse de pie rápidamente, mientras los guajolotes huían del sitio. Para mi sorpresa eran unos 30, cuando yo esperaba no más de 5, y todos estaban juntos, ¡como si supieran que así yo no iba a poder disparar! Movía mi escopeta de lado a lado buscando una oportunidad de tiro y éstos se alejaban cada vez más. Entonces, un guajolote cometió el último error que cometería en su vida, decidió separarse de la parvada y correr en dirección opuesta a sus compañeros. Sin dudarlo, apunté tapando la cabeza del guajolote con el punto de la escopeta y en cuanto tiré del gatillo el pavo cayó muerto. ¡Ya tenía mi primer Guajolote Río Grande! Fue una cacería realmente divertida, como pocas, y más porque la pude hacer junto con mis amigos.

Había llegado la hora de festejar mi triunfo. Mientras tomaba de un termo lleno de whisky, brindado por mi trofeo recién cobrado, platicaba una y otra vez la historia y mostraba el video de mi tiro a aquellos que se habían tenido que quedar en la camioneta y no habían podido presenciarlo. Después de la sesión de fotos con mi trofeo seguimos en busca de más guajolotes, pues dos cazadores faltaban de tirar. A la hora de tras lomar vimos un par de guajolotes a lo lejos.   Así que Ángel, uno de los cazadores faltantes, tomó la escopeta y  fue por ellos acompañado de Memo. Una media hora más tarde escuchamos el disparo, pero desafortunadamente Ángel no le pegó. Mientras esperábamos a que regresaran empezó a obscurecer y Rafa, utilizando su llamador, atrajo a un bonito zorro gris hacia nosotros. El animal se encontraba a escasos 25 metros de donde estábamos situados y yo, sin pensarlo dos veces, tomé el .22-250 y le disparé mientras corría a toda velocidad alejándose de la camioneta. Probablemente actué muy rápido, pues debí dejar que mi primo tirara, pero no me arrepiento porque mi  tiro fue perfecto, en el mero codillo, e hizo caer al zorrito muerto instantáneamente, por lo que yo brincaba de la emoción.

Una noche de poco dormir y mucho brindar concluyó con esa cacería. Fue una semana llena de buenas anécdotas junto a grandes amigos. Esta aventura en Coahuila la compartí con Memo, Rafa, Miguel y Ángel, gracias hermanos. ¡Que se repita pronto!   


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