Viernes, 20 de marzo de 2015
La respiración y el céfiro
del monte se funden en un abrazo febril. Arriba el sol ya amenaza con bañar la
sierra con su luz cálida y encendida. Alrededor los árboles bailan al compas
del viento y la naturaleza canta la sinfonía de la vida. La música la hacen el
correr del agua del arroyo, el chiflido del gorrión, la hojarasca que se rompe
bajo la suela de la bota, el crujir de las ramas, el pandero de las hojas, el
zumbido de los insectos, el aullido del mono. Pero también están los insonoros
impactos de las patitas de las arañas en la piedra, la fricción silenciosa del
gusano en la madera, el salto temerario de la famélica garrapata. Y claro que
muy en el fondo, donde se juntan la esperanza y el miedo, en la imaginación, un
jaguar puja, respira con violencia, arroja resoplidos impetuosos que, junto con
la majestuosidad de su pisada en la hierba, hacen temblar de terror y emoción.
El lugar, Campeche. ¿Cuándo?
Pronto. Pronto…
Miércoles, 29 de abril de 2015
Llevo dos horas en la aguada, y nada. Son
las 8:30 de la mañana.
El día comenzó como todos, a las 4:30 de la
madrugada. Agua en la cara, café, jugo y una galleta. Antes de salir una
cepillada de dientes y listo. Fresco y con algo en el estómago para aguantar.
Cuando salí de mi tienda de campaña me
percaté que la luna se escondía detrás de una capa espesa de nubes negras,
pesadas, que desde las alturas amenazaban con dejar caer un aguacero sobre la
selva, sobre nosotros. Todo indicaba que los pronósticos iban a acertar.
Hoy va a llover. De alguna u otra forma ya
lo sabía. El iPhone lo pronosticaba. Me alegra que vaya a llover. Ya urge un
poco de lluvia. El pavo ya está escondiéndose detrás de un cada vez más
infranqueable silencio; se ha tornado imposible acechar a la presa,
porque la maleza, la hojarasca, que cruje con insolentes estrépitos bajo mis pisadas, me delata con facilidad. El agua hará más silenciosos mis pasos y
volverá a hacer cantar al bello ocelado. Es momento de que llueva.
Son las 9:15 de la mañana. Por fin algo de
movimiento: primero un coatí, un chico
solo. El pequeño mamífero entró haciendo un ruido que me heló el corazón. Y
es que quien ha esperado en una aguada en la selva, debe saber que cada que se
escuchan pasos aproximarse, los nervios se disparan y la tensión se vuelve tan
densa que llega a amenazar con asfixiar a quien la siente.
El tejón estuvo merodeando en las cercanías
durante cinco minutos, para posteriormente desaparecer en la selva por siempre.
Ptsss…psss…ssssss…trick…rack…click…clock…ps
—No te muevas, ahí viene algo — me dice
Daniel—. Tate quieto…
Me abrazo a mi escopeta; mantente
petrificado, me digo a mí mismo; no puede ser otro tejón. Estos pasos se
escuchan más sutiles, más delicados. ¿Será el temazate? Por favor que sí sea.
Mis ojos danzan en busca de algo, tratando de captar cualquier movimiento. Pero
mi cabeza no se mueve. La mantengo inmóvil sobre el cañón de mi Browning Diana grade de dos cañones.
Los pasos se detienen, y acto seguido un
silencio sepulcral se instala alrededor de nosotros. El viento deja de soplar,
la vegetación suspende su baile y las aves su canto; y yo miro de reojo a mi
guía tratando de que se note un signo de interrogación en mis pupilas; y Daniel
no me dice nada; y yo, susurrando, ¿qué onda? Y que nada, que es una zorrita; y
con un gesto usando las cejas señala a unos cinco metros a mi izquierda; y
cuando volteo veo al sigiloso canino, luciendo su figura cautelosa y fina,
bebiendo de la aguada desconfiado y con reserva.
10:30 AM. No tarda en llover.
Ahora sí se siente que ahí viene la lluvia.
El viento ya sopla con fuerza, levantando la maleza, agitando la vegetación,
humedeciendo el entorno.
Estuvimos viendo a la zorra durante un par
de minutos, hasta que simulé un disparo y salió pitando hacia la infinidad de
la selva. Luego se llenó la aguada de faisanes: unos cuatro hocofaisanes y unas
diez bolonchanas nos entretuvieron con sus peleas, sonidos y aleteos. Son aves
bellas. El macho con su pico cubierto por el moco amarillo, amarillo piolín; y
la hembra, en mi opinión más bella, con su plumaje deslumbrante, pinto, blanco,
café, gris, negro. Son esplendorosas, hermosas criaturas que también se les
caza con el oído si no es en la aguada. Esto a causa de que los machos pujan. Y
los guías llevan al cazador en dirección a esos pujidos graves, que si bien no
son sonoros; no obstante, recorren la selva tenuemente hasta alcanzar los oídos
de los cazadores.
Un pajarito rojo. De un rojo carmesí, escarlata, ardiente. Me recuerda a Graciela, quien me dijo un día muy importante que un ave con esas cualidades significa buena suerte. Es un buen augurio. Suerte es todo lo que necesito. Ese pajarito rojo la traerá, mi amor.
Un pajarito rojo. De un rojo carmesí, escarlata, ardiente. Me recuerda a Graciela, quien me dijo un día muy importante que un ave con esas cualidades significa buena suerte. Es un buen augurio. Suerte es todo lo que necesito. Ese pajarito rojo la traerá, mi amor.
En la selva el ruido y el movimiento son
los peores enemigos de las presas.
Me detengo un momento a pensar, he tenido
mucha suerte en el agua. ¿Pero qué tanto es mucha? ¿Bajo qué parámetros? Pues
sí, mucha. ¿De verdad? Yo creo que sí. He visto hasta este instante de todo,
menos temazate. ¡Que es lo único que te interesa! Sí, mas no podemos descartar
al jaguar. ¡Lo viste! A veinte metros. ¡A veinte metros! Eso sí. Mi mirada se
perdió entre sus colores, sus manchas, su suntuosidad y belleza.
Sucedió la primera mañana (el viento sopla
ahora con más fuerza). Yo dormía en la hamaca. El tedio me arrulló, pues la
cacería había empezado inmóvil, silenciosa, húmeda, con comezón, con diminutos
insectos recorriendo mi cuerpo. Salvo el tapir que nos topamos caminando hacia
la aguada, no habíamos visto nada. Así que me quedé dormido. Y dormía, dormía
profundamente cuando sentí la mano de Daniel, gentil y casi imperceptible sobre
mi hombro. Al sentir el tacto, abrí los ojos alarmado. ¡El temazate! (ya va a
llover) Miré a mi guía casi asustado, y justo cuando mis labios pronunciaron la
palabra me dijo que no; y en un susurro, me reviró, ¡…el tigre…! ¿Dónde?
Inaudible. Y con las cejas. No te muevas, apenas en un bisbiseo. Y entonces lo
vi.
A veinte metros de mi cuerpo, que yacía
sobre la maleza, vi al enorme y solemne felino, cuya piel parecía revestida de
fuego, luz y sombras. El animal estaba echado, inalterable, mirando hacia mi
guía y yo. Ambos contemplábamos al jaguar absortos. La belleza de éste nos
tenía pasmados, embrujados. Pero no podíamos movernos un centímetro, evitábamos incluso respirar. Se percibía el nerviosismo y la alerta del animal (ya caen
del cielo las primeras gotas); se sentía en la piel del gato, pues no se
notaba, pero habíamos trabado éste y yo tal contacto que notaba su piel y mi
piel cómo se erizaba, cómo recibía el calor y se cubría lánguidamente de
gotitas de sudor. Lo vi. Vaya que avizoré a ese jaguar, el primero que veía en
mi vida. Detrás del tigre, se
advertían la hojarasca de colores bronce, cobre, café, gris, y sobre ésta el
verde vital de la selva. De pronto, cuando la hipnosis fue menguando, traté de
fotografiar a la fiera, pero cuando me moví, ésta ya había desaparecido por
siempre entre la espesa vegetación, dejando detrás y en mi interior, una
sensación de asombro, nostalgia, pasión y embelesamiento.
— ¡Ámonos
que ya se vino la lluvia! —me dice Daniel, que rápidamente descuelga su hamaca,
coge su puñal y se dirige al camino.
—Vámonos, pues — le respondo—. No estuvo
mal, ¿no? Ora sí vimos de todo… ¡Madres! Ya está lloviendo fuerte.
En cuestión de minutos la selva se empapa.
El cielo de repente se desprende de la inmensidad de las alturas y nos cae
encima en forma de tormenta. Ha dejado de soplar el viento, es solamente la
lluvia caer incesante.
Llegamos a la brecha. Acto seguido,
emprendemos una corta carrera hacia el jeep. Al alcanzarlo, Daniel saca una
lona azul llena de agujeros la cual tratamos de usar de techo para
resguardarnos un poco del agua. Sin embargo, al poco tiempo la humedad se torna
insoportable y decidimos salir. Estamos empapados. Pero no importa. Son las
once y media de la mañana. Tengo el presentimiento que esta lluvia significa
buenas noticias. Porque viene a cambiarlo todo. La hojarasca dejará de
delatarnos, la fauna se moverá; mas sobre todas las cosas, creo que esta agua
dota de aventura y dramatismo este micro diario.
— Vamos a caminar un rato, Daniel.
—Pérate
tantito y vamos.
Aguantamos a que escampe un poco.
11:48 AM
El cielo por fin se tranquiliza. Es hora de
movernos. Así que comenzamos a caminar lo más lento posible sobre una brecha
que le latió a Daniel. Que es bueno que llueva; que porque la lluvia hace que
los animalitos se muevan; que porque las aguadas ya se estaban secando; que porque
el pavo no está cantando; que porque cuando llueve uno puede cazar mejor porque
no hacen ruido las botas en la hierba.
Me señala un rascadero y justo en el momento que me agacho a ver con atención la
ramita rascada, del otro lado del camino escuchamos:
¡Fiiiiiiii!
¡Fiiiiiiiiii! ¡Fiiiiiiiiii! Y el ruido se aleja
paulatinamente… ¡Fiiiiii! ¡Fiiiiii!
¡Fiiiiiii! Y el ruido se pierde en la selva…
—¡No chingues! —ahoga un grito Daniel— Ahí’taba el temazate…
—No manches. ¿Como a cuánto?
—Como a cuarenta metros.
—No…no…no… ¡No puede ser, chingaos!
—Amos
a ver si lo encontramos.
12:06 PM
Buscamos el rastro. Nada. Daniel camina con
sigilo, lento, sin perder la vista del suelo. Se fija en las ramitas, en la
tierra. Hasta que por fin encuentra lo que pueden ser las huellas de temazate
volando sobre la tierra huyendo de nosotros.
Y empieza la caminata. Cada paso lo damos
con cautela, tratando de pisar firme, de no arrastrar las botas. Tenemos que
andar silenciosos. Cualquier tronquito que se quiebre, cualquier sacudida de la
vegetación, pueden alertar al pequeño cérvido y asustarlo. Sin embargo, no
vemos ni escuchamos nada que se parezca al cabrito.
Solamente el cantar de las aves que vuelven a deleitar con su música, las
gotitas caer, nuestras respiraciones, el latir de los corazones. Nada más.
Llegamos a una barranca y tomamos la
decisión de regresar al jeep. Ni hablar (la temperatura asciende).
12:59 PM
Tomamos cada quién una botella de agua y
bebemos. La selva se ha calentado. Se siente un calor húmedo y violento. El
cielo se ha despejado y sobre nuestros cuerpos caen unos rayos de sol candentes
y avivados. Nuevamente la selva brilla. El gris que se había instaurado entre
la vegetación se ha disipado, dejando nuevamente claras y coloridas las ceibas,
los zapotes y la tierra.
—Hoy no quiero regresar hasta que cacemos,
Daniel. ¿Cómo ves?
—Pos bien.
Para eso trajimos lonches. Vamos a caminarle a otro lado y si nos da la tarde,
te llevo al pasadero al que fuimos la primera tarde.
—Ta
bueno.
—De todas formas voy a manejar pasito, lento, así como si fuéramos
caminando… y, ¿quién quita? Igual y sale, como aquella vez.
Se refiere a la vez que se me fue el
temazate. Siento una punzada en el estómago y un fogonazo de ansiedad me
recorre las venas.
—Vamos, pues.
13:22 PM
El jeep avanza lentamente. Daniel y yo
buscamos en ambos lados de la brecha. Buscamos un temazate. Pero en realidad lo
que queremos captar es cualquier movimiento o ruido que brote de la espesura
del monte. O que algo rojee, o brille al recibir una chispa de sol.
13:29 PM
Daniel dice que por aquí debe andar el
temazate. Aquí el sol deja de acariciar el suelo, ya que las copas de los
árboles son tan densas que la zona se siente casi oscura.
13:37 PM
El jeep se detiene en seco y Daniel, tenso,
rígido y ardoroso señala hacia un punto de nuestro lado izquierdo; su brazo
está tenso, tiembla. De pronto la cabina del jeep se llena de nerviosismo y
convulsión. El guía no habla, solamente señala con desesperación.
Mi cuerpo arde, siento el corazón
revolcarse y oscilar con fervor dentro de mi pecho. ¿Dónde, dónde, dónde, dónde
está el temazate? Que no vuelva a pasar lo del año pasado. Pero afortunadamente
no tardo más de unos cuantos segundos en encontrarlo.
Entre una orqueta diminuta alcanzo a ver la
colita del cabro que se mece, con
parquedad. Ahora siento la sangre que corre por mis venas hervir.
No disparo porque no tengo tiro. Así que le
digo a Daniel que trate de moverse poquitito, poquitito hacia delante. Y el
jeep avanza un metro y el temazate desaparece; y yo que un poco más; y el jeep
avanza otro metro y vuelvo a ver la piel del cérvido brillar. Mis sentidos se
agudizan, alcanzo a distinguir cada pelo del lomo del animal. Pero aún no
quiero arriesgarme. Traigo dos tiros de BB y no hay tiempo para cambiarlos. Sigo
sin un tiro claro.
El temazate está arqueado, con el hocico
clavado en la tierra.
… Tengo tiro. Jalo el gatillo. Disparo...
¡Pum!
Una milésima de segundo. Todo se vuelve
difuso. Ahora veo claro al temazate dar media vuelta. Tiene las patas apuntando
hacia el aire y veo con claridad la panza del venadito. Ese animal no requiere
de otro tiro. Concluye un segundo. Tal vez dos. Y escucho a Daniel decir que
¡huevos! Y abro la superpuesta y saco el cartucho percutido. La dejo abierta
cuando me vuelvo hacia mi guía, que está sentado en el asiento del piloto sonriendo.
Recargo el arma en el parabrisas que reposa sobre parrilla del jeep. Y abrazo a
Daniel.
¡A huevo! ¡A huevo! ¡A huevo! ¡Ya
chingaste! ¡Ya chingué! ¡Lo logramos! ¡Te dije que iba a salir! ¡te dije!
Nuestros gritos se confunden.
13:39 PM
Me siento embriagado por una emoción
febril, ya que este es de los momentos más importantes de mi vida como cazador.
Me bajo del jeep con torpeza. Los nervios y
la emoción han atrofiado mis músculos. Daniel me lleva unos metros de
distancia. Ambos nos precipitamos hacia el temazate abatido. El guía con
agilidad; yo vacilando.
Y escucho un grito: ¡machito, machito,
bendito Dios! ¡Ya chingaste!
Corro.
13:40 PM
Ante mí yace un bello temazate en paz. En su rostro cicatrizado y en la cornamenta destrozada, pues solamente le queda un cuerno, se puede notar que vivió plenamente y con energía. El
tiro fue perfecto. Las postas se incrustaron en todo el hombro. El cartucho BB
y el cañón full resultaron perfecto
maridaje para consumar un abate humano y ético. Así que me hinco ante el
trofeo, poso mi mano delicadamente sobre su cuerpo y brotan esos sentimientos
entremezclados de nostalgia, euforia, gratitud y añoranza. Éstos se traducen en
una disculpa no expresa, pero sentida; en un agradecimiento que no se manifiesta,
pero se siente en lo más hondo del corazón; en una pena sutil, de ver la vida
extinta, mas enaltecida; en euforia, por la belleza de la caza y la inminente
inmortalidad que dota y brinda esta actividad tan compleja y divina.
Jueves, 30 de abril de 2015
La felicidad, lejos de extinguirse, de menguar, sigue
esparciéndose y latiendo en mi interior.
Festejo todo el día con mis amigos. No hay
tiempo para escribir. Ya escribiré de regreso. Por el momento, a seguir
celebrando.
Viernes, 1º de mayo de 2015
Último día de cacería. La expedición ha
llegado a su fin. Mañana comienza el regreso. También es cumpleaños del ‘Primo’. Día de los Mártires de Chicago.
Sigo repitiéndome a mí mismo, entre un
sentimiento de paz y placidez, que lo logré. Lo logré. Tantos años intentándolo;
tantos intentos fallidos; tantos momentos que me incitaban, me empujaban a doblegarme,
a capitular. Pero no me rendí nunca. Seguí adelante y lo logré.
Ha sido una cacería maravillosa.
A seguir celebrando. Turbo.
Martes, 26 de mayo de 2015
Todo indica que
con la cacería de Campeche, con la caza del temazate, por fin completé la colección de los venados de México. Así
que en febrero iríamos a Monterrey para la premiación. Parece ser que desde hoy
soy acreedor al Premio Hubert Thummler a los Venados de México SCI. Fueron
muchos años, cuatro años con sus días y sus noches, de esfuerzo. Lo logramos. Y
sucedió en Silvituc, a 80 KM de Guatemala, en la selva de Lerma en Campeche.
Los venados
fueron los siguientes: Yucatan Gray-brown Brocket Deer, Carmen mountain white-tailed deer, Mexican texanus
white-tailed deer, Mexican central plateau white-tailed deer, Central American
white-tailed deer, Mexican gulf coast white-tailed deer
Ahora debo empezar un libro, o más bien una
antología de las crónicas de todos los venados que he cazado, los enlistados
anteriormente. La próxima semana empiezo a escribir. Espero tener ese libro terminado
para julio, o a más tardar agosto.
Silvituc,
Campeche 2015
Gracias a Alfredo Lamadrid Cossío, de Balam México, nuevamente. Un abrazo, amigo. Muchas gracias, de verdad.
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