Hembra. Era una hembra. En la
venada se veía mi derrota, nuestra derrota. Cuánto no hubiésemos dado porque
fuera un macho, un venado viejo con una cornamenta hermosa. Sin embargo, ahí
estaba yo, con el ojo puesto en la desilusionadora hembra, mirándola tranquila,
echada, por el spoting. Exhalé. Cerré
el ojo y con parsimonia me alejé del telescopio. ¿Alguien quiere verla por
aquí?, pregunté. Así que todos comenzaron a turnarse para ver a la culpable de
nuestro desencanto.
La decepción no se prolongó
tanto. Al poco tiempo aprovechamos las piedras para apostarnos ahí por unos
momentos para gemelear y tomar un curso fugaz acerca de la flora de la zona.
Eso de ahí es una pitaya; y eso que se ve aquí, cerquitas, es una choya; y allá, el palo ese, es un quiote; aquél
es una biznaga; y aquí, a ese mero le decimos cardona; ¿y a esos cómo les
dicen? Pues mezquite; ¿y a esos otros? Pos
mezcales; y aquellas son nopaleras, ¿esas sí las conocen, no, compañeros? Esas
sí. Pues ya están al tiro, ¿le seguimos, o qué? Le seguimos.
Arnulfo nos explicó que el
plan iba a consistir en dirigirnos a lo alto de la loma que teníamos de frente,
a unos cinco kilómetros. En dirección hacia donde se encontraba la venada. Una
vez arriba, le daríamos una pasada con los binoculares a todo el lomerío que
íbamos a poder divisar desde ahí para buscar un venado macho. Posteriormente
rodearíamos para llegar, por el lado opuesto de donde salimos, al campamento.
Es decir, llevábamos recorridos poco más de dos kilómetros, quedaban unos diez
por recorrer. Eran las once de la mañana.
Arriba el sol no claudicaba
en su afán por freírnos. No obstante, afortunadamente soplaba un céfiro casi
frío que alegraba la piel y el espíritu. Además, ese mismo viento trajo consigo
algunas nubes, que si bien en ningún instante se posaron frente a la estrella
de fuego; empero tranquilizaban con la esperanza que brindaban al amenazar con
hacerlo en cualquier momento.
Los tres cazadores
caminábamos lento. Paso a paso. Sin mirar hacia lo alto de la loma, que era
nuestro destino, sino enfocándonos en recorrer cien metros; y otros cien; y así
sucesivamente. Delante de nosotros iban los guías, que caminaban mucho más
rápido que nosotros.
Yo cargaba
con una backback; con el spoting scope; un tripié para colocar el
mismo cuando fuese necesario; dos litros de agua; cuatro burritos de huevo con
chorizo; tres chiles serranos; mi PETA; el range finder; un .300 WIN MAG
amarrado al costado de la mochila; mis binoculares cruzados sobre mi pecho; y
veinte tiros. No necesitaba más para pasar todo el día caminando en busca de mi
cola prieta, salvo mucha disposición, corazón, huevos y una ilusión tan grande
como invencible. Y eso también lo traía conmigo. Más que nunca.
Por aquí hay que andar a las vivas porque igual y esa hembrita trai macho, dijo ‘El Diablo’ ¿Los venados ya están corriendo?, pregunté ¡Ya, compañero! Los train como a uno, bien pendejo. Andan correteando venaditas. Y soltó una risa diabólica. Y todos nos unimos a las risas.
Hasta que no recuerdo si fue
el Rochín o ‘El Pelón’, que nos urgió; que ya estuvo de risas; que ahora sí a
caminarle pasito; que por aquí debe
andar un venado; y nosotros que está bien, en un susurro; nos callamos. Y todos
nuestros corazones soltaron un par de golpes esporádicos.
Y entonces ya lo único que se
escuchaba eran las ramas quebrarse; el crujir de la hojarasca; resbalones
detrás de mí; resbalones míos; las piedritas rodar con brusquedad; toces;
troncos secos rugir bajo las botas de algún cazador. Pero sobre todo
escuchábamos el viento; también lo sentíamos; lo sentíamos colarse en nuestros
oídos, acariciarnos la piel empapada. Refrescarnos. Lo sentíamos cuando nos
despeinaba.
Luego de una hora de caminar
evitando quebrantar el silencio, por fin se pudo divisar de más cerca lo alto
de la loma, nuestro destino. Los guías ya estaban ahí arriba, gemeleando. De
pronto, a mi derecha, vi a un venado detenido; mirándome fijamente, con sus
enormes orejas apuntando hacia los lados. A cincuenta metros. No más. Al verlo,
me detuve instantáneamente y avisé a mis compañeros de caza. Éstos, acto
seguido, se pararon en seco y miraron al animal.
Creo que es hembra, les dije
tranquilo.
Yo tenía el rifle amarrado a
la mochila, así que no iba a poder tirar pasara lo que pasara, fuera lo que
fuera.
Así que Carlos comenzó a
chiflarle a su guía para que le llevara el rifle. El guía no escuchaba. El
viento se llevaba los chiflidos desesperados de mi compañero. Pero después de
un minuto, éste logró captar la atención de Rochín, que rápidamente se acercó
con sigilo para darle el rifle a mi amigo, que solamente quería ver por el
telescópico a la que todos creíamos era una hembra.
Y entonces me llevé los
binoculares a los ojos. Y yo que no mames, hermano, es un macho; y él que ¿en
serio?; y yo que sí; y mi compañero apuntó; y disparó; y se lo voló; y yo que
se lo volaste; y él que, ¡chinga tu madre!, gritó mientras en instantes
recargaba; y volvió a disparar justo cuando el venado comenzaba a caminar hacia
la derecha; y el cola prieta cayó; y el cazador que ¡a huevo! ¡A huevo! Y
gritos, y abrazos, y saltos, y felicidad. Y el primero había caído.
Continuará.
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