Nos tomamos las fotos con el
hermoso trofeo. Una tras otra. Arriba el sol ardía, abajo nos olvidábamos del
calor, del fuego; la emoción lo abarcaba todo. Y ahora así, no, no, no. No seas
pendejo, Carlos. ¡Agárralo bien, con cariño, de la oreja! ¡De los cuernos no! ¡Qué
la…! ¡Pon al venado derecho, hermano! ¡Oooooooh, pérame, cabrón! ¡Pesa! ¡Con los cuernos al cielo, güey! Y me
arrastraba. Y fotografía. Y me seguía arrastrando, buscando distintos ángulos,
jugando con la luz. Y fotografía. ¡Para Instagram, hermano! Risas. Y
fotografía. A ver, Sebas, métete a la foto. A ver, espérenme. Enderézale la
cara, hermano. ¡Chingaos, que se la endereces! ¡Pesa, güey! Y fotografía. Hay
que quitarle toda la sangre. Que parezca trofeo, que se vea inmortalizado,
respetado, venerado. ¿Listos? Y fotografía. ¡’Diablo’! ¡Eu, compañero! ¿Nos
tomas una foto a los tres? A ver. Hazte, güey, no tapes los cuernos. Háganme un
espacio. ¿Listos? Y fotografía. Ahora, jóvenes, todos a trabajar.
Con las fotografías se hizo
lo que se pudo.
Como el sol quemaba, cocinaba
todo lo que tenía a su alcance, nos apuramos en limpiar al venado.
Posteriormente buscamos un quiote lo suficientemente grueso para poder amarrar
al cola prieta y poderlo bajar de la loma en la que nos encontrábamos.

Una vez amarrado el venado,
Rochín y el ‘Diablo’ cargaron con él y lo bajaron a la mitad del lomerío. Ahí
decidimos tomar todos un descanso y llamar a Meño por el radio para que
acudiera por nosotros en la Suburban. Mientras lo esperábamos bebimos agua,
recordamos el acontecimiento, recreamos la historia una y otra vez con nuestras
anécdotas. ¡Estuvo, poca madre! ¿No? Me puse bien nervioso, hermano. Por eso se
lo volé. ¡Y ustedes andaban en la pendeja gemeleando! Y risas. Y yo lo vi
primero; y yo creí que era una hembra. Hasta que lo vi por los binoculares,
hermano. Estuvo, cabrón. Cayó seco. ¡Seco! Buen tiro. ¡Y sin manposta! Todo
sucedió en segundos. Pos es que
ustedes chilangos me cai diamadres que
caminan bien lento. ¿No stan acostumbrados
a correr en la sierra, veá? No tanto. Pero llegamos, ¿no? Eso que ni qué.
Lento, pero seguro. ¡Henos aquí, con un venado!
Quedaba uno por cazar. El
mío.
Cuando al fin llegó nuestro raid, llevamos rápidamente al venado al
campamento, lo copinamos y una vez copinado, volvimos a salir a buscar el otro
cola prieta que faltaba desde la raca de
la camioneta. Ese día había sido exitoso. La tarde nos la íbamos a tomar con
más calma. Quedaban seis días más para buscar mi trofeo. Si se mueve algo, pos se muere. Pero no tiene mucho caso
salir a caminar, si antes de recorrer el terreno necesario nos va a alcanzar la
noche. Mejor recorremos un poco con la Suburban, gemeleando, y quién quita que
algo se mueve por ahí. Pues vámonos. Ámonos,
pues.
Así que recorrimos el
desierto. Manejábamos, lento, sobre piedras, cayendo en baches, deteniéndonos
en cada tanto a echar lente. Mientras tanto, el día amenazaba con fugarse.
Amenaza color naranja y hermosa, que pintó el cielo, las cordilleras, las lomas
y las rocas de clarososcuros, de color bergamota, de escarlata, de azul
intenso, variedades de café. Y el viento comenzó a enfriarse, a colarse en las
gargantas. Todo olía y se sentía ya a atardecer. No tardaban las estrellas y la
luna en asomar para asombrarnos.
Con los últimos instantes de
luz me quedé amarrado a mis binoculares, insistiendo en captar cualquier
movimiento. A lo lejos, el cauce de un arroyo, un par de sierras, valles y
mesas, sin venados, pero que poco a poco se desdibujaban dejándose engullir por
la oscuridad, por la noche que comenzaba a abarcarlo todo. Había llegado el
momento de regresar al campamento.
La primera noche había
llegado. Cenamos pescado frito, preparado por el ‘Chilango’, que por cierto
además de ser un excelente guía, resultó ser un magnífico cocinero. El aroma
del festín que pronto habríamos de devorar nos alcanzó de frente cuando se
asomaron las luces del campamento, que se antojaron reconfortantes y exquisitas.
Había sido un día largo, solamente habíamos dormido un par de horas luego de
nuestro largo viaje hacia el Valle de los Cirios. Estábamos hambrientos y
exhaustos, así como emocionados y llenos de entusiasmo.
Esa noche después de cenar y
beber algunas cervezas, decidimos dormirnos temprano porque mañana va a ser un
día largo, va a estar cabrón. ¿Sí? Ey…
Nos vamos a llevar lonches y vamos a
caminarle todo el día. Pa hasta mero
arriba. ¿Qué no estamos ya mero arriba? Pos
sí, pero vamos a ir ¡más arriba! Vamos a subir varias lomas para gemelearle
desde ay. A fuerzas vamos a ver algo. Habrá que echarle ganas. Duro, pa que ya mates, compañero. Pues no se diga
más. Vamos a descansar.
Antes de quedarme dormido
empecé a leer “Pantaleón y las visitadoras”, de Mario Vargas Llosa. No había
cambiado a la novena página cuando me quedé profundamente dormido.
No recuerdo que soñé. Pero
seguramente fue con un venado cola prieta.
Continuará.