sábado, 9 de mayo de 2015

¿Matar o cazar? Una diferencia

O del momento en que uno falla porque lo invaden los nervios

Leyendo a Miguel Delibes, "Un cazador que escribe", regalo de Andrés Santos Schroeder​, se gestaron en mi cabeza las siguientes líneas:

La gente cree que el cazador mata a sangre fría. Eso creen porque no conocen la pasión de cazar, porque no han sentido cómo el corazón se arranca en una carrera frenética y se sacude en el pecho con violencia cuando la presa está cerca.

Los que no saben lo que es cazar comparan al cazador con un asesino de sangre helada. Sin embargo, lo que ignoran, es que cuando cazamos y 'bota' el venado, o rompe a volar la codorniz o gorgotea a escasos metros el guajolote u oímos el crujir de la maleza en el espiadero o sorprendemos al coyote a distancia de tiro, nuestra sangre hierve instantáneamente. ¿Qué cazador se puede jactar de no sentir las venas ardiendo cuando tiene a su presa en la mira? ¿Quién no ha fallado un tiro por no controlar la respiración, que en ocasiones se escapa a caudales de nuestros pulmones en el momento de apuntar? ¿Quién no ha dado el 'jalón' al gatillo porque los nervios nos hacen temblar desenfrenadamente?

En mi opinión, uno de los momentos más catárticos y bellos de la cacería es esa ola de adrenalina que arrasa con nosotros en los instantes previos y posteriores al momento del abate. Por eso recuerdo con placer las ocasiones de frustración en que no me podía controlar, y el guía que contrólate; y yo que sí; y él que, a ver, espérate, respira o le vas a fallar; y yo que a ver, respiro; y él que estás muy nervioso; y yo que puta madre, no me puedo tranquilizar; y él que tranquilízate, tienes tiempo. Y el disparo, y pues fallo. Y él, ¡te dije! ¡le erraste, pendejo! Y yo, que, el que nunca falla no es cazador.

¿Pero cambiaría esos fallos a cambio de no sentir el fuego en el momento de tirar? ¡Por supuesto que no! No es que siempre invadan a uno esas crisis nerviosas que los güeros conocen como 'Buck Fever'. Con el tiempo y la experiencia, en efecto, aprende uno a controlarse mejor. No obstante, el día que deje de sentir por completo y por siempre esos ímpetus de descontrol, ese día será el día en que la caza me dejó de apasionar como me apasiona al día de hoy.

Nunca está a salvo un cazador apasionado de que los nervios lo traicionen y lo pongan a temblar. Y ¡Pum! Otra vez la insolente voz del guía: ¡Le erraste, pendejo! Pero no pasa nada. Tenemos toda la vida para seguir cazando, para seguir cazando apasionadamente.


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