Santiago Santos Schroeder
Después de ver el
continuo crecimiento que ha tenido el arco en el mundo de la cacería en los
últimos años, decidí intentarlo. Mi primo Rafa es el principal culpable de que
yo me interesara en esta nueva rama de mi deporte, la cacería. Así que compré
un arco, flechas, navajas, gatillo, y a practicar.
Después de meses de
práctica hice el intento de cazar guajolotes con mi arco; no obstante, este
intento resultó fallido. Nunca esperé ni pensé que fuera tan difícil cazar una
de estas enormes aves con la felcha. Así que volví a México sintiéndome
decepcionado por no haber podido alcanzar mi meta.
La práctica continuó.
Cuando la escuela y el trabajo me lo permitían, practicaba entre semana; pero
los fines de semana practicaba religiosamente.
Un día me llegó una
invitación de mi primo Rafa para acompañarlo a cazar venados a Coahuila. La
cacería se realizaría en un rancho donde única y exclusivamente se caza con
arco. Acepté la invitación
Para mi gran fortuna,
me comentaron que me regalarían un pecarí de collar. Lo cual para mí y mi arco representó
este regalo una perfecta oportunidad para poder cazar por fin. Se dice que el
jabalí es la presa perfecta para los arqueros. Así que volví a practicar y a prepararme
para este nuevo reto.
Llegó el día: ¡Nos
vamos a Coahuila!
La camioneta cargada
con nuestro equipo, provisiones, un remolque que jalaba el side by side marca Can Am
y por supuesto nuestros arcos, nos llevó con dirección al norte.
Horas de carretera
con amenas platicas con mi primo y tío se pasaron en lo que parecieron minutos.
Mis manos al volante, mis ojos viendo la imponente muralla que es la Sierra
Madre acercarse. La emoción era inmensa y mis ganas de probarme como arquero
mayores.
Por fin llegamos al
rancho Los Tres Coyotes, un ameno
lugar ubicado pasando Nueva Rosita con dirección a Allende, que cuenta con unas
mil hectáreas de terreno, donde en completa vida libre viven venados, jabalíes,
guajolotes, osos, coyotes, gatos monteses y una gran variedad de fauna
mexicana.
El casco del rancho
es una casa acogedora muy bien armada con cómodas camas que se mantenían
calientes con el calentador de leña que se encuentra en el comedor.
Los primeros días no
pasó nada. No se movían los animales, la corrida de los venados aún no iniciaba
y un viento que soplaba en todas direcciones llevaba nuestro olor a kilómetros
de distancia. La suerte parecía que no estaba de nuestro lado.
Las noches son otra
historia: pláticas acompañadas de excelentes personas y fríos whiskies nos
mantuvieron despiertos mientras el aire frío se colaba a la casa y hacíamos
nuestro mejor intento para mantener nuestra chimenea prendida.
Una mañana nos despertamos
y todo estaba helado; la cosa pintaba bien. Esa misma mañana mi tío vio a un
alesnillo correteando a una venada. La corrida estaba comenzando. Mientras
tanto, yo en otro blind de torre
apreciaba a las venadas que tenía a 20 metros comiendo maíz. Era una mañana
mucho más divertida, más activa. Y un espectáculo de un halcón cazando palomas
me hizo el día.
Regresamos al camp a comer y a descansar, y a esperar
la salida de la tarde; y las Tecates Lights
parecían no saciar nuestra sed.
Un par de salidas más
sin éxito en cobrar mi codiciado trofeo pasaron en un abrir y cerrar de hijos.
Hasta que por fin
llegó mi oportunidad.
Me cambié al blind por el que estaban entrando los
jabalíes. Eran las seis de la mañana y yo ya estaba preparado a treinta yardas
del comedero. No pasaron diez minutos de mi arribo cuando comencé a escuchar a
los animales crujir los dientes y aprecié sus narices por encima de los
matorrales. Husmeando, olfateando, checando.
Mi corazón latía a
mil por hora, cuando por fin vi a la piara completa: unos quince animales la
conformaban. Y yo no me iba a poner muy exigente. El primer animal que se
separara de la manada y me presentara un tiro favorable lo iba a aprovechar. Y
uno de los jabalíes se alejó. Así que tomé mi Range Finder, y lo medí: veintiocho yardas; un tiro fácil, pensé. Después
de toda mi practica y las clases de mi primo Rafa, no iba a resultarme para
nada complicado hacer ese tiro. Estaba en lo incorrecto.
Intentar abrir mi
arco y jalar las sesenta libras de mi Diamond,
pero no podía lograrlo. Abrir y halar parecía una tarea imposible. No había
practicado abrir el arco desde una posición sentado, y menos en un espacio tan reducido
como el de un espiadero de piso. Pero al segundo intento lo logré. Puse mi pin
de 30 yardas en el collar, a la altura del ojo, y dejé que mi flecha Beaman con la punta mecánica rage de 100 gr. volara…
¡"Thuack"!
Instantáneamente vi
cómo la veloz saeta atravesó al jabalí, mientras que éste y toda la manada
corrieron en todas direcciones.
Mi tiro había sido
bueno y lo sabia; por lo que esperé unos veinte minutos y salí en busca de mi
trofeo. Al llegar y ver la flecha llena de sangre me sentí seguro, pero cuando
seguí los pasos del animal y no encontré nada de rastro no tanto. Así que opté
por esperar a Rafa, quien, luego de un rato, llegó y le conté la historia y describí
el tiro. Él también lo sabía: el animal estaba muerto; mas la pregunta era en
dónde.
Así las cosas,
continuamos buscando hasta que por fin apareció el rastro del animal y poco
tiempo después el animal mismo. Fue Rafa quien lo encontró, y al momento de
encontrarlo yo brincaba y gritaba de la emoción.
Mi primera cacería
con arco había llegado a su fin.
Gracias a mi tío y a
mi primo Rafa, pues con su ayuda me volví cazador con arco.