
¿Vamos? Pues claro. El
desierto es grande. El valle se veía abierto, limpio, lo recubría puro matorral
bajo. Así las cosas, con suerte y lo podíamos ver aunque sea de loma a loma.
Me bajé de la camioneta y nos
dirigimos hacia el punto donde pegó mi bala calibre .300 WIN MAG de 180 granos.
Cuando llegamos al lugar, nos percatamos de que en efecto había pegado en la
piedra que estaba adelantito del cola prieta. Ahí, cual mancha grosera que me
recordaba mi falta de destreza, mi error, mis nervios febriles y mis ansias
estúpidas, estaba el porrazo escupiéndome a la cara. Ni hablar. Ahora tocaba
seguir la huella, rastrearlo, para poder volver a dar con él.
Mientras seguíamos las
huellas del macho, nos dimos cuenta que el venado no había echado a volar luego
del disparo. Rápidamente volvió a reducir la marcha después de mi yerro. Al
cabo de diez minutos de rastreo, el ‘Pelón’ nos enseñó otra huella más chica,
la de una hembra a la que seguramente mi venado estaba persiguiendo. Qué suerte
la mía. El cola prieta no se había asustado tanto a causa de su ardor, característico
de la época de la corrida.
No tarda en echarse este venao. Anda corriendo el güey.
Claramente se distinguía el
trote del macho detrás del paso lento y sereno de la hembra en el suelo.
El pegaba con rabia y fuego.
Con cada paso que dábamos para arriba la mochila y el rifle incrementaban su
peso. Los ojos se me llenaban de sudor, que bien podrían ser lágrimas. Iba
junto al ‘Chilango’ detrás del ‘Pelón’, que avanzaba más rápido.
De pronto, un chiflido. Ahí
va, en la otra loma, dijo en un susurro el guía oriundo de El Rosario, Baja
California. Yo ya no lo alcancé a ver, pero suspiré. Acto seguido se me volvió
a agitar el corazón y la sangre otra vez empezó a arder. Y nos dirigimos a la
siguiente loma.
Cuando finalmente llegamos a
la cima, después de haber caminado en profundo silencio, evitando pisar sobre
ramas secas y arrastrar las botas sobre las piedras, nos detuvimos a gemelear
rogándole a los cielos que no nos traicionaran con un mal viento. Y diez
minutos después, el ‘Pelón’ nos señaló al pie de una biznaga. Ahí’ta…
Le echamos los binoculares a
lo que parecía un animal, y sí, ahí yacía tranquilo el cola prieta. Trescientos
setenta metros, según mi range.
Me quité la backpack parsimoniosamente, me eché al
suelo, saqué el bipié de mi rifle y lo busqué con la mira telescópica. Mi
respiración insistía en delatarme, en echar a perder el momento. El corazón me
golpeaba con brutalidad, palpitaba con ímpetu colérico dentro de mi pecho.
Respira tranquilo. Lento. Y el ‘Chilango’ se acostó junto a mí. ¿Ya lo viste? Y
yo no. Lo veo a simple vista, pero con el telescopio no lo encuentro. Y él que
ahí, junto a la biznaga; a ver, ven, muévete un poco hacia la derecha, que ese
mezcal no te va a dejar ver. Nos arrastramos a un punto más limpio. Y yo que a
ver… Y él que a ver, presta. Ahí. Y yo… Ya lo vi.
En el momento que por fin lo
pude encontrar con la ayuda de mi guía, el venado se puso de pie y comenzó a
caminar. Los nervios se me dispararon. Una parte de mí quería tirarle en
movimiento. Otra me pedía serenidad. Atrás el ‘Pelón’ nos decía que tranquilos,
que el venado venía hacia nosotros. Y sí, el venado dio un paso, y otro, y otro
paso, y al cabo de un instante arrancó al trote hacia nosotros. Luego bajó la
velocidad. Y trotaba. Y se detenía. Y yo cagándome de nervios. Y al fin volvió
a reducir la velocidad. El venado caminaba muy lentamente en diagonal a unos
doscientos metros de donde me encontraba acostado. Y giró y me quedó totalmente
de frente. Así que puse la cruz de mi mira en el pecho del cola prieta y
lentamente jalé el gatillo.
Estruendo y golpe. Pegué. El
venado comenzó a tambalearse hacia atrás, corté cartucho y volví a disparar
cuando me dio el codillo. Y por fin cayó el cola prieta.
Me puse de pie y comencé a
gritar. El ‘Chilango’ y yo nos abrazamos. Gritaba y gritaba de alegría. Pegaba
de brincos incrédulo, empapado. Hasta que un calambre en la espalda interrumpió
por un par de minutos la celebración. Sin embargo, rápidamente volví a sentirme
mejor y nos dirigimos al venado. Caminé hacia él con los ojos humedecidos, con
el corazón abierto de par en par, con una sonrisa infinita y ganas enormes de
llamarle a Graciela para dedicarle el trofeo, pues fueron unas palabras suyas
las que me acompañaron durante mi ascenso, mientras subía y bajaba lomas, “The moment you decide to
give up or stop working toward your goals, failure is born”. No podía rendirme.
Porque ella también dice que cuando uno se rinde, es en el momento que más se
esta cerca del éxito.
Sí se pudo. Lo logré.
Lo que siguió fueron las
obligadas y tradicionales fotografías. Posteriormente, el ‘Chilango’ bajó un
tramo al venado cargándolo sobre su espalda. Abajo, en lo que ‘Meño’ nos
recogía, nos refrescamos en un oasis de agua helada y placer. Ahí, con los pies
dentro del líquido frío, repetimos una y otra vez la anécdota de la cacería.
Todos reíamos. Todos empapados. La caza había sido un éxito. Faltaba regresar
al campamento para celebrar y para darnos un festín en honor a la pieza
abatida, que, ulterior a la taxidermia, colgaría inmortalizada como uno de mis
trofeos más entrañables y queridos.
Escribió José Zorrilla:
No os podéis quejar de
mí,
vosotros a quien maté;
si buena vida os quité,
buena sepultura os di.
Después de cazar mi venado
emprendimos, lenta y flemáticamente nuestro retorno a casa. Paramos en diversos
puntos de bajada para acampar hasta llegar a la casa del ranchero. En cada
lugar que nos deteníamos cocinábamos deliciosos platillos dignos de una buena
expedición al monte. Pusimos la carne de los venados al sol y ésta devino
exquisito manjar, una riquísima machaca de venado que nos acompañó durante todo
nuestro regreso a la carretera que nos iba a devolver al Rosario.
El viaje terminó entre carcajadas,
historias y una enorme sensación de satisfacción y plenitud. Las fogatas no
faltaron, como tampoco faltó una luna esplendorosa y un cielo siempre
estrellado. La cerveza abundó, y el buen comer también; asimismo, se trabajó y
se sudó por lograr el objetivo anhelado. Todo lo que englobó a la caza fue
siempre digno de calificarse de inolvidable. Hoy no se olvida. Jamás se
olvidará.
Quiero agradecer a Manuel
Gutiérrez y a David Villanueva, dos extraordinarios amigos, excelentes guías y
organizadores eficientes y trabajadores, por haber hecho este viaje posible.
Inmejorable.
Fin.
Me declaro fan de su pagina
ResponderEliminarMuchas gracias. El día que guste podemos publicarlo. Envíe su texto al cazandosobrelahojarasca@gmail.com. Un abrazo.
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